Del silencio al estruendo

Cambios en la escritura de las mujeres a través del tiempo

Captura de Pantalla 2021-12-20 a la(s) 13.11.13Sara Sefchovich / Ensayo / Editorial UNAM / 

Durante muchos, muchisisisímos años, la literatura escrita por mujeres fue ignorada, menospreciada y considerada a menos por ser señalada como intimista, inmadura e incluso infantil. ¿Quién querría leer a una ama de casa, a una institutriz o incluso a una cocinera? Hoy en día se sigue luchando contra esos prejuicios, aunque debo admitir que el movimiento feminista ha dado su frutos; las mujeres muestran su voz, incluso la publican con sus verdaderos nombres, ya no más seudónimos masculinos para ser consideradas valiosas.

George Sand, Currer Bell, Isak Dinesen, George Eliot, Víctor Catalá, J.T. Leroy, A.M. Bernand y hasta J.K Rowling son autoras que prefirieron no dar a conocer su género para asegurarse de que la sociedad en general y la industria editorial en particular no las considerara simples escritoras románticas empapadas de sensiblería melancólica, y es que eso hemos sido para los que supuestamente saben de letras; sensiblería melancólica.

La reducida participación social que las mujeres hemos tenido en la historia orilló a aquellas cuya necesidad literaria salía por sus poros escribir de lo que tenían como contexto, ¿cuál era este contexto? La casa, lo privado, el gineceo como dirían los griegos antiguos, ahí donde se concentraba el alma femenina para hacer sus labores de mujeres, hablar de partos, enseñar a las niñas los quehaceres del hogar y basar su felicidad, según dijo Nietzsche, en la felicidad de su hombre. ¡Vaya tontera!

En fin… en ese gineceo se dio la literatura, la literatura oral que se compartían mientras se tejía para dar vestido a la familia, se cocinaban las papas y el cordero para alimentar a los soldados, arrullar al niño, diseñar los ajuares de boda y las ropas de cama. Ahí, en esa pequeña esfera privada surgió la literatura tramada por mujeres y no sólo fue intimista en el sentido doméstico, se dio el erotismo, la protesta, la filosofía, las fantasías y todos esos temas de lo que los hombres también escriben desde su intimidad masculina y en su muy extensa esfera pública.

¿Qué escriben las mujeres? Pregunta Sara Sefchovich en tono irónico, pues esa pregunta obviamente la hizo un homo sapiens macho que no se ha dado la oportunidad de leer a grandes autoras que hoy en día habitan en todos los confines del planeta. El querer escribir siendo mujer  se tiene que hacer no el doble de bien, sino el triple, ser excelente a la primera, significativa al instante, madura desde el inicio. Bien se le permite al escritor varón ir paso a paso, darle oportunidad a que su voz tome fuerza, pero no así con la mujer que escribe. No, ella ya debe llegar florecida y llena.

Del silencio al estruendo es un libro de fácil lectura, con muchas autoras conocidas y desconocidas. Un libro casi académico y ordenado que de pronto brota semillas calientes que motivan al lector a querer saber más sobre ese mundo que los hombres han ordenado en femenino y masculino y donde la mujer, después de cierta edad, después de cierta juventud y después de cierto uso queda condenada al destino inevitable; el abandono y la soledad. Los críos se han marchado y el esposo, envejecido igual que ella, aún mantiene ese permiso moral para buscar nuevas conquistas, mientras ella se queda en casa acariciando al perro castaño, arrumbada en la amargura de un hogar vacío. Ante ese destino inapelable, la literatura ha salvado a muchas mujeres de esa condena injusta, han encontrado en las palabras la libertad de ser ellas mismas y eso, a su vez, ha generado lectoras que disfrutan del tocamiento literario como ese orgasmo que nunca jamás sintieron con su amante esposo.

En pleno siglo XXI, con más medios y sororidades para dar pataditas en el culo a esos que aún se preguntan sobre qué escriben las mujeres, se ha logrado poner en claro que un texto literario no es su autor, sino lo que tiene que decir. Hombres y mujeres exploran los mismos temas humanos y cada uno decide darle un tratamiento distinto acorde a su personalidad, contexto, creencias, genialidades y demás. La literatura permanece por la manera en la que está escrita, pues el lenguaje y la forma narrativa son herramientas y al mismo tiempo producto terminado. La escritura no está allí para decir algo, sino para ser ella misma en ese algo que se dice.

¿De qué trata Jane Eyre, la famosísima novela de la inglesa Charlotte Brontë? ¿Y de qué trata María Isabel, la reconocida historia de la mexicana Yolanda Vargas Dulché? Amabas hablan sobre niñas huérfanas que viven con una madrastra cruel, pasan situaciones difíciles y humillantes, se enfrentan a personas malvadas que les hacen daño, y terminan casadas con un rico que empezó siendo su patrón. ¿Cuál es la diferencia entre los varios volúmenes autobiográficos de la francesa Simone de Beauvoir y el breve tomo autobiográfico de Taylor Caldwell? En ambos se trata de escritoras célebres en su época que cuentan su propia vida y hacen explícito su modo de pensar sobre las mujeres. ¿En qué son distintas las novelas de la inglesa Agatha Christie y la sueca Camilla Läckberg? Las dos escriben tramas policiacos en la que el detective encargado descubre siempre al asesino y en el camino nos muestran la miseria de la especie humana. Por último, ¿cuál es la diferencia entre la novela El amante de Marguerite Duras y 50 sombras de Grey de la británica E. L. James? Ambas son historias de pasión erótica, tan explícita que es casi pornográfica, entre una joven sin recursos y un hombre rico.

Estos referentes tomados de autoras, sin problema se pueden hacer entre autores. Se me ocurre, por ejemplo Memoria de mis putas tristes de Gabriel García Márquez y La casa de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata. Ambos relatos hablan sobre la vejez y los recuerdos con un toque de erótica contemplación o Rabindranath Tagore y Pablo Neruda con sus poemas amorosos, tan parecidos y a la vez tan distantes uno del otro. Todo radica en el tratamiento. Un ejemplo más es que tanto Jack Holland como Esperanza Bosch se dieron a la tarea de investigar y escribir sobre misoginia y ahora hay dos grandes libros que hablan de lo mismo pero cuya diferencia radica en la forma en que cada uno aborda el tema; ambos igual de valiosos.

La literatura está cambiando. La forma en como se escribe también está cambiando, ya no son odiseas donde queda claro el conflicto del héroe contra el mundo, ahora se construyen narrativas que buscan romper lo esperado, buscan contar todo lo que se resista a ser contado. Rosa Montero, Valeria Luiselli, Guadalupe Nettel, Fernanda Melchor, Margo Glantz, son ese tipo de nuevas autoras; autoras hostiles, de seres extraños, de anomalías, que diluyen las fronteras entre la fantasía, la realidad, el sueño, la vigila, el tiempo, la nada, el silencio, la memoria, la locura; tejedoras que rompen el discurso aristotélico para habitar nuevos espacios entre la ficción y la realidad y crear así una nueva relación entre el autor, el narrador y los personajes.

Le pregunta sigue abierta, como una herida que no cesa, como carne que se niega a cerrarse, ¿es la literatura femenina diferente a la de los hombres y, en caso de que lo sea, en qué consiste su diferencia?

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