
Felipe Garrido / Relato sobre la experiencia de leer / Editorial CONCAULTA /
A comparación de otras ferias, la Feria Internacional del Libro Universitario UNAM (FILUNI) estaba despejada. Uno podía darse el lujo de mironear cuanto quisiera y leer las contraportadas sin sentir que nadie te respira detrás de la oreja por falta de espacio.
Ese día, me prometí que nada de manuales para escritores, o de guías sobre cómo hacer personajes y mucho menos los manifiestos de los grandes de la literatura que te dicen el secreto para crear la mejor novela. Ya sé que Hemingway escribía de pie porque le gustaba provocarse incomodidad, mientras que Alejandro Dumas se ordenaba por colores para marcar sus títulos por tanto papel revuelto en su estudio; azul para ficción, rosa para ensayo y amarillo para poesía, mientras que Nabokov usaba tarjetas, sí, como las tarjetas bibliográficas, para tener claridad en las escenas y poderlas mover a su conveniencia.
Al llegar a la feria, Luis y yo decíamos ingenuamente que nos mantendríamos juntos viendo libros. ¡Ajá!, en cuanto pusimos un pie dentro, cada quien corrió a sus editoriales favoritas, a los títulos revoloteantes que nos seducían por separado. Recorrimos espacios nacionales e internacionales, adentrados en nuestra batalla de selección sobre por qué sí éste y por qué no el otro, o los dos o ninguno.
Ya en las últimas, después de bebernos un café americano y compartir un empalagoso pastelito de chocolate, dimos una peinada más al lugar. A mí me dolían los pies, pero valía la pena seguir en esa búsqueda de lo extraordinario. Caímos en Educal, editorial bastante coqueta con títulos de todo lo imaginable e inimaginable. Ahí encontré, por la módica cantidad de 40 pesos, un librito que me ha cambiado el mundo; Manual del buen promotor. Una guía para promover la lectura y la escritura.
La portada es terriblemente aburrida y decía la palabra «manual», yo, que había dicho que nada de instructivos. Otro factor para dudar de su compra era el nombre del autor, Felipe Garrido. Hace muchos años, cuando trabajé en una casa cultural en el centro de la Ciudad de México, veía pasar a Felipe todas las mañanas con su guayabera fina y su gigante enormidad sobre los pasillos. Iba tan resuelto con sus cabellos blancos saliendo debajo de su sombrero ancho de paja, que lo miraba con recelo y admiración. Era el editor de editores… uno grande en el mundo intelectual de México. Jamás lo vi bajar la mirada y, por ello, lo consideré odioso y muy alto.
El manual es un recorrido sobre lo que debe hacer un amoroso de los libros que busca motivar la lectura a los otros; en particular a los niños, que son más receptivos y crean figuras mentales con mayor facilidad. Cuando uno ya es más grandecito, cuesta trabajo imaginar. Increíble, pero cierto. Sin embargo, nunca es tarde para empezar a leer.
Ahí descubrí la diferencia entre un lector utilitario y un lector autónomo. Sin duda, este sistema mexicano de educación sólo busca capacitar a las mentes del mañana en lectura y escritura utilitaria… porque la utilidad es producción y la producción es consumo. Todo empieza con la carencia de lecturas, no sólo de palabras, pues el mundo también se lee. Pero ya a pocos les interesa leer lo que nos rodea. Nuestro aquí, es un lugar maquinal. Lo sé, ese es otro tema que da para mucho debate. ¿Quién soy yo, sino solo una lectora apasionada?
Por esos días yo tenía que presentar un taller de comprensión lectora para jóvenes a punto de titularse a nivel licenciatura. Me encontraba nerviosa. Hablar de lectura nunca es fácil y eso de contagiar leyendo… pues aún no lo he logrado. Los chicos saben que les falta leer, y lo admiten con cinismo, así que, ¿cómo enseñar en un taller donde sus asistentes estaban a la fuerza?
Este libro promete prender la luz si uno sabe dónde se encuentra el botón de encendido. El taller cumplió su propósito, no se les hizo tan traumático como ellos lo esperaban, por lo menos eso me dijeron los millennials al finalizar la última clase y Garrido, pese a que no logro que me caiga bien, quizá por sus pómulos pronunciados que me recuerdan el muralismo de Rivera, hizo que reforzara porqué amo leer y porqué quiero compartir este acto de la lectura con todo aquel que quiera imaginarse, imaginarlo, imaginar.
¿Para qué sirve la lectura y la escritura? No para que todos sean artistas,
sino par que nadie sea esclavo.