
Zygmunt Bauman / Ensayo / Editorial Fondo de Cultura Económica /
Hace un par de semanas terminé de leer Amor líquido del señor Bauman. Luis, quien se quedó poco menos de la mitad porque lo empezó primero, me lo pidió nuevamente para “ahora sí” concluirlo y ponernos a debatir. Y es que uno cuando tiene a su “pior es nada” que, además, disfruta de la lectura, todos los libros se vuelven tesoros y uno y dos quieren leer hasta el infinito y platicar sobre ese infinito para después, sorprenderse de que el infinito existe. Pero la verdad es que no es posible, la vida, tan física y llena de vómitos de gato y de infecciones caninas no deja que uno y dos, dos y uno, se entreguen por completo a ese mundo de palabras e ideas.
Hace un par de semanas, como decía, terminé de leer Amor líquido, también, desde hace un par de semanas estoy que haré este proemio para mis pocos lectores que, creo, son imaginarios. Si bien soy una activa perseguidora de ensayos, por alguna razón no le había hecho mucho caso a la liquidez de la postmodernidad, hasta que un día, esperando en una librería a un autor al que editaba, noté que en la sección de sociología había un libro de tamaño estándar con un corazón azul en medio de la portada. Sí, pensé que era un libro de desarrollo personal perdido o cambiado de estante por alguna mala broma del destino. Pero no, esa portada tenía toda la intención de mostrar justo la fragilidad de las relaciones interpersonales en una época de escasez emocional y miedo al compromiso.
Todo empieza en el prólogo con la historia de Ulrich, el héroe de la gran novela de Robert Musil. Este héroe sobresale porque carece de atributos y, como carece de atributos, él solito tiene que buscar cómo obtenerlos para ser alguien, pero la cosa, de por si complicada, se pone aún más intensa cuando el contexto en el que vive Ulrich es cambiante, lleno de señales confusas, sin nada estable. Todo se quebranta y lo quebranta.
Para Ulrich ese contexto era aterrador, pero, si habitara en la actualidad, no le resultaría extraño que los vínculos humanos penden de un hilo, pues hombres y mujeres, desesperados por encontrar el amor, se sienten descartables y descartan, a su vez, a toda potencial pareja porque existen/existimos en la cultura del mínimo esfuerzo. El mismo Bauman lo dice, la posesión, el poder, la fusión y el desencanto son los Cuatro Jinetes del Apocalipsis.
Y es que en esta época light queremos rosas sin espinas, certidumbre absoluta sobre el otro para evitar el dolor y el riesgo, ¿cómo es eso posible? Si vemos con cuidado, ahora creemos cuestionarlo todo con justa propiedad. Cuestionamos, por ejemplo, las relaciones de antaño, donde el trabajo duro por mantener y cuidar el compromiso era parte de lo cotidiano. En el presente, ante un mal entendimiento en la comunicación, cada uno huye hacia sí mismo. Luis me dijo, en una discusión de las varias que hemos tenido, que yo no sólo tenía características millennials -cosa que me ofendió-, también que era una hija legítima de la postmodernidad. Tengo una tendencia hacia el escape, lo sé. Es mi forma de morir románticamente como las heroínas de las novelas rosas que, justo cuando están por alcanzar la felicidad, perecen a causa de la tuberculosis. Sin embargo, con la observación tanto de Luis, como con las desesperanzadas palabras de Bauman, no tuve más que reflexionar.
Descubrí que, si bien no habito en novelas rosas, sí lo hago en la era del híperconsumo, de ciudades rotas que, como dice el autor, son lugares donde los desconocidos se encuentran y se están, pero ahora, en pos de la desconfianza, todo se amuralla porque hay miedo de los migrantes, porque uno es migrante o bien, porque uno desea convertirse en migrante para sentir el exilio y no responsabilizarse del mundo. Aunque los verdaderos migrantes luchan por su ser y por su estar. Habito en una época de tecnología en la punta de los dedos, donde los hijos ya son sólo deseos, como cosméticos en catálogo, porque los padres de ahora son sólo consumidores. Se procrea al hijo para consumir el deseo de ser padre. Habíase visto. Los hijos son una de las compras más onerosas que un consumidor promedio puede permitirse en el transcurso de toda su vida.
Amor Líquido me hace saber mi acuosidad. Soy líquida y es angustiante. Para Bauman no viene nada bueno, no es optimista porque el optimismo es un lujo, pero sí se puede ser disruptivo; leer, saber, darnos cuenta de nuestro propio entorno y decidir, no sólo desear, que es la trampa de esta época. El deseo del amor, el deseo de la estabilidad, el deseo de una mejor calidad de vida, el deseo de estar, el deseo de ser, el deseo de habitar. Desear es consumir y lo que se consume son productos y ésos, una vez que se acaban, se tira el empaque y se va por otro.
Para Bauman el futuro que el ser humano ha elegido se llama aislamiento; y ya vemos pruebas de ello, las ciudades empiezan a desmembrarse, a clasificarse, a cerrarse. Sólo pueden entrar aquí los de cierta clase. Sólo pueden estar allá, los de la otra clase. Al grado que nos convertimos en islas dentro de las ciudades que nosotros mismos construimos para sobrevivir en grupo. Estamos limitando los espacios públicos y abriendo, para dentro, los espacios cerrados. ¿Es esto un oxímoron cultural?
Ante la diversidad tan necesaria y también tan política, el autor da origen a dos conceptos: la mixofobia y la mixofilia. Los primeros buscan apartarse de todo lo que le resulta diferente y se mantiene sólo con aquellos que considera similares; los segundos, son aquellos que buscan pertenecer a entornos donde la diversidad reine, al grado, incluso, de provocar anarquía.
Buscar el amor en estas épocas que se escurren, ¿es posible? ¿Vale el riesgo, en esta era de intercomunicación global, vivir juntos? ¿Aún puede el ser humano establecer relaciones duraderas sin limitar su libertad? ¿Qué es la libertad en un mundo de persecución digital? Pareciera que, en este estado de realidad futurista, compartir un espacio físico es revolucionario, insurrecto.
Creo tener algunas respuestas, con el tiempo sabré si son las correctas o no. Por ahora, mientras lucho por quitarme todo tinte de estereotipo millenial, permaneceré atenta para que esta gran matrix de la postmodernidad no me desparrame por completo y no quede de mí más que un líquido perfil de Facebook; uno de los 7.35 miles de millones de perfiles que somos y donde Luis, también con su perfil, -menos líquido que el mío-, me regala un corazón en apoyo a este texto.