Nada se opone a la noche

Nada se opone a la nocheDelphine de Vigan / Novela no ficción / Editorial ANAGRAMA /

Todas las familias guardan secretos. Algunos permanecen ocultos, otros habitan entre susurros sin nunca nombrarse lo suficientemente alto como para convertir ese secreto en una revelación. Si el secreto se mostrara y con ello a los involucrados, esa frágil armonía, ese decir sin decir, ese saber sin saber, corrompería la delgada estabilidad en la que suelen estar sostenidos los clanes. De ahí su fuerza; en ocultar la verdad.

Mi familia tiene secretos. Algunos los sé al igual que mis hermanas. Otros incluso los platicamos mientras nos tomamos el café en un tranquilo domingo por la mañana. Después se hace el silencio. Cada quien se levanta dejando sus tazas vacías sobre la mesa junto con las migas de pan y nos ponemos las máscaras. Nos vamos a jugar el rol familiar que se nos ha encomendado sin mencionar una palabra más hasta que, quizá, llegue otro domingo sereno.

Los secretos nos habitan. Se vuelven parte de nuestra identidad. Los secretos a veces se pueden dejar guardados dentro del cajón para luego resurgir como tsunamis. Tienen voz y personalidad. Hay secretos que pretenden llevarse hasta la tumba para dejarlos ahí, en la inmortalidad del silencio. Aquel que guarda un secreto, lucha contra la profecía de que tarde o temprano todo saldrá a la luz. El secreto por sí mismo busca la fuga, la grieta de la materia que lo oculta. Consume desde adentro.

El secreto si no es manejado con inteligencia emocional, de a poco se convierte en síntoma. El síntoma detona en una enfermedad temporal o permanente del cuerpo y de la psique. Fue el caso de Lucile Portier, una joven hermosa de carácter sombrío. Lucile pertenecía a una familia que se jactaba de su pequeña burguesía. Un padre encantador que gustaba ser el centro de atención, una madre rubia que no terminaba de parir y se sentía agradecida por su inacabada fertilidad. Ambos, George y Liane, buscaban una vida bohemia en París, pertenecer a los círculos intelectuales de la élite social y hacer de sus hijos criaturas extrovertidas que salieran en las revistas de moda; eran lo suficientemente guapos como para ofrecerlos a las marcas de ropa. Lucile era quien más sobresalía junto con su hermano Barthélèmy. Después fueron llegando los demás, y así como les tomaban fotos, así mismo morían a causa de accidentes o suicidios. No hay nada más desgarrador en una familia que esa racha de muerte que no se despide jamás y te deja temblando.

Lucile creció conociendo la muerte desde muy joven. Su temperamento oscuro no cambió con los años. A penas si sonreía, sin embargo, la sonrisa no le era necesaria, su belleza fue suficiente para obtener todo cuanto señalara con su dedo de perla. A los 18 años creyó descubrir el amor, creyó desear la maternidad hasta que su síntoma, que no era más que ese secreto a voces, no resistió el encierro y explotó como una supernova, arrasando todo cuando se encontraba en el entorno.

Lucile —madre de dos pequeñas y separada de Gabriel, cuya promesa de amor eterno se desvaneció ante la primera desconexión entre la mente y la realidad— intentó por todos los medios callar, pero el cuerpo y la escritura le darían batalla. Las hijas, Delphine, autora de este libro y Manon, la menor, tuvieron que arreglárselas con el exceso de Lucile, quien desarrolló depresión crónica, una esquizofrenia paranoide y una constante entrada y salida de psiquiátricos públicos.

La novela nos muestra un París arrogante, un Paris descuidado e incluso indiferente con todo lo que va perdiendo la belleza. También se muestra una familia que tiene las fotos más perfectas colgadas en el pasillo por donde pasan las visitas, que manda postales familiares a sus amigos en periodo de navidad y se va de vacaciones a las playas de Ibiza para broncear suavemente su piel de por si ya dorada. Una familia donde todo está bien. Si bien la muerte accidental de un hijo y el suicidio de otro colocó una sombra sobre ellos, todo lo demás se mantenía en una alteración intacta; sujetos a un control excesivo del padre y a una obediencia ciega de parte de la madre.

Lucile, ante una enfermedad mental que la debilitaba al grado de quitarle su funcionalidad y autonomía, un día, de esos en que su hija investigaba el por qué su madre se había suicidado, encontró la evidencia, el secreto, la revelación, lo que todos sabían pero que no debían nombrar; había sido abusada sexualmente por su padre. Es fue el costo de su exquisita belleza. No sólo ella, también Violette, la hermana menor y hasta Camille, una amiga de la familia, sufrieron bajo el poder de este hombre de sonrisa clara. La madre, consciente de la situación, decidió mirar hacia otro lado. Así la aberración. No hubo castigo para el violentador. Era el patriarca y a los patriarcas no se les toca, se les admira y se les obedece.

Pues bien, ¿qué cosa más horrible será encontrar a tu madre muerta, aferrada a una pequeña radio prendida y cubierta de su propia sangre? Esa fue la imagen que vivenció Delphine cuando se percató que desde hacía cinco días no sabía nada de quien le diera la vida. Le dejó una carta, una carta que reflejaba la lucha contra sí misma, contra el trauma, contra el secreto, con el querer simular que nada había pasado, que su padre era bueno. Los secretos son injustos, muchas veces los carga la víctima y uno, de a poco, también se hace víctima de los secretos.

Pienso en mi familia. Una familia de mujeres. Siempre me ha rodeado un mundo femenino que me resulta misterioso y desbordante. Mi madre me ha contado secretos. Paulina me ha confiado secretos. Yo tengo los míos y creo que alguna vez le compartí uno a un extraño. Después de ahí, he sido mutista. Espero la inmortalidad del silencio.

Esta novela no sólo la leí por recomendación de Luis, sino por el tema. No hay mayor tema para mí que mi madre, a quien pretendo escribir y conocer. A quien busco desesperadamente desmenuzar para, quizá, saber un poco de mi origen; un origen descuidado y ficticio. Sé algunos secretos de mi madre, varios me han marcado y me han seguido. Los he hecho míos. Seguramente desconozco muchos más. He empezado una travesía de búsquedas, de preguntas, de nuevas preguntas, he indagado en mi memoria, revisado mi pasado, recolectado fotos, confiscado diarios. Voy recogiendo pedazos de cristal para un día, tener el espejo entero y verme completa.

Sé que mi madre no se quitará la vida, pero sí, lo admito, desde niñas hemos abrazado muy suavemente la idea de partir si de repente la existencia se hace intolerable, incluso lo hemos hablado en el jardín mientras alimentábamos a las gallinas. Hemos hablado de tomar un dulce veneno y simplemente ya no estar. Mi madre ha dicho sí a la idea. Lo ha dicho en serio, lo he visto en sus ojos tristes. Tenemos esa vocación suicida que queda revelada en los actos destructivos, en los dolores sangrantes de no tener un lugar en el mundo, de ser hijas de una mujer que ha nacido en un pueblo fantasma y creo, a veces, que ella misma es una aparición. ¿Qué somos Paulina, Violeta y yo?

¿Qué será de nosotras cuando hayamos partido? ¿Quién se marchará primero rompiendo esta promesa fantasiosa de morir juntas? ¿Quién cuidará de los perros y apagará las luces? ¿Estuvimos realmente aquí?

Nada se opone a la noche es una novela cruda y real. Una novela escrita por una hija a su madre. Un relato que busca, en medio de la oscuridad, encontrar la luz para seguir, aunque a veces ese seguir es incomprensible. ¿Qué es la vida en todo esto? Pregunta básica y fundamental que sigue sin respuesta. Qué es una madre sino el caos que nos permite darle principio a nuestra propia existencia.

¿Qué queda mientras el secreto se acomoda por un rato y luego se mueve motivando a su portador a aventarse por la ventana? Queda regar las plantas, lavar los platos, ir al trabajo y regresar, pagar la renta, anotar los gastos, desparasitar a las mascotas, limpiar los mosaicos del piso, tomar limonada, leer un libro, ver una serie, colgar la ropa, sacar copia de las llaves, cambiar el foco de la lámpara, cortarse el cabello, tomarse las fotos, leer, escribir, comprar un seguro de vida y de enfermedad. Un seguro contra incendios. Preocuparse de día, angustiarse de noche, despertarse a mitad de la madrugada, pedirle a Dios para luego descreerlo. Recargar la tarjeta de transporte, picar fruta, andar descalza, recoger la basura, tomar una pastilla para el dolor de cabeza, recordar que hay que beber más agua, evitar comer tanta carne, revisar el estado de cuenta, felicitar a alguien por su cumpleaños, cantar, meterse a bañar, salir de la ducha, dormir, soñar, rechinar los dientes. Ir al mercado, revisar tareas, volver a escribir, reescribir y así, hasta volver a nacer o de plano morir.

Todo el mundo tiene secretos. La única cuestión es encontrar en dónde están.

Un comentario sobre “Nada se opone a la noche

  1. Este texto me ronda desde que lo leí. Se me queda menos la recomendación literaria que la reflexión de la lectora. Me evoca una casa silenciosa, iluminada con fuerza por el sol a través de ventanas pero con sombras y penumbras en las habitaciones alejadas de la orilla.

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