Antonio Lazcano Araujo / Ensayo / Editorial EL COLEGIO NACIONAL /
Hace unas semanas, se llevó a cabo en el Colegio Nacional un concierto gratuito de un grupo que se dedica a la investigación y difusión de música barroca de origen hispanoamericano llamado Tembembe. El grupo lo conocí gracias a Luis y desde entonces, cada que hay oportunidad vamos a verlos. Esta vez no fue la excepción y el Colegio Nacional además de ser un hermoso recinto en el centro histórico de la Ciudad de México, también ofrece lo que más amo en esta vida; libros.
Una vez terminado el concierto y en la espera de un rico café en los breves jardines del lugar, nos dimos a la tarea Luis y yo de ver los libros que estaban coquetamente puestos en una canasta de pan que, a su vez, descansaba en una bicicleta. Había títulos para aventar pa arriba y lo mejor, a un costo bastante accesible. De entre los varios ejemplares que tomé, uno que llamó mi atención fue el de Tres Ensayos Darwinistas (2016) del biólogo Antonio Lazcano Araujo, quien es miembro del Colegio Nacional desde el 2014 y ha sido galardonado internacionalmente por su investigación sobre el origen y la evolución temprana de la vida a través del estudio de meteoritos y secuencias de genes antiguos.
Si bien no poseo la abstracción matemática para desarrollar teorías sobre el origen de la vida, sí tengo bastante curiosidad para estar al tanto de lo que sucede en dichos temas. Así que dejando de lado las lecturas pendientes que tienen que ver con mi maestría —muy mal hecho, lo sé— me puse la deliciosa tarea de leer sobre biología en general y el origen de la vida en particular acompañada de un autor mexicano que, como sabemos, no hay muchos en términos de ciencia.
Este ensayo, que habla sobre tres ensayitos, es una joya que vale la pena leer en un rato chico. Digo rato chico porque son textos breves en longitud, pero bastante poderosos en contenido. Con un tono divertido, uno va conociendo más a fondo al padre de la evolución: Charles Robert Darwin, un hipocondríaco y acuofóbico nacido en Inglaterra bajo el año de 1809.
Este señor, al que la historia nos presenta con largas barbas, una frente amplia, rugosa y una mirada algo decaída, fue quien gracias a sus observaciones, su obsesiva metocidad y su paciencia para escribirlo todo, llegó a la conclusión de que la selección natural no tiene metas ni objetivos, sólo resultados, por tanto, cada especie biológica que se extingue desaparece para siempre del escenario del mundo. La especie Homo sapiens no somos la excepción.
Para Darwin —que de niño se guardaba los insectos en la boca porque ya no le cabían en lo bolsillos durante los paseos al campo— la Biología es una disciplina histórica y que, justo por eso, la vida no se puede definir. Porque a diferencia de lo que ocurre en otras disciplinas como el Derecho o las Matemáticas, la Biología depende directamente de lo empírico y bien sabemos que toda experiencia siempre está en movimiento continuo. La evolución, por tanto, no es lineal.
Hijo y nieto de cirujanos, a Charly le esperaba el mismo destino, así que pese a su talento precoz sobre el mundo natural, fue obligado a estudiar medicina, y aunque tuvo todas las buenas intenciones de hacerlo, pues nunca se catalogó como un rebelde, apenas veía sangre se desmayaba, sin olvidar que el dolor de los enfermos era parte del proceso. Recordemos que la anestesia se usa por primera vez en humanos en 1850 y las operaciones a cuerpo abierto se hacían con toda la valentía que el paciente y el médico pudieran tolerar. En ese rubro, Charly era un intolerante.
Ante esa debilidad de carácter eufemizada como sensibilidad, su padre lo envió a estudiar Teología. Así mero, un científico estudiando a Dios. Y aunque terminó la carrera, no fue un “licenciado” muy ducho en explicar que todo lo que existe y lo que no existe se le debe a un Creador Divino. Así que gracias al azar, que más adelante estudiaría con lupa de 40X, Charles conoció a un tal Robert FitzRoy, un marinero pretencioso que partiría en una embarcación llamada Beagle hacia todas las esquinas del mundo. El viaje a según duraría dos años, pero tardó cinco y fue una verdadera pesadilla para nuestro naturalista de 30 años que no paraba de vomitar. Darwin, que todo lo escribía, dijo odiar cada ola del océano.
Gracias a ese viaje, Darwin pudo empezar su colección de piedras, animales y algunas plantas. Tenemos la famosa tortuga de los Galápagos que fue analizada por el mismísimo evolucionista y aunque ese paseo en barco aportó mucho para sus futuras investigaciones, al pisar tierra firme, se casó y se fue a vivir al campo inglés de donde no salió nunca más por voluntad propia. Su casa rural era suficiente para encontrar las pruebas que precisaba respecto a la evolución; ranas, aves, mariposas y otras especies que le dieron lo que él necesitaba para responder y generar nuevas preguntas.
Por esos años, en los que Darwin hacía de un despistado padre de familia y de un investigador riguroso, existió una mexicana llamada Julia Pastrana. Ella padecía hipertricosis congénita universalis, además de una displasia gingival que le daba una apariencia en exceso simiesca. Esta mujer, que fue vendida a los circos como el eslabón perdido entre el mono y el hombre, fue objeto de estudio de Charles Darwin, quien afirmó que era una chica completamente normal con una desafortunada condición que le cubría de pelo grueso todo su bien formado cuerpo, propio de una hembra homínida en etapa fértil, pero no le causó mayor curiosidad ya que no representaba ningún tipo de enlace entre el antropoide y el Homo habilis.
Gracias a Darwin tenemos la genética, más o menos sabemos qué es la vida y podemos hacer la separación de la vida biológica de la vida social. Ahora mismo nuestra sociedad se debate sobre decidir si un cigoto, una blástula o una mórula son entidades sociales que debieran ser protegidos a toda costa por los valores éticos y las instituciones gubernamentales y de salud. Si bien desde el punto de vista biológico están vivos, como lo está un tejido, un órgano, una placenta, o un tumor, lejos están de ser individuos humanos. No son personas. Eso, el ser persona, es una construcción meramente cultural que nada tiene que ver con la vida biológica. Recordemos que la naturaleza no es binaria, no hay bueno ni malo, carece de conciencia, de moral y la vida se entiende desde otro lugar al que todavía no hemos sabido llegar. Por estos adelantos Darwin fue duramente señalado, además de que la época victoriana en la que vivió se caracterizaba por ser extremadamente conservadora y la ciencia lejos está de tener carácter carco. Las cosas, si nos fijamos, no han cambiado mucho, que digamos.
Con todos los avances tecnológicos y médicos que hemos tenido, cada día se desaprueban más las teorías de Charles Darwin, sin embargo, creo yo que su trabajo metódico y frío incomoda a la sociedad por no colocarnos como criaturas con almas superiores a todo lo que nos rodea. Nos queremos separar de la naturaleza a toda costa llamándonos humanidad. Darwin lo que hizo y aún hace mediante sus escritos, es decirnos que somos parte de ella, de la naturaleza. Ningún humano es especial, nuestro nacimiento es una suerte de selección. Lo que hagamos con nuestra vida en el entorno cultural es otra cosa, una cosa completamente ajena que no compete ni importa al entorno biológico.
Y como ente cultural me pondré a escuchar Tembembe. Como ente biológico me consuela saber que no estoy predestinada para absolutamente nada. Sólo soy, porque soy azar.