Todos deberíamos ser Feministas

Todos deberiamo ser feministasChimamanda Ngozi Adiche / Ensayo breve / RANDOM HOUSE / 

Es ocho de marzo, una fecha que hasta hace pocos años era de supuesta felicitación. En la universidad recibía rosas de mis compañeros que con una blanca sonrisa se acercaban a mí y me regalaban una flor porque yo también era una flor. Mis amigos me enviaban mensajes al celular felicitándome por ser mujer y tener la capacidad de engendrar vida. Incluso, no faltó el señor de la tiendita de la esquina que al ir yo a comprar azúcar me obsequiaba un chocolatito acompañado de la mujer es el regalo más hermoso que Dios nos dio, por eso, yo las quiero a todas por igual. Mensaje que me parecía en exceso misógino y narcisista que no escuché una vez, sino muchas veces de diferentes hombres y de diferentes edades. ¿En serio piensan que eso es un halago?

Admito que yo misma me tomé el tiempo para hablarle por teléfono a mi madre y felicitarla en nuestro día. Sorry, má, no sabía bien cómo andaba todo esto de ser y no ser mujer. Lo que sí sabía es que existía una dinámica cultural que me causaba incomodidad y no podía nombrarla hasta que descubrí el feminismo.

Por muchos años me disculpé por opinar, por no querer tener hijos, por ocultar que lo mío no es el matrimonio. Me sentí culpable por no verme bonita cuando el chico con el que estaba tomando un café volteaba a ver a otra chica que le resultaba más atractiva. Me sentí inferior a muchos hombres en el trabajo que hacían menos que yo, me robaron ideas y permití que eso pasara. Me han pagado menos, me han infantilizado, han degradado mi pensamiento y mis saberes convirtiéndolo en un largo mansplaining. El que más me molesta es cuando «me  explican» mis propias emociones y recibo consejos sobre como llevar mis tristezas o alegrías. Aún estoy aprendiendo a no reaccionar. Incluso una vez, un jefe me dijo que yo era muy mujer para dirigir a un equipo de redactores. ¿Muy mujer? Le pregunté. Sí, contestó, sensible y todo eso. Todo eso. Torcí la boca, renuncié y puse una agencia de contenidos que funcionó bastante bien. Todas éramos mujeres y hermanas.

Y así, tratando de ya no ser esa persona incómoda por ser mujer y queriéndome alejar de los estereotipos que estoy harta de enfrentar, me encontré con el feminismo. Así que me puse a leer libros y a vivir la vida con el permiso de mi propia libertad, que sirve nada más y nada menos para no tener que pedir perdón por solo ser, que se usa para decir lo que piensas sin importar si el otro se molesta. Esa libertad de ser una solterona porque no me ajusto a los estándares y que nunca —por más que lo intenté— vi mal ser «la quedada». Al contrario. ¡Me emocionaba la idea de serlo! De tener mi propia casa y ser dueña de mi tiempo y de mi cuerpo. Me di la libertad de darme la media vuelta cuando un hombre me empezaba a coquetear y al decirle que no estaba interesada se hacía el ofendido porque yo, y sólo yo, había mal entendido sus señales, añadiendo, por supuesto, una ofensa hacia mi persona. La típica: ni que estuvieras tan buena.

Y es que si una calza con el estereotipo de lo que es ser mujer hoy en día, pues qué genial pero, ¿y las demás? Que me atrevo a decir somos casi todas, ¿qué hacemos? ¿Nos aguantamos? ¡Claro que no! Hemos aguantado toda la maldita historia de la humanidad siendo las de atrás, las sumisas, las culpables, las prostitutas o las vírgenes, las castigadas, las anónimas, las que no se deben educar, las sin voz, las sin ideas, las carentes, las que sólo sirven para servir al hombre sin importar cuál hombre; el hombre padre, el hombre hermano, el hombre esposo, el hombre hijo, el hombre jefe.

Chumamanda Ngozi Adiche, en su breve pero contundente libro Todos deberíamos ser feministas, explica que en un sentido literal los hombres gobiernan el mundo. Bien, eso tenía sentido hace mil años. Por entonces los seres humanos vivían en un mundo en el que el atributo más importante para la supervivencia era la fuerza física: cuanto más fuerza física tenía una persona, más puntos tenía para ser líder. Y los hombres por lo general son más fuertes físicamente —aunque hay muchas excepciones, por supuesto—. Hoy en día vivimos en un mundo radicalmente distinto. La persona más calificada para ser líder ya no es el hombre con más fuerza física. Es la más inteligente, la que tiene más conocimientos, la más creativa o la más innovadora. Y para estos atributos no hay hormonas como la testosterona que es lo que les da la fuerza física. Una mujer puede ser igual de inteligente, innovadora y creativa que un hombre. Hemos evolucionado, en cambio nuestras ideas sobre el género no se han transformado mucho que digamos.

Aún hay mujeres que les da pena decir que son feministas porque existe esa idea arraigada de que serlo es porque una odia a los hombres, porque no pueden encontrar marido, porque se es fea y no hay más opción que estar en contra de las que son bonitas, porque te definen otras preferencias sexuales o porque no te late eso de la maquillada. Y pues no, no va por ahí, hay feministas que aman su feminidad, su maternidad y su belleza. Las hay otras que odian los sujetadores —como yo— y que si no se les da la gana pintarse pues no se pintan. Hay feministas intelectuales, emocionales, cursis, reservadas, azules, moradas, negras, castañas, serranas, indígenas, urbanas. Las hay de aquí, de allá y de ningún lado. Hay feministas que expresan su sexualidad o su asexualidad como mejor les convenga. Hay tantos tipos de feministas como tipos de mujeres. Todas diversas, únicas y unidas en nuestras diferencias y quehaceres.

La población femenina del mundo es ligeramente mayor (52%) que la de los hombres y, sin embargo, la mayoría de los cargos de poder y prestigio están ocupados por varones. La difunta premio Nobel de la Paz, la keniana Wangari Maathai lo explicó muy bien y de forma muy concisa diciendo que, cuanto más arriba llegas, menos mujeres hay. Ya toca cambiar eso. Ser mujer no es una desventaja.

En su propuesta, Chimamanda dice que dejemos atrás esa educación paternalista que ha estado presente desde tiempos inmemoriales. No tenemos la obligación de caer bien. La gran mayoría hemos sido creadas para complacer al otro y gustarle al otro y hacer lo imposible por ser elegidas, cuidando ser perfectas, eternamente jóvenes y multifuncionales. Siempre dispuestas y disponibles. ¡Terrible! Antes, cuando era dulce e inocente y pensaba que los tiempos pasados eran mejores, me hacía constantemente la pregunta en qué siglo me gustaría haber nacido. Me iba a la época romántica, donde el amor es trágico y se muere por el ser querido. ¡Vaya ignorancia la mía! Morir de amor es lo más terrible que nos puede suceder y hoy en día, sigue sucediendo. Me da rabia ver como esos hombres inseguros de su masculinidad usan su poder y su violencia porque los privilegios heteropatriarcales siguen en las esferas públicas, privadas e institucionales. Aún se definen a sí mismos como dueños de las mujeres. El camino es empedrado y de subida. Las leyes no son igualitarias, fueron escritas por los hombres. También debemos cambiar eso. La mujer como persona y dueña de sí misma y no como propiedad de un hombre o una institución.

Algunos hombres no entienden el feminismo porque no logran ver los problemas de género que se viven todos los días y creen que todo está bien. Pero lo cierto es que seguimos enfrascados en los roles de que los hombres por ser hombres tienen más poder y las mujeres por ser mujeres dependen de ellos y esto se comprueba con anécdotas cotidianas. Una vez, Luis y yo fuimos a tomar un café, para empezar, el mesero le preguntó a él que queríamos. Nunca me miró. Luis pidió por los dos. Al llegar la orden, se dispuso que el americano era para Luis y el capuchino moka para mí. Simple, ¿no? Otra historia similar fue cuando le cambié el piso a mi departamento, el señor que hizo el trabajo más que darme las novedades y los avances a mí, se los daba a Luis, con quién coincidía de vez en cuando pues iba de visita. Para empezar, el señor y yo nos veíamos diario y era yo quien le pagaba el servicio, pues era mi casa. Podremos llenar hojas y hojas de papel con situaciones como éstas, lo que demuestra que el machismo no conoce de etnia, nivel socioeconómico o social. Si eres hombre y por azares del destino estás leyendo este proemio, la próxima vez que entres a un restaurante y el camarero se dirija sólo a ti, sería bueno que te preguntaras por qué no se dirige a ella también. Si de verdad apoyas este movimiento, denuncia en el momento este tipo de situaciones aparentemente poco importantes, pero que sumadas, revelan el comportamiento de toda una cultura.

Aún falta mucho camino, mucho autodescubrimiento, mucha sensibilidad, mucho análisis, mucha transformación. Aún falta porque nos faltan esas voces que ya no están, pero que no se olvidan, son el presente. Respecto al futuro me animo a decir que soy optimista y lo vislumbro luminoso. La niñas y los niños de hoy crecerán con ideas de equidad y de diversidad, con la igualdad abrazando su entorno, con la libertad de ser lo que quieran ser y con leyes que los protejan por el sólo hecho de ser personas sin tener que ser sometidos al juicio de si se lo merecen o no. Creo en un mundo donde la violencia de género se erradique gracias a una nueva educación sexual, emocional y cívica, donde la repartición de tareas, deberes, derechos y obligaciones nos toquen a todos por igual, y no se divida conforme a ser hombre o mujer, marginando a quien no se identifica con este constructo social. El feminismo como un movimiento que transforma paradigmas y no pierde la memoria; la memoria de las mujeres.

Hoy estamos más unidas que nunca y eso, ninguna institución patriarcal por más vallas que ponga podrá deshacerlo. La flores han aprendido a usar sus espinas.

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