Erich Fromm / Ensayo/ Editorial Paidós / 
Introducción a la comprensión de los sueños, mitos y cuentos de hadas.
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¿Qué son los sueños? Ha sido una de las preguntas que más se ha cuestionado el hombre a través de la historia. No fue Freud el primero, aunque sí el más conocido, quien se dio a la tarea de “analizar” ese lenguaje/realidad que se le obsequia al homo sapiens por el simple hecho de dormir. Hubo varios antes que el padre del psicoanálisis que estudiaron a fondo, desde la filosofía, la religión y la anatomía, lo que el sueño significa. Entre ellos yacen figuras como Platón, San Agustín, Lucrecio, Artemidoro, quien además los clasificó en adivinatorios y terapéuticos y Emerson, que decía que los sueños revelan nuestro verdadero carácter. No está de más decir que Kant, sí, el gran pensador prusiano que dicta con su dedo índice que el sabio puede cambiar de opinión y el necio nunca, postulaba que cuando el durmiente iba al mundo onírico era porque padecía desórdenes estomacales; el sueño como indigestión. ¿Será?
Para Fromm, gran estudioso de la obra del descubridor del principio del placer, y él mismo un extraordinario psicoanalista e interpretador de sueños, dice en su libro El lenguaje olvidado (1951) que los sueños, todos, provienen de los símbolos y que, a su vez, cada hombre, sin importar su cultura o nivel de “civilidad”, tiene la capacidad para interpretar símbolos. Para ello, menciona que los símbolos se dividen en tres estadios; a) convencionales, b) accidentales y c) universales, y es en este último, en el universal, donde radican nuestros sueños. Los sueños y sus símbolos tienen sus raíces en las propiedades de nuestro cuerpo, nuestros sentidos y nuestra mente, y eso sucede porque son comunes a todos los hombres, por lo que no hay límite para su no “comprensión”.
Sin importar la cultura y el tiempo histórico, alguien de la tribu masái en Kenia despertará inquieto porque soñó que se le caían los dientes y, al mismo tiempo, en Australia, un surfista abrirá los ojos aterrado porque soñó lo mismo. Para esto Jung, al igual que Cambpell, ya tenían hojas y hojas escritas sobre el inconsciente colectivo. Pero eso lo dejaremos para cuando toque la relectura del Héroe de las mil caras (1949).
Leer este libro me abrió muchas puertas mentales. Para empezar, me agrada que Fromm no esté de acuerdo con Freud en que el sueño es una manifestación de la sexualidad reprimida del durmiente. Para este autor, que además era humanista, soñar es entrar a esa otra realidad que está ahí, latente y que vivimos cuando accedemos al estado de la no conciencia. El sueño como libertad de ser, como herramienta para el autoconocimiento. ¡Maravilloso!
Este es el primer libro que leo de Fromm, ya conocía su obra muy superficialmente, pero fue hasta ahora y con El lenguaje olvidado que decidí hacerme una asidua seguidora de su trabajo. Leerlo no es fácil, uno tiene que tener ciertas referencias sobre mitologías del mundo, como Edipo y su tragedia con los ojos y la esfinge, pero no se queda ahí, con esa explicación que todos podemos deducir al saber que se casó con su madre y que él, al percatarse de esa terrible verdad incestuosa, se arrancó los ojos como forma de justicia. Nope. Leer a Fromm ayuda a quitarnos a ese psicoanalista baratón que todos llevamos dentro. Fromm le da un giro tan diferente a los mitos que uno termina hablando de diosas olvidadas y de hijas feministas que, por más que hubiera leído a Sófocles mismo, no me hubiera enterado de esa alternancia en la interpretación de Antígona o del proceso de Kafka, que ahora que sé que interpretar es más que intuir, Kafka es un gran escribidor de sueños universales.
¿Qué me llevo de esta lectura? Ver lo que no está y a eso, justamente, darle significado. Es increíble ponerse en otro ángulo y apreciar desde otra esquina lo que sucede en mi propia realidad.
¿De qué están hechos los sueños? Para mí están hechos de sustancia homínida. Y el perro o el gato que sueña, desde su domesticación, es porque tiene ya trozos de experiencia humana.
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