Miserias del fin del mundo (y amores matapajaritos)

miserias-1-1Antonio Letelier / Poesía / Editorial Editorialilla /

En casa había libros, no sé bien por qué si no éramos precisamente lectores. Pero había libros. Libros sobre tácticas militares, de cómo hacer amigos, de historia universal y una cuantiosa enciclopedia de virreyes y caudillos. Mucho sobre Benito Juárez y su amor secreto a Maximiliano de Hamburgo. Había repisas enteras de biografías, dos que tres diccionarios de masonería por no decir la docena, algunos recetarios con fotos sugerentes; de ahí que quiero un pastel blanco decorado con buganvilias frescas.

Yo visitaba con regularidad ese librero. Veía los lomos de los libros, tomaba al azar alguno y en su portada colocaba con tinta roja su precio. Medio lo hojeaba, capturaba algunas palabras o incluso oraciones y decía, este libro cuesta 50 pesos y así, mientras ponía precios, me topé con una cubierta dulce y de título propio para una niña que buscaba cuentos. Me encontré con Rubén Darío y su sonatina La princesa está triste… ¿qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa.

Me senté en el piso y seguí leyendo. Que ha perdido la risa, que ha perdido el color. La princesa está pálida en su silla de oro; está mudo el teclado de su clave sonoro, y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor. Nunca había experimentado algo tan más curioso, la palabra hecha verso, como una canción que se habla y no se detiene, que te hace seguir y seguir porque te hacer ver y ver y sentir y sentir. Me levanté apresurada para decirle a  Paulina, pero no la encontré, la otra, Violeta, era muy pequeña y carecía de la capacidad para maravillarse por algo que no fueran papillas. Busqué a mi madre… ¿Dónde estaban todos? Me regresé al pie del librero, me senté nuevamente y en voz alta seguí para mí misma… ¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa, quiere ser golondrina, quiere ser mariposa. Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata, ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata.

Y desde ahí, he buscado poesía. Valga decir que lo poco o mucho de lo que sé es meramente empírico, basada más en la intuición, en el amor y respeto profundo que le tengo a las palabras. Si bien empecé con las rimas, de apoco me fui oscureciendo. Buscaba poemas con otras musicalidades. Poco a poco me salí del estante de las librerías y caí en ferias donde los poetas vagabundos sin mesa de ventas intercambiaban sus panfletos por unas pobres monedas. Así se me presentó la poesía feminista, y la poesía de protesta y la de aquellos marginados que tenían mucho qué decir a través de imágenes crudas con palabras vivas. En mi estante, ese que está en la sección de hasta arriba, tengo poetas de todos los tipos; exiliados, miserables, extranjeros, adictos, desesperados, luminosos, desechados, tristes. Tengo poesía y poetas. Poesías grandes y chiquitas con poetas reconocidos y de aquellos que pareciera que yo soy su única lectora. Pero eso sí, y esto lo digo con orgullo, no tengo poetas ni poesía arrogante.

Esto me lleva a hablar de un amigo psicoanalista que tiene los ojos grandes y de color melancolía. Se llama Antonio Letelier y escribe poesía tan maravillosa y sinestésicamente que no comprendo de dónde le salen tantas imágenes improbables que hace probables. Nuestra amistad floreció a través de las redes sociales. Nuestros temas, aunque llenos de ingenio, ahora que lo pienso hablábamos de nada, pero un nada que lo llenaba todo, como el tiempo.

Meses después me aventuré a conocer su país, y me llevé la sorpresa de también conocer a su hermana y al esposo de su hermana; personas encantadoras que tengo en mi corazón. Chile fue mi primer país extranjero y del que recuerdo sus pisos de mosaicos chiquitos o sus perros callejeros bien respetados, de sus árboles con cortezas de un amarillo que no he visto en otros lugares y de sus frutas en los mercados que tienes prohibido tocar.

Como buen chileno, a la primera de cuentas me ofreció vino, nos subimos al techo de su casa donde tenía un paisaje lleno de plantas. Vi los tejados escurrirse hasta el infinito, una luna enorme, vi desde arriba a la gente pequeñita pasear en sus glorietas y hablamos sobre el mar. Ambos somos buenas personas, no sé si por decisión, pero lo somos, así que, como dos niños traviesos nos encontramos un cachito de marihuana y lo fumamos. Aún recuerdo el dolor de estómago por tantas risas.

Ya en el piso terrestre, mientras esperaba para salir a dar un paseo, Antonio me dio su libro con cierta timidez, como algo casual que había dejado en la mesa de la cocina. Era el único ejemplar que le quedaba disponible. Leí el título con calma: Miserias del fin del mundo (y amores matapajaritos). La portada es rosa y las letras blancas. Me olvidé de salir, cuando menos me di cuenta, ya estaba echada en el sillón lista para la lectura. Se nos fue el paseo. Me gustó leer en voz alta, me gustó que el poeta escuchara su poesía de mi voz.

Últimamente he sentido

una extraña fijación por las chinas

las veo en todos los anuncios de bebida

me las imagino persistiendo en algún sentido

abriendo cajitas, bailando entre bambúes con sonidos dialécticos

No sé cómo explicar que no es sexual

sino anestésico

Me gusta pensar que son eternas y rápidas

que pasan por tu vida como estelas sintácticas

que tocan el corazón con plumas y besos tristes

y se maquillan de blanco y sueñan con sonido.

Chinas fue uno de los tantos poemas que leí, por no decir que leí todos. El favorito, aunque hay muchos favoritos, fue uno que se llama Abril.

Abril empieza a las pocas hojas caídas

es triste eso / no hay raíces de abril  /solo transcurre

luego pasan crepúsculos sin nombre / no tienen nada inscrito en el reflejo

y los pezones de luciérnaga de abril no parecen ser de ningún año.

No hay cartas con abril en los idiomas / no hay abril en las calles con nostalgia

la lluvia se llevó la luz del mundo/ la clave del otoño clavicordio

y abril en monocorde tono oscuro/ dejó sus treinta días enterrados.

Pero no todo se concentra en Los amores matapajaritos. Hay más, mucho más. Esta poesía irreal anda saltando en las redes sociales para deleite de muchos. Yo quisiera que estuviera compilado en un libro hecho y derecho, pero esas son mis ideas conservadoras. Es lindo ver poesía cuando de repente uno abre su Facebook.

Espero que con todo esto de los tiempos raros que nos tocó vivir, aunado a que Antonio se convirtió en padre recientemente y eso hace que todo los planes se muevan, haya oportunidad para que venga a México y presente sus palabras a los chilangos, coma elotes con chile y vea que aquí nuestros mosaicos son grandes y agrietados, pero con todo y nuestros perros harapientos, será más que bienvenido con tequila y calaveras

Navegando en su perfil, buscando meticulosa el poema final para este proemio, no me quedó más que compartirles el que le escribió a su hijo. Si bien mi maternidad se presenta lejana e improbable, cabe en mi imaginación la sensación de tener algo que amas más que a ti mismo y te abre la conciencia del mundo.

Tuve un Facundo un día
un panda chino
un oso suave de mirada honda.
Y luego tuve todo lo infinito que podían mis raíces
que se extendían hasta la siguiente primavera
y me miraban como dos preguntas húmedas
salvajes
sin idioma
Y amaban por inercia todo lo que yo había deletreado con la boca
sin atreverme a decir porque no había tanto amor
en realidad,
como el que ahora me cabe en este abrazo pequeño
pero tan imposible de traducir.
Tuve un hijo
antes fueron silencios, dudas
lluvias, números, serpientes, llaves
libros, besos, meses sin saber
sin entender la vida

He dicho de pronto Facundo
y la voz se me adelgaza de emoción
parece miel la luz
las alucinaciones por fin
me pertenecen
Quisiera que supiera presentir
los elefantes que imagino para él
la leche tibia que le tengo en la despensa
y que jamás se acabará
aunque crezca.

Y así se va haciendo la vida, un día los poetas y los amigos, que a veces son el mismo ser, se hacen padres, crean familias, siguen en sus trabajos normales, toman café, buscan en silencio un espacio para el silencio, miran con sus ojos grandes, saludan desde la distancia y escriben. Escriben más allá de sí mismos.

Guardo este libro de portada rosa y letras blancas en mi estante de los poetas, de la poesía. En el círculo perfecto de la vida. Ahí donde todo empieza, con la princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa?

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