Strauss quería pastel

Captura de Pantalla 2020-04-28 a la(s) 22.44.10Adrián Chávez / Ensayo / Editorial Tierra Adentro /

Descargable en PDF: https://www.tierraadentro.cultura.gob.mx/wp-content/uploads/2020/03/Adria%CC%81n-Cha%CC%81vez-Strauss-queri%CC%81a-pastel.pdf

Ser profesora universitaria de modelo presencial y de pronto cambiar a modalidad en línea fue un gran reto; no sólo lidiaba con mi inconformidad, también con la de mis alumnos que no aterrizaban la idea de que todo se haría a través de una pantalla y tendrían que aprender a autogestionarse. La cosa con ellos, es que podían estar ahí, presentes sin ser vistos en las sesiones de videollamada, pues colocan una fotito linda y de vez en vez me confirmaban su presencia con un “sí, miss”, pero yo, yo tengo que ser con la cámara encendida sintiéndome increíblemente expuesta, pues si algo había evitado toda mi vida era justo eso, aparecer en una pantalla y ahora, se convertía en mi cotidiano.

En el poco tiempo que tenía entre clases para liberar la angustia y evitar ser una olla de presión, leía en mis redes sociales sólo una cosa; cuarentena. Cuarentena al mojo de ajo, cuarentena falsa, cuarentena Gatell, cuarentena síntomas y un montón de cuarentenas que me percaté adicta a la pandemia. No hablaba de otra cosa con Luis que del número de muertos en el país, que si el virus ha mutado, que si seremos de los millones de mexicanos que perderán su poca estabilidad económica y caerán en la pobreza, que si ya me dio COVID-19 porque tengo cólicos y la alergia no cesa, en fin… todo en mí era fatalismo.

Así que un día, de esos soleados que tanto me encantan, me encontré en Facebook el link para descargar el libro Strauss quería pastel (2018) de Adrián Chávez; quien fuera compañero de Violeta en la escuela de Intérpretes y Traductores. Meses adelante tuve la oportunidad de conocerlo en persona cuando las hermanas Limón teníamos una agencia de traducción y corrección de estilo.

Al verlo por primera vez, me sorprendió su tez extremadamente blanca que combinaba con su gabardina negra. Sabía que era un dude quisquilloso con las palabras, de esos que dan miedo por su obsesión con el lenguaje y que sabe usar bien las comas y los puntos y seguidos. Sin embargo, no omitiré que también me pareció un intelectual con la sensibilidad suficiente para… pues para algo, de mente aguda con un sentido del humor que sólo los astutos podrían cachar a la primera.

Si bien me enteré “envidiosamente” que había ganado el Premio Nacional de Ensayo Joven José Luis Martínez 2018, guardaba en mí la curiosidad de leerlo. Es interesante saber qué escribe la gente que conoces. Tengo el privilegio de tener amigos que también son escritores y que me gusta admirar porque los conozco desde su presencia y también desde sus palabras; como ejemplo pondré a Lourdes Meraz con su novela maravillosa El abismo de la piel (2013), a Rafa Carballo con su poemario Fiasco (2015), a Antonio Letelier con sus poemas sinestésicos bien puestos en Miserias del fin de mundo y amores matapajaritos (2012) y por supuesto a Luis Conde, quien se va más hacia el ensayo y la investigación con su libro sobre Espacio Escénico y Poder. Fiestas novohispanas en los siglos XVI y XVII (2014).

Esta vez le tocaba a Adrián. Sé que no puedo decir que somos amigos, incluso no sé si nos llevaríamos bien, pero de que lo admiro, pues eso no se discute. Así que emocionada descargué el libro que Tierra Adentro se dio a bien ofrecer a los lectores entusiastas en tiempos de que lo mejor que puede hacer uno por el bienestar de sí mismo y de los demás es quedarse en casa.

Para empezar, el título es genial, Srauss quería pastel. ¿De qué podría tratarse? Sólo sabía que Strauss era un músico del siglo XIX. Qué  lejos estaba de saber que era el compositor del Danubio azul. También sabía que el pastel era una invención griega que va de la mano con los cumpleaños. Yo me llevo fatal con esas fechas. En mi mundo ideal no se festejarían los cumpleaños y quien lo celebrara clandestinamente sería condenado a trabajos forzados. Pero eso es otra historia.

Como lectora disciplinada lo primero que vi fue el índice. Había 13 textos con títulos y subtítulos muy peculiares. Algunos llamaron mi atención más que otros. Sin embargo, arranqué por el principio. No sabía qué esperar. No veía un hilo conductor del todo claro.

¡Muy bien!, me dije, en punto de las 8:30 de la mañana de un miércoles milagrosamente silencioso, y después de un receso de una clase de tres horas por Zoom. Tengo mucho qué decir al respecto sobre esa obsesión de las escuelas por dar clases interminables vía pantalla.

Me hice un buen café instantáneo y empecé la lectura en mi iPad. Sesenta estorninos y la obsesión de un hombre por las aves y Shakespeare. Strauss quería pastel, el Danubio azul y las conocidas mañanitas al ritmo de esta pieza austriaca. Ya entendía. ¡Se trataba de covers! Muy inteligente pensé, y me seguí en la lectura hasta que dieron las nueve ante meridiem.

La segunda parte de la clase me sentí más motivada, probablemente por el café, porque ya estaba más despierta y por la lectura placentera. Pese a que bibliotecas y editoriales abrieron sus plataformas para leer libros maravillosos, yo, en mi esclavitud pedagógica no tenía más tiempo que para medio dormir y seguir anclada en la computadora diseñando clases. Sin embargo, empezar esta lectura fue una bocanada de aire fresco: soy lectora, necesito leer.

Al terminar la sesión de mi clase de tres horas, iríamos Luis y yo al súper con cubrebocas bien puestos para comprar nuestra despensa. Pero aún tenía unos minutos, así que me recosté en la cama verdemente tendida y me dispuse a leer. Poco a poco encontraba esa relación de lo original con el cover, con la cultura pop y las anécdotas del autor. Me identifiqué con esa infancia pese a que a Adrián le llevo una generación adelante, pero sí, yo también tenía/tengo una madre que me heredó todo ese arsenal de canciones de desamor depresivo dependiente y que aún hoy en día canto, aunque mi vida amorosa esté estable. Chespirito.… nunca me gustó, nunca me gustará y aunque manifestaba mi desaprobación en voz alta, en casa se veía religiosamente. No sabía qué esa musiquita introductoria tan característica y casi condicionante era The Elephant Never Forgets de Jean- Jaques Perrey que, a su vez, es algo así como un intertexto del Opus número 13, mejor conocido como la Marcha Turca de Ludwing van Beethoven. ¡Vaya de lo que se entera uno!

Ya en la noche, cuando es hora de darse esos 15 minutos antes de cerrar los ojos y apagar la lámpara, leí sobre el miedo del autor a las botargas y el temblor del 2017 en la Ciudad de México. Reflexioné sobre qué me producen las botargas y llegué a la conclusión de que nada, pero no lo dejé ahí, me pregunté qué me daba miedo a mí, a la Melissa que habita conmigo, terminé con una lista mental larga. Respecto al temblor, agradecí a las estrellas que me tocara en casa.

Despuesito, aunque ya no sé si voy en orden, me encontré a los Power Rangers, leí con calma y sonreía ante las coherentes palabras del autor. Coincidía en casi todo. No podía faltar Shakespeare, el omelette de Hamlet y su relación cinco siglos después con la obra de Brodway y la peli de Disney llamada El Rey León. Todos sabemos —aunque no hayamos leído la obra— que la poderosa historia está relacionada con Hamlet, que tiene que ver con la muerte del padre, el exilio del príncipe y el tío usurpador. El guionista mexicano Guillermo Arriaga dice que para que una historia funcione, los personajes deben estar muy, pero muy estrechamente vinculados. Esto obvio lo sabía el favorito de la reina Isabel I y hasta hoy, ese conflicto no caduca. ¡Del ser o no ser al Hakuna Matata!

Puedo seguir y seguir hablando o casi haciendo una crónica de este muy interesante ensayo. Es breve. Intenso. Harto entretenido, ligero y con un lenguaje muy cuidado y simpático. Me imagino su hechura, toda la investigación y el bagaje cultural de quien lo escribe. Mis respetos.

Me encantará recomendarlo a mis alumnos, a quienes intento persuadir de que la literatura no sólo incluye novelas juveniles como Harry Potter o Bajo la misma estrella. Aunque de a poco lo voy logrando, aún quedan algunos reacios que se resisten a creer que el ensayo puede a uno hacerlo feliz. Y este es un ensayo para sentirse feliz.

Regreso a mis clases online de tres horas. Regreso a mi adicción a la pandemia.

2 comentarios sobre “Strauss quería pastel

  1. Hola Maestra Soy su alumna Ximena Jaret Martinez Vargas. y estoy con usted en la clase de lenguaje y narrativa.

    Me ha encantado su ensayo debo admitir que no soy muy fan de leer pero por como se expresa en el ensayo sus palabras y la forma en como describe la situación por la que hoy en dia todos vivimos, después de leerla me han entrado unas enormes ganas de leer y de leerla.
    Debería escribir mas seguido, inspira mucho profesora la felicito y admiro mucho.

    APLAUSOOOOOS!!

    Yo suele sugestionarme mucho y muy fácil por un simple dolor de cabeza o tan solo de ver mis redes sociales y que me aparezca un video de hospitales luchando contra el corona virus para mi eso es terrible. No duermo siento que yo ya estoy contagiada y me hago un sin fin de ideas que me quitan el sueño, me gana el sueño tardísimo y tengo clase diario a partir de las 7:00 AM

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    1. Hola, Ximena;
      ¡Qué gutsto y qué honor encontrarte en mi blog!
      Me halagan muchos tus palabras y me siento muy contenta de que me hayas leído. Te agradezco infinitamente el tiempo dedicado a la lectura de este proemio.

      Sí, en estos tiempos es fácil sugestionarse. Creeme que te entiendo bien, yo también he pasado por ese miedo. De sentir que estoy contagiada por presentar un mínimo síntoma. Pero lo vamos logrando. Esto del covid va para largo, extrememos precauciones y no nos confiemos.

      Te mando un fuerte abrazo.
      Nos vemos en clase 🙂

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