La Ciudad de las Palabras

Captura de Pantalla 2021-12-23 a la(s) 20.52.54Alberto Manguel / Ensayo / Editorial Almadía /

Fue un final de año complejo, mucho trabajo que llegó de repente y que yo recibí con los brazos extendidos como si tomara a un recién nacido. Como todo recién nacido, requirió de tiempo, dedicación, desmañanadas y nuevos aprendizajes. Por esos días también me integraba a la sociedad presencial y vaya que batallé en encontrar los zapatos adecuados para las largas caminatas que uno tiene que hacer después del que el metro ha hecho su trabajo. En esas travesías donde no me tocaba caminar y tenía la fortuna de ir sentada, me peleaba conmigo misma sobre si ir viendo a la gente o ir leyendo. Opté por ambas cosas. Vi con total admiración a las chicas que se maquillan en el vagón en movimiento, delinean sus ojos con una maestría que ya quisiera yo cuando estoy frente al espejo en casa. También vi señoras de la tercera edad que sin conocerse, por el simple hecho de ir juntitas una de la otra se ponían a platicar; el relato oral sigue vivo. Y bueno, de repente dedicaba esos minutos de viaje a la lectura, hacía mucho que no leía para llevar, con esto de la pandemia mi salidas eran muy, pero muy reducidas.

El libro en turno fue La ciudad de las palabras de mi queridísimo Alberto Manguel, a quien he leído más de una ocasión y sus ensayos no me hacen sino querer leerlo más. Justo aquí, en este anecdotario de lecturas comparto El viajero, la torre y la larva (2015) y Cómo Pinocho aprendió a leer (2017). Veo necesario hacer un paréntesis, me enteré que Irene Vallejo, que ahorita es toda una rockstar literaria por su hermoso ensayo El infinito en un junco (2019), menciona a este autor y uno de sus libros llamado Una historia de la lectura (2011) que presumo también leí. Por un momento me sentí conectada, quizá lo leímos al mismo tiempo o hasta subrayamos las mismas páginas. Bueno, es muy probable que Irene Vallejo no subraye los libros. Eso es justo lo que me encanta de la lectura, que los libros subrayados o no, son puentes, conectores que sin importar la distancia o la nula posibilidad de conocer a alguien presencialmente ya sea por la geografía o por el tiempo, se genera esa comunión entre dos seres que sin decirse nada, se han dicho todo.

La ciudad de las palabras es un libro que intenta rescatar la fe en la literatura, en la necesidad de la ficción, pues es la ficción la que nos ayuda a comprender los problemas del mundo. No olvidemos que estamos hechos de palabras, y es el lenguaje lo que nos humaniza y aunque cada vez dejamos más de lado la lengua literaria que es abierta, compleja, capaz de un infinito enriquecimiento, elegimos la lengua de la publicidad que es breve, categórica, imperiosa, definitiva, de forma que, nos dice Manguel, esta última ofrece respuestas gratis, gratificación instantánea y superficial. No se confunda publicidad con un eslogan, que también cuenta, sino con esos libros de producción masiva que yacen arrogantes en las mesas de novedades en las librerías o tiendas departamentales con su bonito sello de best seller. Es literatura anecdótica, digerida. ¡Aguas! No digo que todo best seller sea un libro ligero. Por ahí hay dos que tres que mil respetos como la novela de Rosita Montero, Historia del rey transparente (2011) y el crudo ensayo de Yuval Harari titulado de Animales a Dioses (2014). ¿Es complejo, entonces, diferenciar de la lengua literaria de la lengua de la publicidad? Si uno entra a una librería se puede volver loco con tanto título, pero no, no es complejo, no por lo menos para un lector forjado con los años. Pero eso es tema de otra mesa.

Como profesora de Comunicación, Narrativa  y Creación literaria, veo en mis alumnos lectores sencillos que ante su consciente precariedad no están dispuestos a cambiar. No es un acuse a los jóvenes, ellos imitan, hacen lo que otros hacen y en un país de no lectores pues ya se imaginarán como están las cosas. La lectura, la necesidad de la lectura se ha quedado cada vez más deglutida por las redes sociales y las plataformas digitales que ofrecen algo llamado comunicación de la inmediatez. Lo inmediato no suele estar bien cuidado en su proceso de hechura. Leer es un proceso complejo que utiliza la imaginación y la concentración. La imaginación es una forma de empatía para visualizar a ese héroe o heroína cuestionándose y dándose al mundo, donde uno puede sentirlo, aprenderlo, vivirlo. Con el cine de fórmula, las películas de taquilla y las series palomeras cargadas de acción excesiva, esas imaginaciones llegan desmenuzadas al espectador, son papillas que alimentan ficciones que llevan a ningún lado. Todo está dado con la imagen en exceso, con la tercera o cuarta dimensión de una pantalla HD, con efectos especiales que parecen marcar lo importante, pero que no lo es, pues el superhéroe del momento sólo existe para salvar un mundo que no comprende. Sus cuestionamientos, si es que los tiene, son planos, dejando moralinas sobre el bien y la justicia por aquí y por allá que muchos reconocen como filosofía profunda y casi pedagógica.

Manguel hace fuertes declaraciones al decir que la industria de la gratificación instantánea, de lo rápido y predecible inculca la estupidez y a nadie nos gusta que nos digan estúpidos, muchos creemos que somos medianamente listos para creer que elegimos. ¿Elegir qué? Lo cierto, y concuerdo con el autor, es que venimos al mundo como criaturas inteligentes, curiosas y deseosas de aprender, pero lo cierto también es que cultivar esa inteligencia, curiosidad y deseo de saber requiere un tiempo y un esfuerzo que no es de 15 minutos, al final tanto en lo individual como en lo colectivo lo reprimimos por el antojo de lo rápido anulando de a poco nuestra capacidad intelectual y estética, nuestra percepción creadora y nuestra utilización del lenguaje.

¿Qué historias, que son meramente ficción, siguen vigentes hoy en día? ¿Qué historias, que se cuentan hoy en día, seguirán vigentes en el porvenir?  En diferentes formatos y espacialidades seguimos contando la historia de Gilgamesh y Enkidu; un relato acadio sobre la amistad y el otro, porque sin el otro yo no soy. Si el otro no me nombra, yo no existo. Esta historia, escrita en tablillas de arcilla cocida 25 siglos antes de que Jesús nos moviera el calendario, es hoy uno de los arquetipos más importantes de la humanidad; ¿quién soy sin el otro? ¿Cómo me conozco sin mi opuesto?

Otra historia que muchos dicen leer pero pocos han hecho es el Quijote, más moderno y ya dentro de nuestra calendario occidental. Esta historia relata sobre un hidalgo loco y viejo del siglo XVII. Es la vida de un señor que cuando perdió la curiosidad fue cuando en realidad murió. No es la vejez la que nos hace viejos, sino la falta de quehacer apasionado ante la vida lo que nos mata. Regresándome otros siglitos en la historia, tenemos la invaluable Ilíada, que es la narración sobre Aquiles y su gran deseo por mantenerse en la memoria del tiempo. Quería ser conocido como el guerrero mirmidón que saqueó Troya, derrotó al rey Príamo y tomó la vida de hombres justos representados en Héctor, todo, por la belleza de una mujer. No se trate de manera literal la belleza de Helena, sino como un asunto político, ese trofeo que hoy en día gobiernos del mundo se pelean a rajatabla para justificar las guerras y las conquistas.

La Ilíada, creada por un viejo ciego que probablemente no sabía escribir, es un poema que fue relatado y después puesto en papiros para su conservación. Cabe decir que Alejandro Magno, el rey macedonio conquistador de Grecia, Persia, Egipto y mucho más, dormía con su Ilíada bajo la almohada, soñaba con ser Aquiles y vaya que logró ser más que él al conquistar todo el mundo conocido allá por el 323 AC a sus dulces 24 años. No sólo Alejandrito hizo lo suyo motivado por la poesía homérica, la Ilíada sigue vigente hoy en día en sus múltiples versiones cinematográficas, teatrales y hasta de telenovela. Del mismo autor, yace mi favorita, La Odisea, donde un cansado rey militar llamado Ulises, después de luchar guerras que no eran suyas decide, por fin, regresar a su humilde Ítaca, donde lo espera una Penélope en plena menopausia, su agonizante padre, su perro enflaquecido y un hijo adolescente que buscará retarlo como bien lo dijo Freud en su psicoanálisis de principio del siglo XX. Pero, ¿por qué a Odiseo no le resulta tan fácil el retorno? ¿Por qué atravesar esos mares se vuelve tan imposible? La respuesta es maravillosa; porque es mortal, porque tiene el privilegio divino de morir. Porque cada día es el único y el último, porque el mañana es una esperanza tan frágil como un parpadeo. Y eso, los dioses, inmortales y aburridos, lo envidian y le hacen la vida miserable.

Así me puedo seguir páginas enteras de porqué es tan importante la lectura, las ficciones y porque coincido con este autor acerca de que tenemos la oportunidad de elegir entre el lenguaje dogmático que se encierra en una caja, el lenguaje de la publicidad que sólo ofrece resúmenes o el lenguaje de la literatura que está en constante renovación y movimiento. Vayámos al encuentro de los clásicos y de las nuevas narrativas, permitámonos no ser más estúpidos e ir el encuentro de respuestas a esas preguntas y problemas existenciales que aún hoy en día embargan a la humanidad. Leer es una forma de rebeldía, de subversión necesaria.

Hay lectura para llevar, solo basta ponerse los zapatos adecuados, mirar de vez en vez el mundo que nos rodea y de pronto, bajar la cabeza hacia el libro que sostiene nuestras manos. Leer en silencio mientras todo pasa. Leer mientras se mira al mundo pasar. Leer para ser el mundo y encontrar, en las palabras, quienes somos.

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