
Carl Sagan / Ensayo / Editorial CRÍTICA
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He tenido muchos momentos felices en mi vida. Tomar café es uno de ellos. Así de simple me resulta la felicidad. Como todo en la memoria, aquellos momentos felices que se vuelven recuerdos no son ajenos a la ley del olvido. Desaparecen para dar paso a los nuevos, no lo digo yo, lo dice la neurología. Sin embargo, algunos recuerdos se aferran a los cauces de la memoria que, por más que cambie la sinapsis cerebral, se fijan bajo la ilusión de lo permanente. Digo ilusión porque cuando recordamos creemos que recordamos la primera vez que vivimos ese momento, lo cierto es que recordarnos la última vez que recordamos ese momento. ¡Vaya trabalenguas!
De esos recuerdos felices que tengo fijados para siempre en mi memoria y que ya está lejos del momento original, yace la imagen de Carl Sagan. Sí, ese astrónomo larguirucho con peinado de príncipe valiente vestido con cuello de tortuga que, fascinado por saber cómo funciona el cielo, los planetas, las galaxias, la gravedad, la luna y el infinito, le dio por convertirse en un divulgador de la ciencia y en mentor de otros grandes como el astrofísico Neil deGrasse Tyson.
Mi primer contacto con él fue meramente azaroso. En la lista de útiles de Violeta, quien cursaba segundo de secundaria, se sugería comprar el libro de Cosmos (1973) para la materia de Música. Sin más, fui con mi hermana a la librería y nos encontramos con un ejemplar ancho, de pasta dura, con un montón de imágenes de galaxias, microbios y formas extrañas gravadas en piedras y caracoles. El libro nunca lo ocupó. Se quedó como una sugerencia en el último estante del librero de la casa.
Un día, seguida por esas intuiciones extrañas, opté por hojearlo. Me fui página por página viendo las imágenes, leyendo los pies de foto, aprendiendo sobre la densidad de los planetas. Cuando menos me di cuenta, el libro ya estaba subrayado sin mencionar las notas en los márgenes. Después Violeta se enteró del tesoro, se enojó por mis marcaciones y nunca más lo volví a ver.
Por esas fechas, mis papás contrataron televisión por cable y yo encontré National Geographic. En ese canal, había un programa llamado Cosmos —igual que el libro—, donde el mismísimo Sagan explicaba todo lo que sucedía afuera de este mundo. Las imágenes eran poderosas y la narrativa sublime. Cada semana me levantaba a las dos treinta de la madrugada para prender la tele y disfrutar una hora de viajes estelares. Un día, de la nada, Cosmos dejó de transmitirse.
Con mayor autonomía existencial, me di cuenta que me gustan mucho los temas galácticos, pero no tengo la inteligencia ordenada ni la capacidad lógica para siquiera intentarlo, así que descubrí que si bien no puedo ser una investigadora o viajera de la NASA, sí puedo ser una lectora entusiasta y una persona que en su cotidiano se maravilla cuando se encuentra con noticias o conferencias sobre el tiempo, el espacio y la gravedad. Acá entre nos, de haber tenido las aptitudes, me hubiera especializado en el estudio de la gravedad. Me intriga el tema a sobremanera, así como a la astrofísica francesa Thérèse Encrenaz le obsesiona la atmósfera. Cada que algo se cae atraído por esta ley newtoniana, surge otro fenómeno, el objeto busca un centro, se mueve hacia ese centro. No todo está perdido, me queda la gravedad poética. No es que las cosas se caigan al azar, es que las cosas deciden caerse.
Gracias a Internet y a que Sagan es un verdadero promotor de la ciencia, muchos de sus libros están listos para descargarse. Yo ya llevo dos leídos gratuitamente y en formato PDF. El primero fue La conexión cósmica. Una perspectiva inteligente (1973) y ahora éste que se titula El mundo y su demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad (1995). Fue el último que escribió debido a una neumonía que le arrancó la vida a sus apenas 62 años. En físico tengo Los dragones del Edén (1977), el cual retomaré pronto.
No sabía qué iba a encontrar en este texto, pues traemos bien fuerte el paradigma de que si soy contador sólo hablaré de contabilidad. Obvio exagero, pero creo que se entiende la idea. Yo me preguntaba por qué Sagan escribe tantos libros, pues qué tanto les dirá a los mortales comunes y corrientes —como yo— sobre el complejo y aún misterioso Universo que no haya dicho ya en sus libros anteriores que son una veintena. Lo cierto es que Sagan escribe sobre muchas cosas, era una tipo letrado con una curiosidad infinita no sólo por las estrellas, sino por el funcionamiento social, en particular en temas de educación. Muchos de sus libros son críticas y propuestas valiosas para hacer de este mundo un mejor lugar para vivir.
En la noche, esa que es más lejana a la tarde y más cercana a la madrugada, mientras Luis obedece sus rituales pre-sueño en su estudio y en el disfrute de su último cigarro del día, yo me hago con mis propios rituales pre-descanso; en camita, prendo mi viejo iPad y me dispongo a leer alumbrada únicamente por esa lámpara de luz suave que se prende y apaga al tacto. Regalo de mi mamá, por supuesto. Me encanta que todo, excepto yo, esté a oscuras.
El mundo y sus demonios es un extenso libro de más de 400 páginas. Ahí Sagan habla de su miedo más terrible; la ignorancia. La ignorancia que parece ganar terreno sin importar el periodo histórico. Gracias a la ignorancia se quemaron a las mentes más brillantes del pasado, se torturaron a miles de mujeres acusadas de brujería, se destruyeron en hogueras el pensamiento trasladado a papiros y libros. Gracias a la ignorancia, hombres blancos esclavizaron a hombres negros, se vendieron niños, se moría agónicamente y sanar el cuerpo no dependía de la ciencia, sino de la devoción a Dios.
Pareciera que se habla de un tiempo pasado, pero aún ahora, en este tiempo presente, la ignorancia sigue ganando adeptos, atraídos todos éstos como mosquitos a la luz del entretenimiento y la violencia. Sagan dice que gran parte de la toma de decisiones que influyen en el futuro de nuestra civilización está en manos de charlatanes, ya que la ciencia se vende como algo aburrido, inalcanzable, sólo interesante para los nerds. ¿Cómo puede distinguir el ciudadano medio entre ciencia y pseudociencia si ambas se presentan como si fueran lo mismo?
Basamos toda nuestra realidad en la superstición; creemos en el horóscopo, el la abducción extraterrestre, en los marcianos que vienen a cuidarnos o a destruirnos según sea el caso, en la sanación a través de la energía mental, en la reencarnación, en las conspiraciones reptilianas, en los sueños premonitorios, en la quiromancia, en las pócimas mágicas, en aguas milagrosas, en vírgenes que se aparecen en cortezas de árbol, en naves nodrizas, en santos que sangran de los ojos, en gurús de la nueva era que nos dicen que con tener una actitud positiva lograremos cerrar el hoyo que tiene la capa de ozono. En fin…. la oscuridad sigue… antes eran las brujas, súcubos, íncubos, ángeles caídos, demonios, ¿y ahora?
Nos da miedo la ciencia porque tiene el poder de destruir mitologías colectivas e individuales. Es más fácil y más bonito creer en milagros que en un proceso que lleva tiempo y observación. Es más cómodo dejarle la responsabilidad a lo que no se puede explicar, que de verdad tomar el control, cuando es a través del control de las cosas que lograremos tener un mayor dominio de nosotros mismos, de dirigirnos hacia un camino seguro.
Algo que me impresiona, es que este libro se escribió hace más de 25 años y en su tiempo Sagan decía que temía mucho por el futuro de sus nietos que justo habitan este 2020. Cabe decir que el astrónomo mencionó los primeros años del siglo XXI como un periodo de la historia donde habría analfabetos científicos no por falta de oportunidades para acceder al conocimiento, sino por voluntad, aferrados a las ilusiones, incapaces de discernir entre lo que nos hace bien y lo que es cierto.
¿Sabes qué significa demonio? ¿Por qué le tenemos miedo? Demonio en griego significa conocimiento. Y si a algo le ha huido la humanidad en estos últimos siglos es justo a eso, al conocimiento, que lo vemos como un terrible monstruo que en cualquier momento nos jalará los pies y nos devorará. Creo que es lo mejor que podría pasarnos; dejarnos jalar.
Para cerrar este proemio porque tengo que ir a comer tortas con Violeta y me espera un largo camino hacia su casa, de las cosas que más exasperaba a Sagan era que jóvenes, niños y adultos le preguntaran sobre los extraterrestres como si fueran ya un hecho. Qué si cree que son buenos o malos. Qué si está de acuerdo con las abducciones. Qué para cuando será habitable Marte. Qué que onda con los ovnis.
Por eso escribió este libro, porque la ciencia necesita con extrema urgencia espacios, divulgación y ya no más ficciones que hagan creer a la humanidad que nuestra civilización se fundó con arquitectura venida de otros mundos y que los abducidos son elegidos o hijos entre extraterrestres y terrestres que tienen una misión profética. Es importante señalar que Sagan no niega la posibilidad de vida e inteligencia extraterrestre, pero no lo puede confirmar hasta encontrar pruebas de ello a través del método científico, no mediante la corazonada, la intuición o los viajes astrales.
Por más que mis recuerdos se alojen en el olvido, nunca perderé la imagen feliz de mí, sentada en el sillón, hecha cochinilla, viendo Cosmos en la oscuridad más absoluta de una casa durmiente. Permitamos que la ciencia haga su trabajo. No pongamos nuestros deseos desesperados en teorías sin fundamento. Dejemos de temer a los demonios, al contrario, es momento de acercarnos a ellos.
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