Espacio Escénico y Poder

espacio escenico  Luis Conde / Investigación teatral

El teatro tiene mucho pasado e infinitas ramas que dejan al descubierto que el hombre desde que es hombre también es teatro. Y es que el teatro, que es ese espacio hecho para mirar, es un abismo forrado de negro que de pronto se ilumina y surgen los espejos; personajes que se levantan para recordarnos que somos el único animal que puede viajar para todos lados en el tiempo… incluso en ese tiempo-adentro que yace en nuestras entrañas como un reloj que palpita cada que vemos a un Edipo sacarse los ojos; o en un tiempo-inventado mientras diseccionamos quirúrgicamente a una bailarina rubia que baila de puntitas a la par que el mundo se desmorona; o un tiempo-fuera representado por una pareja de ancianos que se reencuentran en el lugar más frío sólo para decirse que se han olvidado. El teatro enseña a mirar, aunque no quieras.

Y como enseña a mirar para todos lados, yo quise mirar en el tiempo-historia, así que tomé prestado el libro de Luis Conde titulado Espacio Escénico y Poder. Fiestas novohispanas en los siglos XVI y XVII. Después de una introducción algo ajena a mi lenguaje, logré sumergirme en la Ciudad de México de hace unos 500 años. Ese zócalo que tantas veces visité –ingenuamente- con mi madre y mis hermanas cada domingo para tomarnos la foto del recuerdo, o al que llegué emocionada por la instalación de alguna feria del libro, o cuando acompañaba a mi padre a ver cómo los soldados quitaban la bandera, había sido un espacio diseñado para la fiesta; esa “cosa” ritual que reúne colectivos y transmite conceptos. La fiesta parece ser un mero impulso inconsciente, pero sólo lo parece, tiene demasiada racionalidad.

El libro nos lleva por la celebración pública como fenómeno simbólico y donde los individuos de todas las castas se juntan para la proyección de sus faltas y aspiraciones. Es a través de esa máscara de la risa que se presentaba la algarabía con sus flores y sus animales y sus objetos llamativos para vestir la tragedia de ya no ser más los que eran, sino de “celebrar” la nueva identidad, la nueva religión, la nueva cultura.

La fiesta como poder, el escenario como poder, ¿quién lo pensaría ahora? Pero el zócalo fue, como lo fue el Coliseo, el lugar de reunión del vulgo, donde se cazaban animales exóticos, donde se ofrendaban comilonas a nombre de los nuevos reyes blancos, donde se ofrecían torneos de cañas y hasta se podían presenciar ejecuciones alzadas por los evangélicos, quienes, a través del teatro, hacían sus representaciones religiosas para “convencer” al subyugado de que sus creencias ya no debían ser creídas, pues llegaba un nuevo Dios. La fiesta debía hacer su presencia; imponerse. La conquista del otro también sabe vestirse de colores y tiene su propio espacio para sobreponer su huella ante la memoria anterior.

El teatro llevado a cabo por las ordenes mendicantes (franciscanos, dominicos y agustinos) no sólo hacían sus representaciones ostentosas, también se aprovechó del idioma nativo para llegar más lejos y de ahí, descubrir que el náhuatl no sólo es musical y bonito, sino que, por su sonoridad y la facultad para las figuras metafóricas, se volvería el idioma del teatro que evangeliza a todas las colonias restantes.

El teatro como verdad… eso ya lo sabían los religiosos. El teatro como símil de lo existente… eso ya lo sabían los ordenadores que querían erigir una nueva política y dejar atrás las pirámides y los dioses de barro. El teatro como arma, sí, pero también como conocimiento, pues nos permite entender lo que nos rebasa. Al final, el hombre de todos los tiempos lleva consigo el conflicto de no lograr ver el mundo como es, sino como cree que es, y el teatro es el arte que más se acerca a representar lo real.

Un comentario sobre “Espacio Escénico y Poder

Deja un comentario