La cabeza de mi padre

Captura de Pantalla 2022-10-20 a la(s) 22.17.42Alma Delia Murillo / Narrativa / Editorial ALFAGUARA

Vaya que es difícil hablar/escribir sobre la figura paterna. En México, de los 126 millones de habitantes que somos a lo largo y ancho del país, el 41% creció/crecimos con la ausencia de un padre. Dicho de otra manera, 49 millones son/somos hijos e hijas que andan buscando a un tal Pedro Páramo. Y es que parece ser que así funciona la cosa, todavía de que es el padre el que se va por cigarros para nunca jamás regresar, son/somos los hijos quienes tenemos que ir a buscarlo para completar la otra parte de nuestra historia, de nuestra identidad.

Yo no había hecho consciente la figura ausente de mi padre biológico. Había dejado la revelación ahí guardada, escondida entre muchas cobijas pesadas y oscuras, pero un día esa revelación supo salir de debajo de toda esa montaña y se insertó en mí como una espina filosa y fina. Tuve la suerte de tener un padre que se la jugó al reconocerme como su hija y de paso darme un par de hermanas que son mi adoración. Pero sí, queda ese hueco del padre fantasma del que sólo se escuchan rumores, de esa criatura amorfa que vas completando como un rompecabezas del que no tienes imagen ni en la caja y donde incluso tienes piezas faltantes y otras repetidas, pero nunca las exactas.

Cuando yo me enteré de ese padre sobrante e inútil, una parte de mí se desprendió, es como si la verdad en lugar de complementarme me dividiera, y así ando por la vida, dividida y enojada.

Mi historia es la historia de muchos hombres y mujeres. No soy una más ni una menos. Soy parte de una estadística que se hace mostrar específicamente en el día del padre que es el tercer domingo del mes de junio. Pero esas notas pasan desapercibidas para los lectores. Está tan normalizada la ausencia del padre que no llaman la atención las cifras tan altas de abandono y las repercusiones psicológicas, mentales, económicas y sociales que tiene. Ahora entiendo por qué las feministas se ponen como energúmenos cuando intentan explicar al desentendido, al normalizado, que toda la carga de la crianza cae en la madre volviéndose el depositario de culpas, reclamos y admiraciones. Si el padre se va, está bien, no pasa nada, veremos si regresa 30 años después preguntando por qué chingados cambiaron la chapa de la puerta. Pero si es la madre quien deja el hogar, la sociedad entera se le viene encima sin importar las razones. Aunque bueno, yo creo, y hablo desde mi lugar, no hay razón justificable para el abandono de los hijos sin importar quien lo lleve a cabo.

Muchas veces me he preguntado si a ese viejito todo frágil, con sus ojitos claros por la ancianidad y su voz delgadita a quien le cedo el lugar en el transporte público o le ayudo a subir las escaleras en esas horribles estaciones del metro que siempre tienen las eléctricas descompuestas no fue/es un abandonador de hijos. Uno más de tantos muchos al que se le hizo fácil guardar sus tiliches en una petaca, cruzar la puerta para adentrarse a una aventura desconocida donde emprendería ese maravilloso viaje de sólo ver por sí mismo y no dar noticias de sí nunca más. Esos padres abandonadores, que son muchos, se hacen fantasmas, añoranzas, dolores que no se acomodan, heridas tan abiertas que las cicatrices no son suficientes para sanar, se queda algo crudo y sangrante que hay que estar limpiando constantemente para que no se infecte. Y ahí anda uno, todo demediado, poniéndose y quitándose curitas.

Y así, en esa mutilidad mutiladora de saber que tienes un padre al que no le interesas ni tantito y del que muy posiblemente sabrás de él porque alguien te dijo que se murió, es que me encontré el libro de Alma Delia Murillo llamado La cabeza de mi padre. Confieso que sigo a la autora en Facebook, incluso tenemos conocidos en común, incluso la conocí una vez que estaba con mi amigo Rafa tomando un cafecito y éstos se saludaron muy gustosamente. Muy seguramente, como me sucede seguido, no me ubica, pero no pasa nada. Es un daddy issue mío creer que nadie me recuerda, que nadie me quiere, que paso de largo, que en fin. Espero en unos años resolverlo en terapia. Gracias, criatura engendradora, por dificultarme la tarea de encontrar mi lugar en el mundo.

Años después, muchos, mientras aprendía y desaprendía a vivir y desvivir con esa incógnita que proveía la otra parte de mi genética, aprendí a hacer como que no pasa nada cuando todo el mundo se siente con el derecho de hablar de ese padre fallido como si se hablara del clima. Te amarra el silencio y, si lo dices, te invitan a superarlo, así, tan fácil como superar el final de una serie televisiva.

Bueno, mientras andaba en esas cosas paternales y ausentes haciéndome bolas yo solita, me encontré en una librería esta novelita que desde el principio llamó mi atención justo por el tema. ¿Cómo relatar eso, eso que duele y es el abandono, la ausencia, el no estar de un padre? Es increíblemente injusto como un vacío puede llenarlo todo. ¡Maldita sea!

Pues bien, la novela de Murillo empieza justo diciendo que tiene terror de hacer esa escritura, de relatar su experiencia en la búsqueda de su progenitor. Habla también de cómo hacer ese viaje del héroe que bien describe Joseph Campbell en su monomito, donde para tener una historia que contar se debe salir al mundo, dejar el ambiente ordinario, atravesar el umbral y sortear una serie de peligros para, al final, después de batallar con monstruos externos e internos, ganar el tesoro que puede manifestarse en forma de verdad. Muchas veces esa verdad puede resultar decepcionante. ¡Vaya premio! Es como la catafixia de Chabelo dicho en términos mexicanos. Apuestas y apuestas pensando que vas a ganar y en lugar de ganarte la bicicleta que estaba en el estand número uno, terminas llevándote un pelador de papas acompañado de consoladores aplausos de parte del público. ¡Gracias, gracias, querida audiencia. De saber que mi padre es/era un don nadie, ahí la dejaba!

Hablando un poco más en serio, admiro el valor de la autora para hacer maletas y tomar camino. Yo me pregunto si haría lo mismo. He pensado varias veces en comprar un boleto y partir hacia donde sea para verlo de lejos y luego, simplemente regresar. Pero no. No lo haré. Me da miedo verlo tan él sin mí. Yo tan sin él.

Me imagino lo complejo que fue llenar de palabras y sentidos una novela de más de 200 cuartillas. ¿Qué puedes decir de quien no conoces, de esa idea que tienes no por ti, sino por lo que otros te cuentan de él, de los recuerdos lejanos casi imperceptibles, de las fotos borrosas o de esos sueños donde se te aparece, pero como todo sueño, es y no es?

Murillo lo logra, cuenta tanto de sí que va armando a un padre que lo único que tiene en común con el mío es el abandono. Su madre, quien se las vio negras para sacar adelante ocho hijos en una ciudad turbulenta, al final sabe perdonar para poder seguir en paz. Lo curioso es que esos abandonadores no piden perdón, incluso me atrevo a decir que ni siquiera saben lo que han causado. Así de fuerte la ignorancia. Así de poco el valor hacia los hijos.

Murillo arma una historia de principio a fin que terminé de leer en una semana entre mis ires y venires por la ciudad. En México muchos somos hijos de un tal Pedro Páramo. Luego llega esta mujer de ojos profundos como armaduras de escarabajo y corrobora, comprueba, la idea de porqué Rulfo es Rulfo, porque él le dio nombre al padre ausente, porque condenó a los hijos e hijas a ir en su búsqueda. Porque las madres perdonan. Yo no quiero buscar, pero quiero saber y no quiero que mi madre perdone.

Si eres uno más de la camada abandonada de ese tal Páramo y tu Comala queda en Sonora,  como es mi caso, o en Michoacán como es el caso de la autora, o en la mismísima Ciudad de México o del otro lado del charco, esta novelita es para ti. Con esto que diré no pretendo reducir a los lectores y hacer de este texto algo exclusivo de género, pero si eres una hija sin padre, es más probable que este libro toque lo que tenga que tocar. Pocas veces se habla desde las sensaciones femeninas quizá porque estamos históricamente más expuestas y más acostumbradas al abandono. Si bien se anda diciendo que esta sociedá actual mexicana anda en eso de favorecer la diversidá y que hasta lenguaje inclusivo tenemos, lo cierto y es momento de nombrarlo, las violencias y las carencias que nos tocan como hijos e hijas sin padre son distintas, ninguna más fácil que la otra, pero sí hay diferencias. Ya Rulfo habló desde el hijo, ahora Alma Delia alza la voz desde las hijas.

No sé si estoy lista para emprender mi viaje. Puede más el orgullo. Orgullo disfrazado de timidez y miedo. De rechazo. Si ya me rechazó una vez, por qué no habría de hacerlo una segunda. Muy seguramente podría con eso. Es mentira, no podría. ¿Qué tanto tengo que mover mi mundo, aparentemente estable, para solo verlo a lo lejos y reconocerme en la otra mitad? ¿Será verdad que sí tengo su barbilla, su color de piel, los labios, las cejas, el pelo y hasta los dedos cortos? Quiero ver eso que de pronto escucho que dicen, que soy su retrato. Bueno, este retrato tiene curiosidad. ¿Será la curiosidad la que me haga cruzar el umbral o será el orgullo el que me haga quedarme?

6 comentarios sobre “La cabeza de mi padre

  1. Pues sí… suena a que hay que leer esa novela. Por ahí leí que algo intrínseco del ser humano es reconocer lo que es y luego negarse a ello, desde cosas aparentemente tan simples como comprar libros para terminar por no leerlos. Quizás las búsquedas, o mejor dicho, la necesidad de encontrar algo aunque no iniciemos la búsqueda, es algo que al mismo tiempo nos define, una especie de paradoja porque, en cuanto lo resolviéramos. ¿Cambiaría algo en nosotros? Es decir ¿Sería como todas las terapias necesarias resumidas en un instante? Qué shock. Yo supongo que no, como los viajes de Ayahuasca y esas cosas en los que algunas personas buscan respuestas, una búsqueda de otra índole, pero a fin de cuentas una búsqueda, y luego del viaje siguen siendo las mismas personas, excepto que ahora cuentan que vieron seres mágicos entre los árboles. Supongo que en el caso que plantea la novela, ese hueco llamado abandono rara vez tiene una forma distinta a la decepción. De hecho ahora mismo no puedo pensar en una, quizás en caso de darse cuenta que el padre está muerto, aunque eso no terminaría la búsqueda, la dejaría atrozmente inconclusa para quien no puede soltarlo. Quién sabe… quizás en el abandono haya ganancia, quién sabe de qué horrores se salve alguien que se libra de una persona capaz de abandonar a sus hijos. Este texto me ha hecho reflexionar y picado la curiosidad respecto a este libro. Ya que lo consiga irá a la pila de «Por leer». Formados, que si me alcanza el tiempo, los leo todos. Gracias por la recomendación.

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  2. Recién leí «El verano de la serpiente» de Cecilia Eudave. Es una novela corta que irremediablemente me envió a este texto porque aborda el tema de la familia, la madre, el padre, las hermanas. Aunque a diferencia de lo que planteas respecto a la búsqueda de identidad creo que el texto de Cecilia tiene como eje subyacente la crueldad. Es algo que hallas en cada capítulo. Me preguntaba si ya lo habrías leído y si harías un post de ese librito.

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