Rosa Montero / Novela / Editorial DEBOLSILLO /
Después de Jo March (Mujercitas) y Aomame (IQ84), se adhiere a mi lista de personajes entrañables Leola, una adolescente que pese a su condición de campesina sabe leer, escribir y desea juntar todas las palabras existentes para hacer una enciclopedia.
La búsqueda de Leola por lo anhelado la hace transitar caminos saturados de fanatismo y desamparo. Este viaje, de sabrosas 700 páginas, me hizo ver una Edad Media temblorosa y primitiva; el mundo acomodándose a dogmas de fe que aún hoy conservamos —para mí, esa época de oscurantismo sigue latente—. Allí dentro, en el mundo de Leola, el frío se siente punzante apenas se pronuncia la palabra invierno y la calma llega cuando el fogón arde suave en los salones, impregnándose el calor en mi habitación, donde realizo el acto de leer acompañada del desvelo de una lámpara y un par de gatos adormilados sobre mi regazo.
Confieso que adoro a Nyneve, personaje secundario harto importante. Si ella existiera en el plano que habito, desearía que fuera mi mejor amiga y le pediría me enseñara sus hechizos de sabia blanca y de partera. Oírla hablar es exquisito, pienso que Leola debió valorarla más y no sólo juzgarla por sus anchas carnes que —conforme envejecía— se hacían más redondas. Ella, con su presencia incondicional, es la compañera de esta jovencita que, para sobrevivir, se hizo pasar por varón enfundada en una armadura que le dio título de caballero. Su camuflaje le permitió conocer a la reina Leonor, a Dhuoda, la dama blanca que vivía en un palacio-laberinto, a Angélico, un inquisidor tan apuesto como temible, así como presenciar charlas donde se hablaba del mítico Avalon.
Desde IQ84 (2012) que no devoraba una novela con fervor caníbal. En esta historia conocí a una mujer muy parecida a las mujeres reales de mi mundo; sus amores, sus fracasos, sus miedos y la interrogante que la acompañó por más de 25 años: ¿Quién es el rey transparente? Al final de cuentas, todas guardamos una gran pregunta en nuestro interior. Rosa Montero es una seductora vertiginosa, algo bueno he de haber hecho para merecer esta delicia narrativa en el momento oportuno. Debo añadir que dicho «descubrimiento» no fue meramente azaroso, Luis Conde tuvo mucho que ver.
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