El Lector Literario

Pedro C. Cerillo / Ensayo / Editorial Fondo de Cultura Económica /

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El Fondo de Cultura Económica tiene un breve espacio —como diría la canción de Pablo Milanés— llamado Espacios para la lectura. Es una sección minúscula, de un estante, donde yacen formaditos y metidos en su frágil añil una colección de portadas amarillentas sin más diseño que una imagen, también minúscula, en el centro. Lo que llama la atención no es la imagen, lo que llama es el título. Son grandes títulos de tirajes aún más minúsculos, apenas cuatro mil para la hilarante información que viene contenida dentro de las hojas ahuesadas. —No es suficiente para los 29 millones de homo sapiens que habitamos en este país —me digo con ingenuidad.  Luego me vuelvo a decir:— …¡Calma, Melissa. Recuerda que en México no se lee! —Me reconforto y, despuesito, me duelo.

En esta ocasión, tuve la fortuna de leer El lector literario de Pedro C. Cerrillo. Ensayo único y del que me jacto orgullosamente de tener un ejemplar. Desde hace un rato, me propuse descubrir todo lo que hubiera sobre lectura. Me interesa el tema ya que lo veo bastante descuidado, además de que pretendo, en el futuro, desarrollar un programa de Promotoría de la Lectura. Acá entre nos, la maestría en Educación no es sólo porque me guste enseñar a chicos neoalfabetos, sino porque quiero que esos chicos, junto con sus mamaces y sus papaces, encuentren belleza, consuelo y respuesta en la literatura. Tema ambicioso, lo sé.

Entre las páginas encontré respuestas formidables y diferencias que yo daba por sinónimas como literatura juvenil e infantil. Para empezar, no hay lectura juvenil e infantil, así como no hay literatura médica… la literatura, lo que se dice literatura, tiene su propio espacio y como tal, se le debe respetar su nombre. Se le pone ahora “literatura” a todo lo que represente un conjunto de obras que tratan de una determinada materia. ¡Vaya que la Real Academia suele ser fría! No es de extrañar de pronto escuchar: —Hoy no puedo ir al cine, tengo mucha literatura canina qué leer —¡Nah! Nadie dejaría de ver una película de estreno para leer la historia de los perros y su domesticación. ¿O sí?

Lo que conocemos como literatura infantil es, en realidad, sólo libros infantiles y tal cual deben llamarse. Se clasifican en libros elementales, libros de escenas, libros de contenidos y libros ilustrados y van acorde a la edad de los pequeños lectores. Por eso es tan difícil ser escritor para niños, porque se necesita de magia y pedagogía para crear estas piezas fundamentales para la formación de futuros lectores literarios.

Entre otras cosas sorprendentes que encontré en mi viaje por El lector literario, está el cuidado que tanto docentes como padres de familia y autoridades educativas debe tener al momento de motivar a la lectura, pero como es bien sabido, ni los docentes, ni los padres de familia y mucho menos las autoridades educativas suelen ser lectores frecuentes y autónomos, entonces se puede caer, con muchísima facilidad, en convertir a la cría en un lector nuevo, y no significa que sea un lector que toma su primer libro de Crepúsculo. ¡No!

Un lector nuevo es un consumidor fascinado por las nuevas tecnologías, enganchado a la red, que sólo —o casi sólo— , lee en ella, que se comunica con otros mediante Internet, pero que no es lector de libros. Es un lector que tiene dificultad para discriminar mensajes y que, incluso, no entiende algunos de ellos. Este lector nuevo, como bien lo dice el autor, es esencialmente un lector digital y suele responder al perfil de un joven que no ha tenido la experiencia de haber vivido la cultura oral que vivieron sus antepasados, porque la cadena de la literatura tradicional se está perdiendo. ¡Y a nadie le importa!

Estamos en una crisis de lectura en México y todos los mexicanos lo sabemos. Aunque reconocemos nuestra falta de lectura, lo peor es que no sentimos vergüenza alguna, al contrario, nos jactamos de nuestro ingenio y “pus” nuestra “creatividá” no necesita de lecturas laaaaaargas y aburridas cuando, además, tenemos Facebook y otras redes sociales que, como diría Baumann, nos acompañan en nuestra profunda soledad. Aunque nos cueste reconocerlo, y cito otra vez al viejito polaco, lo que más teme el primate mamífero placentario —o sea nosotros—, es a estar solo, y las redes sociales “cubren”  ese vacío con imágenes alteradas y textos cortos de fácil interpretación.

Lo más curioso de todo, es que la literatura justo sirve para eso, para evitar la soledad, para viajar en el tiempo, para imaginar, para empatizar, para ayudarnos a crear nuestras propias imágenes mentales y generar una experiencia personal. Pero, tristemente, va perdiendo la batalla. Yo, que doy clases desde hace más de cinco años a nivel licenciatura, cuando dejo un libro a mis alumnos lo primero que me preguntan es si es extenso, qué para cuando lo quiero y si hay versión en PDF. Ahí les digo todo.

Es momento de retirarme, es tarde y mañana hay escuela. Me despido compartiendo mi utopía; está hecha de un mundo de lectores, donde haya librerías y bibliotecas con espacios y estantes más grandes para la lectura, y donde la historia de los perros y su domesticación no sea tan mala idea para quedarse leyendo en casa, aunque no pueda decir —propiamente— que me encanta la literatura canina.

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