México Sin Sentido

Guillermo Hurtado / Ensayo / Editorial Siglo XXI /

Captura de Pantalla 2019-12-15 a la(s) 19.08.55México es un país dogmático, violento y conductista. Nada funciona sin el estímulo–respuesta. Se da en todos los niveles, desde la familia hasta el Estado. El padre, el maestro, el alcalde, hombres que imponen su voluntad y su muy personal sentido de justicia para conseguir sus fines bajo la bandera del “bienestar común”.

Si bien México ha manifestado algunos cambios, como el nuevo sitio que la mujer ocupa en la sociedad, hay tres problemas que persisten: el estancamiento económico, la violencia y el fracaso de la democracia. Y en este último quisiera centrarme.

La complejidad de este tema radica en que todos tenemos opiniones sobre la democracia, pero lejos estamos de darle un valor reflexivo. Por ello, Guillermo Hurtado, doctor en filosofía por la universidad de Oxford y Director del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, en su libro México sin Sentido (Siglo XXI, 2011), señala que la democracia mexicana no funciona porque carecemos de incentivos para actuar de manera organizada frente a las dificultades, y eso se debe a nuestra mirada a corto plazo. Añade que culturalmente no tenemos una visión integradora, lo que nos hace caer en promesas electoreras que nunca han de reflejarse en hechos.

Desde la introducción, Hurtado afirma que México tiene un conflicto aún no resuelto con su historia y reflexiona sobre las palabras de Luis Villoro (1922–2014), quien caracterizó a los conservadores como preteristas y a los liberales como futuristas. ¿El resultado? Nos hicimos presentistas, es decir, estamos atorados en el presente, como náufragos que han perdido contacto con sus ayeres y carecemos de visión hacia el mañana.

México sin Sentido es un libro algo parco en su edición, sin embargo, el contenido es un tesoro, pues el autor propone que para tener democracia, México necesita EDUCACIÓN. La educación es el único horizonte claro al que podríamos aspirar si realmente buscamos el tan anhelado cambio.

Hurtado recalca con elegante insistencia, entre las poco menos de 100 cuartillas de su obra, que las escuelas deberían ser espacios colectivos donde los maestros de civismo sean filósofos, ya que la filosofía puede contribuir a la democracia si se le concede un sitio adecuado. De esa manera, los alumnos aprenderían que la democracia supone una forma de vida colectiva fundada en la fraternidad y por ello no pueden permanecer indiferentes ante los problemas de sus conciudadanos.

Ya lo decía Antonio Caso (1883-1946), que afirmaba que la solución de nuestros males no es un asunto de ideologías o de preferencias políticas, sino de los sentimientos morales que tengamos ante el prójimo y de la manera en que esos sentimientos nos hagan actuar para conseguir un mejor país. Hurtado, de manera directa propone casi lo mismo de quien fuera rector de la UNAM. Para este pensador de 57 años, la filosofía tiene que realizar por lo menos tres tareas en la escuela para impulsar la democracia:

  1. Brindar a los alumnos las habilidades para razonar, argumentar y discutir de manera correcta y virtuosa con el fin de tomar decisiones colectivas de forma democrática.
  2. Enseñar a los alumnos a reflexionar de manera crítica y reflexiva sobre los valores centrales de la democracia y orientar sus decisiones con base en esos valores.
  3. Formar a los alumnos para que adopten de manera informada y autónoma los ideales colectivos que han inspirado al proceso de construcción democrática.

Esto me lleva a recordar mi materia de civismo en la secundaria, en particular al profesor, que era una figura cansada, con profundas arrugas en el rostro, de cristales gruesos, y vestía una camisa desgastada con un par de botones apenas sostenidos por un hilo. Su “metodología de enseñanza” era que, seriecitos todos los alumnos, copiáramos las unidades del libro al cuaderno mientras él se disponía a leer el periódico. Así “me enseñaron” las prácticas sensibles y quien lo hizo, cabe decirlo, fue un ser humano parecido a lo que hoy representaría la democracia, un ente frustrado con sentimientos de inseguridad y aferrado a un pasado que sólo conoce su memoria. ¿Cuánto ha cambiado esa figura y esa “enseñanza” hoy en día?

¿Qué pasaría si de pronto fuera un filósofo quien estuviera impartiendo esta nueva educación sentimental de la que ya hablan algunos estudiosos del tema y, que, al igual que Hurtado, proponen que se genere una filosofía para la democracia? Una filosofía que asuma los compromisos de resolver los problemas nacionales a través de la educación.

Ahora bien, la gran pregunta del millón: ¿Por qué los filósofos no están en las escuelas haciendo lo que saben hacer? Para el autor, esto no sucederá porque es un riesgo, un riesgo que al Estado no le conviene tomar ya que se cuestionaría aún más a la historia oficial. Recordemos que la filosofía no sirve para proteger creencias, sino al contrario, sirve para debilitarlas, para sembrar la semilla de la duda. Esa es su esencia.

Motivada con la lectura sobre la importancia de la democracia y la filosofía para llevarla a cabo en las escuelas, meto mi cuchara para decir que hasta eso debemos aprender los mexicanos; aprender a dudar para dejar de desconfiar. La desconfianza sólo nos aísla, nos individualiza y nos orilla a perder la identidad. Pero dudar, dudar es otra cosa. Dudar es dar sentido y es lo que México necesita con urgencia.

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