Viaje Alrededor de mi Cuarto

Xavier de Maistre / Relato / Editorial VERDEHALAGO /

viaje alrededor de mi cuartoEncontré esta joyita de apenas 115 cuartillas en la biblioteca de mi padre. Buscaba un libro que hablaba sobre los gestos y las microfacciones para tomar algunas notas y compartirlas en mi clase de Comunicación. Freud decía que la mentira siempre se muestra como síntoma en nuestra materia orgánica. Nuestros cuerpos no saben mentir, extiende las fosas nasales cuando hay disgusto, sube las cejas cuando yace la incredulidad en el relato fantástico del amigo o voltea los ojos hacia la derecha cuando se intenta recordar en dónde se dejaron las llaves. En fin… no di con el libro que, además, quería presumirle a Luis porque entre las imágenes que se usan como ejemplo de lenguaje corporal, yacían ilustraciones de grandes figuras como René Descartes, Nietzsche, La Wolf y otros más.

Entre cientos de libros de temas militares, históricos y unos muchos varios de autoayuda, éstos últimos posesión de mi hermosa madre, encontré o, más bien reencontré, Viaje alrededor de mi cuarto. Llegó a esa biblioteca por causa del exilio. Cabe decir, y espero mi padre no se entere de esto, que ahí abandono los libros que ya no quiero… no es extraño tropezarse con materias sobre administración, álgebra y computación.

Cuando lo compré, en una feria del libro independiente, me llamó mucho la atención el título, así que sin más di mi dinero a cambio de tenerlo. Al hojearlo no era para nada lo que esperaba; se me hizo pretencioso, aburrido y no lo terminé, sentía que el autor se iba demasiado por las ramas y no me trataba como la turista que era y que él, en la introducción, había prometido. No pude pedir que me devolvieran el dinero. Así que mi viaje no sólo se quedó incompleto, fue un chasco y sin llaverito de recuerdo.

Diez años después tengo de nuevo ese libro delgado entre mis manos. Otra vez me seducía el título. Caché algunas líneas que me parecieron hermosas y un tono optimista de parte del narrador que me convencían a darle una segunda oportunidad. ¿Qué fue lo que encontré? Para empezar, es un libro escrito en 1794 —la Ilustración en sus primeros pasos—, detalle del que no me había percatado antes, tiene más de doscientos años y sigue vigente. Es breve comparado con los textos de aquella época y el autor parece feliz todo el tiempo.

Describe armoniosamente su escritorio, un par de pinturas, el color rosado de su ropa de cama le causa inspiración y habla pausadamente y con amorosidad sobre su criado Joannetti, quien con un halo fraternal le prepara el café y el pan tostado mientras el autor finge dormir. Lo que le gusta a este guía de habitaciones es escuchar el fuego de la chimenea mientras se chocan las ollas y las cucharas.

Habla de su perrita Rosina y lo mucho que la quiere. Describe lo que pasa afuera desde su ventana. Dedica un capítulo al tapizado de sus muros y comparte que en uno de los cajones de su escritorio yacen cartas que tienen más de una década de vida. Me pareció un buen recorrido, conocí los ángulos de sus cuatro paredes, algunos recuerdos y perdones que él mismo brinda a gente de su pasado. Pero, ¿Por qué no sale? ¿Qué lo tiene confinado a permanecer ahí, en una habitación que, aunque bonita, se presiente pequeña? ¿Por qué le escribe a un lector imaginario?

Pensé entre líneas que era un señorito que estaba en el manicomio, así como lo estuvo el marqués de Sade, pero no. Atribuí que tendría alguna enfermedad contagiosa y debía permanecer en cuarentena, pero tampoco era así. Llegué a creer que era misántropo, un ermitaño aislado del mundo, pero su voz jovial y fresca no daban para nada con ese perfil.

Xavier de Maistre, un hombre inquieto de 31 años e hijo de su época, yacía en esa habitación adornada porque estaba preso. Sí, a causa de un duelo. Resulta que era un hombre de guerra, un militar al servicio del zar Alejandro I de Rusia y un pintor paisajista ya en sus años de vejez. Fue un francés exiliado de su tierra por términos que no me quedan claros.

Al leer Voyage autour de ma chambre uno encuentra exceso de vida y descubre que el ser humano de hace dos siglos no es para nada diferente al hombre postmoderno de hoy. Seguimos narrando lo que tenemos al alcance. Nuestro deber permanece incorruptible; dejar huella y trascender en el tiempo, esa magnitud física que se mueve a velocidad constante.

Esta vez fui yo ya lectora imaginaria de Maistre.

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