Los mejores cuentos mexicanos

Captura de Pantalla 2021-05-01 a la(s) 13.57.19Compilador Gustavo Sainz / Cuentos – Compilación / Editorial oceáno /

Con la edición de 1982, empecé por tercera ocasión a leer el libro Los mejores cuentos mexicanos. Esta vez tenía que lograrlo. ¿Qué tema traía con los cuentos que apenas avanzaba un par de hojas botaba el libro para distraerme en otra lectura que me parecía más interesante o incluso, lo admito con vergüenza, prefería revisar mi Facebook? —¿No se supone que quieres escribir cuento, Melissa? —Me decía a regañadientes—. Pues anda a leer cuento, entonces —me contestaba, también a regañadientes.

Suelo fechar los libros cuando los empiezo y cuando los termino. Tal es mi brutal honestidad que tengo libros con un montón de fechas de empiezo y así siguen… en espera de mí. Uno de ellos es La información del silencio (2013) de mi adoradísimo chico fresa Alex Grijelmo, de quien amo prácticamente todo lo que escribe. Pero ahora, este libro de interminables páginas me hace procrastinar y raro, porque cuando logro concentrarme, el contenido me atrapa, en particular porque el tema del silencio me gusta. En mis clases de comunicación suelo hablar del silencio y su opuesto, el ruido. El ser humano conoce más sobre el espacio exterior que sobre la profundidad de los mares. Lo mismo sucede con el silencio. Conocemos el ruido y lo que genera, incluso lo consideramos un contaminante cuando se desborda, pero el silencio, ¿qué es?

En silencio, o por lo menos con lo más cercano al silencio, pues tengo a un gringo ruidoso como vecino, empecé nuevamente Los mejores cuentos mexicanos. Esta vez el libro me llamó a mí y no al revés, que es cuando quiero leer por obligación o por pose. Recordé que en intentos anteriores había leído un cuento que nos haría reflexionar a todos. Con todos me refiero a mi yo como escritor, como fémina y a mis alumnos ante un tema que tiene que ver con los privilegios de género. 

La literatura, como el arte en general, dice lo que los demás no podemos o no queremos decir. Nombra, muestra, describe y hasta propone. En mi clase hablábamos sobre feminicidios, de la apatía del gobierno para actuar, de la desesperación de los ciudadanos, de la normalización de la violencia, de las protestas que buscan ser calladas por aquellos que se preocupan más por los monumentos y las paredes históricas. Les comentaba a mis alumnos que los feminicidios ahora están visibilizados gracias a las redes sociales, pero han existido siempre. Tan siempre, que les compartí el cuento de La mujer sentada de Sergio Magaña. Un cuento escrito y publicado en 1943. Es la historia de una joven, habitante de un pueblo perdido de alguna provincia mexicana, a quien su padre regala como esposa al viejo cacique del lugar. Poco resignada a su suerte, antes de casarse la muchacha se encuentra con el joven que ama a las afueras del poblado y sucede la entrega amorosa. Para la mala suerte de la jovencita, se descubre la pérdida de su virginidad y, por deshonrar tanto a su padre como a su decrépito novio, la llevan a un descampado a mitad de la noche, donde cortan de tajo un pequeño árbol dejando una punta afilada a pocos centímetros de la tierra. Entre jalones y súplicas obligan a la muchacha a sentarse en ella para que la monstruosa arma la penetre y la desgarre por dentro. Al día siguiente, una callada muchedumbre pueblerina contempla el cadáver de la desafortunada, cuyo único pecado fue acostarse con el hombre que amaba. —¿Ahí se acaba? ¿No hubo justicia? —Preguntó Nicole—. No —le contesté—, toda falta de justicia se justifica diciendo que son los usos y costumbres de la cultura, por lo tanto no hay delito que perseguir.

Con la piel chinita y enojada por una verdad que encontré en la ficción, me puse a leer ahora sí el libro de los mejores cuentos mexicanos. Me fui al principio. Tenía curiosidad por saber qué descubriría en el universo de Gustavo Sainz. La compilación consta de 24 cuentos, casi todos bucólicos y de ideas patriarcales muy marcadas. De esos 24, sólo cinco son de autores mujeres. Mencionaré mis favoritos, porque describirlos todos me llevaría más del espacio que tengo para estos proemios. Hubo gratas sorpresas, autores que no conocía, autores que releí y otros que me cerraron los ojos. Es importante mencionar que esta joyita de la literatura mexicana fue leída de noche y en mis ya casi constantes madrugadas de insomnio. El insomnio tiene silencio. Lo único que me gusta de este no poder dormir, es el silencio líquido que se escurre por las cortinas con apenas un apego de luz.  

Aquí vamos: De Alfonso Reyes, que es mucho más que una calle linda en la colonia Condesa me encontré La mano del comandante Aranda (1941), un cuentito de realismo mágico que habla sobre una mano mutilada que decide no morirse, al contrario, se independiza y le hace la vida de cuadritos a todo aquél que se le atraviese. ¡Qué impresión disfrutar de una fantasía escrita hace poquito más de 80 años. Sin esperar mucho, me seguí con Tachas (1928) de Efrén Hernández. Confieso que lo juzgué, pensé que sería ese típico cuento urbano que tiene a Tlatelolco como fondo y personajes vulgarsones que representan al chilango naciente de la época, pero no, es un texto divertido con hermosas figuras poéticas sobre la lluvia y el llorar. De mis favoritos en el mundo mundial esta Arturo Souto a quien no conocía. Su cuento, Coyote 13 (1960), cuyo título me parece poco atractivo, es la historia de un vaquero fronterizo de barba rubia, cuyas cejas casi albinas le nacían como espinas de luz. Con los ojos diminutos, contraída la pupila por años de blancura solar, buscaba dar cacería al coyote más viejo y astuto del desierto que solía convertirse en un pequeño punto perdido en la soledad… bueno, con ese tipo de figuras simplemente me enamoré, quiero leer más sobre este señor nacido en Madrid en 1930 y radicado en México desde siempre y a quien se le describe incluso más ensimismado que al introvertido Juan Rulfo.

No puede faltar El gato (1974) de Juan García Ponce. No pensé encontrarlo en esta antología, pues leí esta historia más como novelita independiente que como cuento por allá en mis años de preparatoria. Fue un gusto releer sobre una pareja que en su nada y en su amor, se adoptan un gato que no se deja adoptar más cuando éste tiene ganas.

Me encuentro a la primera autora, Guadalupe Dueñas, mujer de ojos delineados y de ceja autoritaria. Historia de Mariquita (1958) se llama su cuento, y es la historia de una niña que murió y su cuerpo pequeño fue enfrascado para seguir siendo parte de la familia. Sí, una historia tétrica y de unión filial. ¡Muy conmovedors! Despuesito de pasar a Guillermo Samperio, Emilio Carballido, Carlos Fuentes y Juan José Arreola, me topé con María Luisa Puga y Las posibilidades del odio (1978), cuento tan más precioso y fregón. Es la historia de un hombre negro de 26 años que tiene una sola pierna y vive en Kenia. Un hombre que de a poco los blancos, los zapatos de los blancos y los tíos que obedecen a los blancos le quitan el futuro, al grado de sólo soñar con ver a través de los cristales de los escaparates. Nunca atreverse a más. Está prohibido por lo blancos que lo invaden todo. Y por último, el breve cuento de Brianda Domeq llamado Galatea (1982), la historia de una canarita psicópata y una mujer que al darse cuenta de un huevo huérfano abrazado en el nido dentro de la jaula, decidió cuidarlo a pesar de saber que lo único que empollaría sería la incertidumbre.

Y tan tan…. esos fueron mis cuentos favoritos de esta antología escrita a máquina. Debo decir con todo y que me encanta José Emilio Pacheco y he leído Las batallas en el desierto más de tres veces y algunos poemas sueltos, que su cuento Cuando salí de la Habana, válgame Dios (1972) me pareció fallido y predecible. Con esto no quiero decir que Pacheco sea un mal escritor, al contrario, para llegar a ser uno como él, como Pacheco, hay que escribir cosas no tan increíbles. Todo cuento es un primer paso. Hay que juntar muchos cuentos para así juntar muchos pasos y obtener algo grandioso. Algo me tengo que decir para seguir en esta lucha por la escritura y lograr la tan apetecible aceptación de los otros, que tienen por costumbre sólo mirarse a sí mismos.

Ahora sí, me sigo con mi propio cuento, con mis propios pasos, con mi propia Habana. Veamos a qué puerto me llevan estas ganas de escribir y de procrastinar. Esperaré la noche, para que llegue el insomnio y traiga de la mano, de la manita, al silencio.

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