Ensayos sobre el cuerpo humano, la salud y la mirada médica
Cristóbal Pera / Ensayo / Editorial Cal y Arena /
Existen ciento noventa y tres especies vivientes de simios y monos. Ciento noventa y dos de ellas están cubiertas de pelo. La excepción la constituye un mono que anda sobre sus dos piernas y se ha nombrado a sí mismo Homo sapiens. Ese mono desnudo (Desmond Morris) posee el mayor cerebro de todos los primates y, por tanto, el mayor nivel de complejidad sobre sus motivaciones, su existencia, su relación con el otro y, por supuesto, la relación intrapersonal con su propio cuerpo.
El cuerpo, aunque caducable, biológicamente deteriorable y siempre vulnerable, es el objeto semiótico por excelencia del vasto grupo humano sin importar su cultura. Si bien el cuerpo ha sido tema de todos los tiempos, Cristóbal Pera, en sus ensayos sobre el cuerpo humano (2012), habla de diversos lenguajes que el cuerpo representa. Con sólo leer el índice se despliega la panorámica de contenidos que un cuerpo puede ser: icónico, pornográfico, herido, perforado, sometido, al límite. Cuerpos enamorados, resentidos, obesos, longevos, huecos, rechazados, exaltados. Cuerpos grotescos, cuerpos políticos, cuerpos sexuados.
Parte de la condición humana, como lo menciona el autor de este libro, es cuestionarnos sobre nuestro propio cuerpo. Cuestionamiento que nunca dejará de estar presente al ser testigos de los cambios biológicos y psíquicos que experimentaremos en carne propia. El primer concepto que tuve de mi cuerpo es que me estorbaba. Fantaseaba con sólo ser un cerebro metido en un frasco con algún tipo de líquido para garantizar mi sobrevivencia —¿intelectual?—. Tener un cuerpo requería/requiere mucho mantenimiento; vestirlo, alimentarlo, sacarlo a que le diera el aire. Poseía un cuerpo al que otros cuerpos obligaban a bailar y a verse de cierta manera. ¡Vaya que me parecía odioso! No comprendía a esos cuerpos que sí les gustaba ser cuerpo y cumplir con lo establecido sobre su persona corporal.
De los cuerpos que conozco, muchos de ellos temen a la vejez, misma que describen con los adjetivos de decadencia, decrepitud, pérdida de sentido y de gusto. La vejez como cuerpo atrapado en la gravedad, en su propio peso corroído. En lo personal, nunca he visto así la vejez. Esperé a que el tiempo reacomodara esa falta de miedo a lo anciano, pero no, no ha llegado ese cambio de parecer y ya no soy precisamente joven. Mi madre dice que ya llegará. Que siempre llega.
Cristóbal Pera menciona en la parte médica del libro, porque el libro se divide en dos apartados; uno donde describe ese cuerpo cultural y la segunda el cuerpo desde la salud y la mirada médica, que las sociedades, con sus contadas excepciones, viven en una cultura de la enfermedad, por eso ese miedo a envejecer. Somos parte de un sistema corrompido que no garantiza una vida digna una vez llegada la tercera edad. Los gobiernos no ofrecen calidad en sus instituciones de salud, los médicos cada vez son menos empáticos con los pacientes, las enfermedades están a la orden del día provocadas por adicciones permisivas y permitivas como el tabaco, el alcohol, el consumo de comida chatarra, el estrés laboral, la poca actividad física y, porque no, dice el autor, la falta de espacio íntimo en la vivienda.
Nuestro cuerpo habita otro cuerpo. El cuerpo de la ciudad. Construcciones que nos protegen del clima, del poder de la naturaleza. Esa ciudad, ese cuerpo que se fortifica para las costumbres, las artes, el entretenimiento y el trabajo, se poluciona y nos consume al no ser gestionadas para una cultura de la salud donde haya un buen sistema de drenaje, baños dignos en las zonas marginadas, agua corriente, espacios para los deshechos de basura. En la cultura de la enfermedad, la vejez es un tema tabú y de salud pública, un tema que se relaciona con lo inservible. Los cuerpos son válidos mientras son jóvenes y todo mercado se mueve a favor de esa premisa.
El libro se conforma de 308 cuartillas y su contenido se organiza en ensayos breves, algunos, cabe decir, más interesantes que otros. Uno de los que más llamó mi atención fue el cuerpo pornográfico, donde Cristóbal Pera menciona que lo que se consume en Internet no es pornografía, sino pornotopía, cuando el cuerpo es sexualmente fragmentado, es decir, cuando vemos el acto centrado sólo en los genitales expuestos que son, normalmente, de quien es sometido en el precario discurso que presentan los personajes desnudos cuya urgencia es llegar a la acción mecánica.
Creo importante mencionar que me sorprendió que un catedrático de cirugía escriba tan metafóricamente sobre el cuerpo. ¿Qué es el cuerpo? Sino una unidad biológica compleja que sólo puede ser narrado a través de la metáfora. Un ejemplo de ello es que cuando hablamos de una persona con cáncer, luego luego usamos la analogía de la guerra. Un lenguaje bélico nos ayuda a reconstruir aquello que nos asusta, y es ahí cuando usamos términos como “ganó / perdió la batalla contra ese terrible enemigo”. O en otros casos, solemos separar el cuerpo para darle el significado a un todo, lo que en literatura se llama sinécdoque. “Dame una mano” para indicar ayuda, o “se levantó con el pie izquierdo” para explicar retóricamente que tuvo un mal día, “échale un ojo”, “es un boca floja” etc.
Desde que Luis y yo estamos —somos— juntos, por su profesión asisto con cierta frecuencia al teatro. Ahí percibo cuerpos en un escenario representando a cuerpos ficticios. De Luis me asombra su asombro; su optimismo para con los cuerpos que se mueven con técnicas e improvisaciones, con voces ensayadas, con memorias perfectas. Pero yo me asombro aún más de mi asombro, pues en la oscuridad que ofrece el espacio del espectador, los miro iluminados desde una distancia prudente y me escandalizo en silencio. Cuerpos que dan su cuerpo a otros cuerpos. Cuerpos que gozan de la mirada pública y anónima prestándose amorosa, vanidosa y obsesivamente para decir algo. Cuando percibo esos cuerpos que me parecen ajenos, ajenísimos, me pregunto por sus cuerpos reales; sus dolores, sus miedos, sus vanidades e inseguridades. Trato de verles, desde mi distancia anónima, las orejas, los pliegues de los párpados, las uñas o los dientes chuecos. Después los imagino en lo cotidiano y me exalto aún más. ¿Podría yo encarnar otro cuerpo?
Cristóbal Pera no redime al cuerpo. No lo disculpa por sus constantes y repetibles imperfecciones transmitidas de cuerpo en cuerpo mediante el coito. Para él, desde su mirada más médica que cultural, los seres humanos —dentro de sus cuerpos— son espacios con formas cambiantes que transitan con la memoria de su identidad personal. El cuerpo como reflejo de nuestro yo; individuo realmente idéntico sólo a sí mismo a lo largo de su biografía, con una personalidad específica, a pesar de las progresivas modificaciones de su anatomía caducable.
Mi cuerpo es un cuerpo perforado, herido, pigmentado, pequeño, enamorado, protegido, satisfecho, aún completo, visible y autónomo. Un poderoso cuerpo que transita. ¿Hacia dónde? Hacia el único lugar donde pueden transitar todos los cuerpos; hacia lo humano.