Amores y desamores que han cambiado la historia
Rosa Montero / Narrativa biográfica / ALFAGUARA /
Después de un ang
ustioso día en el Ministerio Público, Luis y yo decidimos soltar. Así que con mochila y bolso en hombro tomamos camino hacia la calle de Donceles. Compararíamos libros del viejo. Las librerías del viejo parecieran tener algo de laberinto y uno, de vez en vez, tiene la necesidad de ser el minotauro.
Entramos a la librería Hermanos de la hoja. Era un laberinto tal cual lo necesitaba. Con sus interminables hileras de anaqueles proveídos de vadecúmenes imperfectamente colocados. Normalmente, cuando asisto a una librería, sé más o menos qué quiero comprar, pero esta vez no pasó. Me percaté perdida entre tantos temas y autores. Mi mente estaba en blanco, así que me hice cochinilla y tomé el primer libro que salió de la sección de Género y Psicología. Al tenerlo en mis manos, torcí los ojos al leer 101 técnicas para conquistar a una mujer. ¡Vaya!, me dije, qué título tan largo, qué portada más horrenda y qué contenido más escabroso. Tomé el siguiente y la cosa no mejoró: Mi chico me pega pero yo lo quiero. ¡Wow! ¿Pues en qué sección estoy? Miré el letrero y, en efecto, era psicología y género. No juzgué a la librería, juzgué a la cultura. Ahora me agrada saber que muchas cosas están cambiando como el no confundir la psicología con libros de supuesta superación personal.
Con las manos vacías y los pies algo doloridos, fui hacia la salida. Con calma esperaría a mi compañero, a quien vi platicar muy a gusto con el encargado. Éste iba y venía con libros y más libros para Luis, que sonreía con los ojos iluminados. Imaginé que su búsqueda había llegado a buen puerto. Al verme, me preguntó si ya sabía qué quería. Le contesté que esta vez no compraría nada. Entonces, así, como un flashazo dijo: —Rosa Montero, pregunta por los libros de Rosa Montero.
El encargado, que escuchó nuestra conversación, me señaló la sección de literatura hispana. Pequeño pasillito muy acogedor. Encontré autores como Felipe Garrido, a quien ya he leído. A Margo Glantz que le traigo muchas ganas, pensé que si de casualidad estaba Guadalupe Nettel me llevaría lo que encontrara de ella, pero brilló por su ausencia.
De repente, el señor librero llegó hacia donde estaba con una pilita de libros entre sus manos. Todos eran de Rosa Montero. ¡Qué maravilla! En casa ya tengo Historia del rey transparente (2005), una de las mejores novelas que he leído en mi vida; Historias de Mujeres (2007); La hija del caníbal (1997), que, confieso, sólo vi la película, y ahora, me hacía poseedora de Pasiones; amores y desamores que han cambiado la historia (2001). La portada es tan, pero tan fea, que aunque soy de las que no juzgan por la cubierta, en esta ocasión no tuve más remedio que hacerlo. ¿Qué estaba pensando el diseñador? ¿Por qué Alfaguara lo permitió?
En cuanto me hice a la lectura de los 18 relatos que concentra el libro, conocí los secretos de los duques de Windsor y su vida opípara, pues tanto Wallis como Eduardo —el príncipe de Gales—, prácticamente no comían. Wallis pese a su fealdad y sus fríos ojos azules, decía que nunca se tiene suficiente delgadez ni suficientes diamantes. De Inglaterra de principios de siglo, Montero nos lleva a Rusia, con el mismísimo Tolstói y su abnegada mujer, Sonia, quien tuvo que chutarse, una semana antes de casarse y con 17 añitos de edad, los diarios de su futuro esposo, un hombre casi 20 años mayor. Esos diarios describían con lujo de detalle todas las perversiones y bajezas sexuales que el famosísimo escritor había experienciado en el pasado y que probablemente no dejaría de practicar en el presente.
Después, una vez que me quedé en shock por el aguante de la inquebrantable Sonia frente a un marido genio pero de carácter monstruoso, me leí la historia de Juana la loca y Felipe el hermoso. Para empezar, Juana no estaba loca y Felipe era una fealdad en patas. Juanita sí que tuvo una vida miserable, pues todos los hombres de su vida, incluyendo al esposo, su hijo y su padre, abusaron de su título nobiliario para hacerse al poder, por lo que la pobre vivió casi cuarenta años encerrada en un castillo con las ventanas clavadas con fuertes maderas, pues los asesores de estos cobardes, que se decían su familia, le negaban la luz del sol por miedo a que ella hablara con extraños y se diera un desajuste político.
Gracias a Montero cambia mi percepción de Oscar Wilde, a quien tenía yo como un bohemio más de finales del siglo XIX. Resulta que este gigantón carnoso de mirada noble y que adoraba su fofo, pero interminable trasero, perdió todo por amor; perdió prestigio, dinero, libertad y hasta la vida. Así es, se enamoró de un narcisista de voluminoso cabello llamado Alfred Douglas, quien era como 15 años menor y, pese a su juventud, logro destruir a un hombre sensible que, aún en la miseria, supo perdonar.
No podía faltar la tormentosa y tóxica relación de las estrellas de Hollywood Liz Taylor y Richard Burton, ambos excéntricos, desamparados y dependientes uno del otro. Alcohólicos que se decían amar hasta los huesos, pero su amor era tan dañino que cuando todo iba bien, se sentían tristes y buscaban la forma de torturarse para sentir en sudor y lágrimas la correspondencia de la pasión. Para mí, historia aburrida, hace mucho que dejé de creer que el amor doloroso es el verdadero amor.
Y la lista sigue y sigue, como por ejemplo Evita con su general Perón, o Lewis Carrol y su pedófilo amor hacia Alicia, la estratega Cleopatra y el mequetrefe de Marco Antonio. Muchas ideas cambiaron para mí después de la lectura de estas espeluznantes historias, pues yo bien romántica, había visto la película donde Andy García con sus ojos color melancolía representaba hermosamente a Modigliani. Lo pintaban como un hombre en crisis existencial y enamorado. Pero no, señores, Modigliani era un alcohólico pobretón que pese a su mediterránea belleza no sabía amar y por eso, se llevó entre las patas a la tímida Jeanne, que tampoco sabía amar.
Infidelidades, adicciones, locura, incesto, excentricidades, cartas que atraviesan los océanos del tiempo, lutos interminables por los amores fallidos, suicidios y mucho más, es lo que se encuentra en los relatos de Rosa Montero, quien con exquisita voz y un tono de ironía, saca los trapitos sucios de esas parejas que tenemos en alto, como símbolo de amor total, pero lejos está de siquiera ser amor. Quizá deseo u obsesión. Bien lo demostró Mark Twain, quien estuvo casado por más de 30 años con su esposa Olivia. Ambos son esas raras excepciones de la durabilidad y la salud emocional, pues la relación de estos dos se basaba en una convivencia construida con trabajoso esfuerzo día tras día y, sin duda, plagada de altibajos y de carencias, con momentos de desdén y aburrimiento, como siempre sucede en lo real, pero comprometidos con el ser humano complejo y limitado del otro.
Los laberintos son necesarios para la búsqueda. Uno entra como un minotauro y sale airoso cual Dédalo, con enormes alas de cera. Yo siempre quiero ser minotauro.