Byung – Chul Han / Ensayo / Editorial Taurus
Costo: 199MXN / Pasta blanda / Librerías Gandhi
Desde que Facebook es Facebook y dio pie a la existencia de otras redes sociales como Instagram, Twitter, Tik Tok y más que seguramente no conozco, uno puede, como usuario, percatarse que a manera de motivación aparecen por aquí y por allá frases descontextualizadas de filósofos antiguos y contemporáneos. Qué pensaría Aristóteles si viera cómo hemos fragmentado su poética, o Heráclito que viene de una corriente elementalista y lo menos elemental hoy en día es justo andar perdiendo horas de navegación en posteos baratos que intentan reducir todo un pensamiento en una sola frase. No puedo evitar pensar en Descartes con su racionalismo extremo, seguramente diría algo así como feisbuqueo y luego existo.
Gracias a estas redes sociales y sus frases “mamalonas” firmadas por grandes autores uno se va creyendo filósofo de la nueva era, donde todo ocurre en la liquidez de Bauman y en las no-cosas de Byung- Chul Han, quien no se ha escapado de estar-sin estar en las redes con frases fuera de su contexto como “La depresión es una enfermedad que sufre de excesiva positividad” o “Transparencia y verdad no son idénticas” o esta otra, “La comunicación digital es solo vista, hemos perdido todos los sentidos”. Y así vamos las personas convertidas en usuarios leyendo fragmentos, haciendo como que entendemos cuando no sabemos ni remotamente qué es positividad, qué es transparencia, qué es la verdad. Tenemos los conceptos predeterminados y eso es suficiente para apropiarnos de ideas que nos hacen sentido por unos minutos, damos like y luego se desvanece para dar paso a otro contenido.
Yo conocí a este autor justo a través de las redes sociales. Después busqué algunos datos en Google, lo que me llevó a Wikipedia, luego a más páginas y terminé en YouTube. Francamente no le di mucha importancia hasta que llegó Luis con un librito flacucho y con una portada algo feíta. Le di una hojeada porque el título llamó mi atención. Fue una grata sorpresa leer a este pensador surcoreano cuya segunda patria es Alemania. Da clases en una prestigiosa universidad, anda por el mundo dando conferencias sobre el cansancio, la autoexplotación, el síndrome de burnout. Vive en un departamento frío, sombrío y sin muebles, si acaso una cama y un piano de cola y aunque no le gustan las redes sociales es ahí donde su imagen se encuentra. ¿Qué pensará de eso?
Desde hace siglos sabemos que el mundo terreno se compone de cosas y que las cosas por su orden y/o naturaleza tienen una forma duradera creando un entorno estable donde habitar. Esas cosas son las que permiten estabilizar la vida humana. Hoy en día, en plena aurora del siglo XXI ese mundo terreno, ese orden tangible, está siendo sustituido por el orden digital. Así es, las cosas ya no existen como tal, sino que están informatizadas, descorporizadas.
Chul Han se ha dado a la tarea de pensar sobre cómo se comporta la sociedad hoy en día con tanta tecnología disponible. Dice que todos, prácticamente sin excepción, corremos tras la información sin alcanzar un saber. Tomamos notas sin obtener conocimiento. Viajamos a todas partes sin adquirir experiencia. Nos comunicamos continuamente sin participar en una comunidad. Almacenamos grandes cantidades de datos sin recuerdos que conservar. Acumulamos seguidores sin encontrarnos con el otro. La información crea una forma de vida sin permanencia ni duración.
Esto me lleva a pensar en el ser humano del futuro, ¿cómo será? Como docente que convive todo el tiempo con jóvenes universitarios me toca vivir una gran paradoja, porque los profesores se quejan de que sus alumnos no prestan atención a la presencia física por estar metidos en sus redes sociales mediante su celular pero, a la vez, he presenciado como ese mismo profesor que se manifiesta por la falta de atención, hace exactamente lo mismo cuando tiene oportunidad. Y es que hay una necesidad de fuga, de saltarnos de a poquito la realidad. ¿Qué es la realidad? Me preguntaría este filosófo. No lo sé, le contestaría. Para mí es el estar aquí, en el mundo palpable, pero parece que ese mundo está a punto de la extinción. ¿Qué es la extinción?
El ser humano del futuro según este filósofo es ese ser que ya no siente interés por las cosas tangibles, ya no le causa curiosidad tocar debido a que no necesita lo material pues las máquinas o los aparatos harán el trabajo manual por él. Por tanto, el humano del futuro será manualmente inactivo, ya no tratará con las cosas y tampoco las creará. Una prueba de ello es que ya tenemos una impresora 3D que prácticamente lo replica todo con solo meter datos en una base informática.
En el mundo de las cosas las manos eran el órgano de trabajo y la actividad. Ahora es el dedo el órgano de la elección, el protagonista del mundo del dígito, el mundo digital. Las necesidades se cumplirán o se satisfacerán presionando teclas, dando instrucciones en códigos a infórmatas que están configurados para hacer lo que los humanos no queremos hacer.
Vivimos en la postmodernidad, vivimos al final de la historia. La idea no es nueva, ya lo dijo Bauman a quien no me canso de citar y ya lo dice también Chul Han, quien lo referencia con mucho mayor argumento que yo que sólo soy una lectora y observadora de mi propia cotidianidad. Este pensador lacio de apariencia misteriosa que trae siempre alrededor de su cuello una mascada fina, sostiene que el futuro del hombre y la mujer es la poshistoria. Esto me parece interesante, pues hablamos de los extremos de la sociedad humana que ha llevado millones de años en concretarse. Todo inició en la pre-historia, llegó la historia y ahora estamos en el umbral de la pos-historia. ¿Qué seguirá después?
Hoy en día, no es de extrañar que el cuerpo tenga un uso secundario, ya no se trata de llevarlo y traerlo. Los infórmatas hacen las cosas por nosotros. Todo es smart. Tenemos televisiones smart, refrigeradores smart que detectan los productos que faltan en su interior y en automático mandan una lista al súpermercado para que la surta y se pague con una tarjeta electrónica que dispone de dinero electrónico. Tenemos casas smart, con lámparas inteligentes, con Alexas que obedecen todo, incluso se animan a responder preguntas existenciales. ¿Cuándo fue la última vez que se levantó del sillón, querido lector imaginario, para prender por usted mismo la televisión sin la ayuda del control remoto? O bien, que fue al correo postal a dejar una carta con la esperanza de recibir una respuesta y con la incertidumbre de que ese sobre fuera entregado en tiempo y forma al destinatario?
Esto me hace pensar en cómo se dictan las nuevas narrativas literarias y audiovisuales. El cine o las series de televisión han cambiado mucho de hace unos veinte años para acá, ahora vemos como los personajes interactúan con la tecnología, vemos lo que escriben en sus celulares, o tecnología de mayor complejidad como armas, satélites o computadoras súper dotadas, sin mencionar androides, son parte regular de la trama. La literatura clásica no podría existir en estos tiempos. La literatura clásica si algo tiene para que el conflicto sea conflicto, es justo la ausencia de dispositivos comunicativos.
Recientemente fui a visitar a mis padres. No sé si lo sepa, querido lector imaginario, pero mis queridos progenitores viven en un pueblito queretano, en un ranchito coquetón donde pasan sus días ante el más mínimo contacto con la gente. Sí, tengo unos padres ermitaños, pero aún en su ermitañez, la casa está dotada de tecnología: Tienen Internet, cámaras para ver el exterior, una maquinita barredora que anda por la casa cantando en chino, una lavadora automática, computadoras y otros dispositivos tecnológicos. Bueno, pues en mi visita, mi padre me vio levantarme muy temprano para hacerme un café en una cafetera inteligente que con sólo apretar el botón número uno prepara la bebida a mi gusto. La idea era salir al jardín para leer un poco. Al verme con el libro me preguntó qué era eso. Le mostré y le contesté que un libro. Lo tomó, lo hojeó y me dijo que por qué leía así, en físico. Después me presumió que tenía una biblioteca digital con más de cuatro mil títulos pero que por ver películas que le recomendaba Netlifx y HBO hacía mucho que no leía. Mis padres tienen más de sesenta años y están dentro del sistema tecnológico. Es fácil caer ahí. Todos estamos.
El libro electrónico no es una cosa, como lo es un libro-libro. El libro electrónico es información. No es una posesión, sino un acceso. Carece de edad, de lugar, de productor y de propietario. No tiene un dueño o un destino, por eso no hay del libro eletrónico un ejemplar. La mano del propietario de un libro lo dota de identidad al hojearlo. Al sentirlo le da fisonomía, incluso adquiere personalidad. Sin el tacto físico no se crean vínculos y esto aplica para todo. El tener algo físico genera una responsabilidad y de ahí surge un vínculo sólido llamado compromiso e intercambio. Recién me enteré que estamos tan líquidos que hay padres que le compran a sus hijos mascotas virtuales para hacerles compañía y también para hacerlos responsables mediante el cuidado, pero cómo se entenderá esa responsabilidad si el perrito de a mentiras se muere por falta de alimento de mentiras. ¿Dónde queda la consecuencia verdadera que nos lleva a tener un criterio moral?
¿Qué vamos hacer? Somos una sociedad dominada por la información y los infórmatas. Los infórmatas son actores que procesan la información como el auto inteligente que nos informa sobre su estado y el nuestro. Vivimos en la desnudez de los datos, de lo extremo literal. Si lo pensamos bien, las cosas no sólo son una herramienta, sino algo ornamental, algo hecho por el hombre con sus manos, nos contacta con lo divino. Ahora sólo nos quedan símbolos simplones carentes de belleza. Las no-cosas nunca tendrán forma, magia, nunca serán únicas por ser tangibles, nunca tendrán peso. Las no- cosas son sólo lineas rectas. Sin duda me resulta muy aburrido buscar sueños en una ciudad sin esquinas. Quizá ya no buscamos sueños. Los sueños ya están hechos, sólo hay que ver en qué plataforma se encuentran.
Otra pregunta que me genera este libro es si el ser humano logrará trascenderse en el tiempo. A mi concepción hemos anulado nuestra individualidad para hacernos absolutos, pero no tenemos idea de lo que eso significa. Si bien seguimos hacia adelante, ya no importa lo profundo. Y sí, creo que el humano del futuro, la sociedad del futuro, estará invadida por las no-cosas, llenos de basura tecnológica, de información resumida y repetida, plagados de anuncios para llamar la atención sobre una nueva experiencia virtual.
Las cosas hacen que el tiempo sea tangible. Las cosas nos permiten transitar, generar rituales, darle sentido a la vida. ¿Qué sentido tendrá la vida donde todos estamos metidos en una caja que emite luz blanca y nada, nada de lo que se muestra se puede tocar?
Yo seguiré leyendo mis libros físicos. Ahora los amo más que antes. Ahora los cuido y les doy un lugar en mi casa que aunque tiene no-cosas, aún materializo mis libreros, mi mesa, mis sillas. Mi estufa y mi refrigerador aún no hablan, aún no son infórmatas. De pronto las lámparas tomaron cierto control, pero las callamos. Tiramos la aplicación en el basurero digital donde esperan a ser encendidas por mi yo virtual.
Aquí mi contradicción meramente humana. Compartiré este proemio en mis redes sociales con la esperanza de que algún despistado lo lea. Estará, además, publicado en mi página virtual donde este texto que dice ser, no es.