La gran invención

Captura de pantalla 2023-04-08 203525Silvia Ferrara / Ensayo / Editorial ANAGRAMA

Si usted, querido lector imaginario, busca en la red sobre los inventos más importantes de la humanidad, aparecerán listas donde la escritura no está considerada o yace al final de la misma. Podrá encontrar cosas tan curiosas como el cepillo de dientes, los videojuegos, la ropa, la cama, y así. Otras listas más serias dicen que los 15 inventos más importantes son/fueron el fuego —aunque para mí más que un invento fue un descubrimiento muy afortunado y rápidamente domesticado—, la rueda, el arado, la pólvora, el hormigón, la bombilla, la máquina de vapor, la imprenta —aquí no se trata de escritura, sino de reproducción—, el avión, los antibióticos, el motor de combustión, el telégrafo, el ordenador, el teléfono y por supuesto Internet. La revista Algarabía (marzo, 2023) fue más sensible al respecto. Coloca en su sección de Ciencia lo que considera los inventos más reveladores en orden de importancia: La música, el lenguaje, los números, las embarcaciones, los mapas, el ladrillo, la escritura, la rueda, la llave y la cerradura, el vidrio, el papel, la lata, la refrigeración, el plástico, la máquina de escribir, el automóvil, el avión, el cinematógrafo, el Internet y, por último, el disco compacto.

La mayoría de las personas no se ponen a pensar sobre la escritura porque dan por hecho que es parte del ser, pero no. La escritura no sólo es ese cúmulo de signos que se convierten en código y contiene mensajes, sino que es la memoria. La memoria viva de las cosas, de las ideas, de las emociones, de las imaginaciones, de todo. ¿Sabía usted, querido lector imaginario, que para Aristóteles la escritura es antinatural? Sí, el habla o el lenguaje en general es propio del animal humano, pero no así la escritura, por eso su maravilla, porque no viene incorporado en el manual, sino que se tiene que aprender y, por tanto, se tuvo que inventar.

Marshall MacLuhan en su librito El medio es el masaje (1967) bien lo dijo una vez: Todo lo que existe creado por el hombre es una extensión del cuerpo de ese mismo hombre. La bicicleta es una extensión de los pies, la ropa de la piel, los lentes de los ojos y así hasta llegar a las extensiones más inusitadas. La escritura es una extensión de la memoria, de la permanencia.

Los seres humanos somos la única especie que no vive en el presente. Ya lo dijo también Desmond Morris en su maravilloso ensayo El mono desnudo (1976). Somos esa especie frágil y desprovista que de pronto tuvo que sobrevivir a un ambiente hostil que no da tregua. Entonces empezamos a usar la imaginación más sumada a la necesidad, creamos la escritura, una herramienta altamente necesaria para no tener que empezar cada vez.

Darwin decía que un león siempre será un león. La repetición de la biología lo hará ser el mismo hasta que haya un cambio lento y necesario. Está diseñado por sus propios instintos, pero un ser humano no funciona así, no es tan predecible. Un hombre y una mujer nunca será ese mismo hombre y esa misma mujer gracias a que vivimos y habitamos en un tiempo imaginario que nos saca del presente para llevarnos al pasado, al futuro, a crear expectativas, a crear escenarios. Gracias a esa otra invención que no está en ninguna de las listas que es el tiempo, es que creamos una extensión de la memoria para perdurar. Digamos que a nuestros instintos les falta unas cuantas pinzas de la caja de herramientas, por eso lo complementamos con la palabra, la palabra escrita. La palabra para la permanencia, para la sobrevivencia, para ser y para estar. Para el estuvo y el estaré. Para el estaría y el estuviera.

Si bien Irene Vallejo se convirtió en una “rockstar” literaria gracias a su increíble libro titulado El infinito en un junco (2019), también es cierto que la están tratando como si hubiera descubierto el santo grial de la escritura. No me mal entienda, querido lector imaginario. La autora me cae bien y su ensayo es un gran ensayo y ella es una gran escritora. Pero no es la única, tenemos más autores geniales que hablan sobre esta gran invención de manera bastante convincente y creativa y no los veo dando “conciertos” en las mejores salas de lectura del mundo.

Ahora, en el proemio presente hablo de Silvia Ferrara, autora de La gran invención (2019). Ella es filóloga, da clases en varias universidades importantes de Europa sobre escritura antigua y está al frente del proyecto INSCRIBE del Consejo Europeo. Este proyecto lo conforman un grupo de personas muy eruditas que tratan, con toda la sapiencia y toda la tecnología existente, de descubrir los comienzos de la escritura y descifrar esos códigos que aún continúan siendo un enigma. En Creta, por ejemplo, hay cuatro escrituras aun no identificadas en su totalidad. Éstas son: El jeroglífico cretense; Lineal A; El disco de Festo; y Lineal B. En México sobrevive un engima llamado el código istmeño, un preludio idiomático del zapoteco que es más antiguo que el maya. La autora misma cuestiona lo increíble que resulta que en pleno siglo XXI todavía tengamos un conocimiento tan limitado en temas de escrituras antiguas. ¿Por qué se sabe tan poco de ellas? Un principio fundamental para todos aquellos que se dedican a resolver estos menesteres como si estuviéramos en una película de Indiana Jones, es que, si un humano lo pudo codificar, otro humano lo podrá descodificar para codificarlo de nuevo. Entonces, ¿por qué no se ha logrado descifrar la escritura prehelénica e itsmeña?

Este librito me acompañó a uno de los lugares que desde hace tiempo quería conocer: Mazunte, Oaxaca. Así que un día, como si fuéramos dos adolescentes que mueren por comprobar que la Tierra es redonda, Luis y yo hicimos maletas, rompimos las alcancías y nos lanzamos al más allá.

Mazunte si bien es un pueblito mágico, también es un pueblito gentrificado. Ahí Luis y yo parecíamos los extranjeros mostrando orgullosos nuestra clase trabajadora. Todo en ese lugar está lleno de europeos y norteamericanos. Pero no están ahí de vacación, ahí viven, por lo que el pequeño lugar costero ya cuenta con spa detox, tiendas naturistas, estudios de yoga y tatuajes de diseñador, cafeterías veganas, tiendas de ropa super acá, fruterías y verdulerías orgánicas y por supuesto, todo muy costoso. Imposible comprar una jícama que no haya sido sembrada por algún iluminado que aprendió las leyes del budismo en una conferencia en Nueva York. Ya ni hablemos de un kilo de naranjas que no hayan pasado por las manos holísticas y sanadoras de la curandera gringa que viene de ser aprendiz de un chamán en Tailandia. Todo ahí es extranjero, menos el mar.

Mientras leía en un camastro de madera y me fascinaba por la primera escritura que fue la sumeria y que perduró por más de cuatro mil años, y que después llegó la egipcia y sus jeroglíficos que estuvo activa también cuatro mil años, y después apareció la china —que es la que menos ha cambiado— y se instaló por tres mil años y contando, para cerrar con la maya que tiene unos dos mil años, se nos acercó una mujer semidesnuda, altamente flaca y altamente rubia. Ojos verdes, piel dorada, tatuada hasta los dientes, con aretitos por todas partes. Vestía un minibikini que dejaba ver sus modernos pelos púbicos y axilares como si fueran parte del look. Vendía bolitas de chocolate bañados en buenos deseos y azúcar de los altos del Himalaya. Fue terrible ver cómo también el extranjero les roba los negocios informales a los locales. En fin… le llamó la atención el título y dijo, sin que nadie la invitara a conversar, que ella era una gran lectora.

Comentó a manera de observación que era raro ver a un mexicano leyendo. Después vino la pregunta de si éramos mexicanos. La cosa es que nos criticó, bueno, no a nosotros directamente, sino a nuestra raza de bronce, agregó que éramos tercos y desagradecidos, pues ella había venido a educar y traer progreso y no entendía por qué no la recibíamos con los brazos abiertos, así como debimos recibir a los españoles hace 600 años.

Se sorprendió de que la autora del libro no fuera española, sino italiana. Dijo que el español era la mejor lengua porque se había inventado en Castilla y que en este mundo no hay migrantes, hay conquistadores. Yo bebía mi agüita de sandía fresca mientras la miraba. Después me animé a contestar. -No tienes ni idea de lo que dices. Para afirmar tu argumento te hace falta mucha lectura –continué-. España no inventó el español. El español, para empezar, es una lengua romance que deriva del latín vulgar. A su vez, ese latín vulgar forma parte de la familia itálica, que a su vez, es parte de ese idioma primigenio llamado indoeuropeo. Me queda claro que no estás lista para esta conversación y no tengo ganas de darte una lección gratis. Eres muy amable en ofrecer tus bolitas de chocolate, pero ahí pa la próxima. Quítate, que me estás tapando el sol. A menos de que me digas que el sol también lo inventaron en Castilla.

La verdad es que no es cierto. Bueno, es cierto lo que dijo de nosotros los mexicanos y del español, pero no es cierto que le contesté. Estaba demasiado en shock para siquiera articular palabra. Una vez superado el encuentro de los dos mundos, tomé nuevamente el libro, justo en la página 149 encontré que todas las escrituras mesoamericanas tienen una hermosa obsesión por la iconicidad, no sólo la enfatizan, sino que la conservan con el paso del tiempo. Para la autora, la escritura mesoamericana posee una declaración a la existencia pues busca, a diferencia de las otras escrituras, el movimiento, no quedarse quieta en la piedra, en el papiro o en la tablilla. Brota. Es una escritura viva y vibrante. ¿Qué bonito, no?

Así que sí, leer sobre escritura es un placer. Aprender sobre escritura es un placer. Debatir sobre escritura es un placer. Aquí la dejo. Espero que si tiene oportunidad de leer este ensayo lo haga a la brevedad, querido lector imaginario. Y aquí una reflexión, ¿qué seríamos sin la invención más grande del mundo? Sin ella, solo seríamos voces flotantes, suspendidos en un presente sin horizontes. Seríamos seres sin memoria o con una memoria muy limitada, atados a nuestra simple mortalidad.

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