
Mónica Lavín / Relato / UAM
15 $MXN / 32 págs. / UAM
Tiempo lectura de este proemio: 10 minutos
MIRAR PARA ARRIBA
¿Se ha puesto a mirar a los árboles, querido lector imaginario? ¿Ha alzado la vista para ver las nubes y, de pronto, se encuentra usted con frondosas hojas que se entretejen a otras hojas dando la sensación de que son un mismo sistema? Si mira con cuidado, descubrirá que son dos o más árboles abrazándose y compartiendo nidos. Ya ni hablemos de la luz que se traspasa por entre las ramas que es un anuncio de simple y magnífica belleza.
En México, en el estado de Oaxaca, tenemos uno de los árboles más antiguos conocidos, tiene mil 400 años y es de los habitantes más viejos de todo el país. Es un ahuehuete. Día con día recibe cientos de turistas de todo el mundo que van a apreciar la belleza del viejo de agua (su significado en náhuatl). Y es que los árboles forman parte de las tradiciones y culturas del mundo. Han sido nuestros compañeros desde antes de que bajáramos de sus ramas para andar en dos patas. Piénselo. ¿Qué cuento de hadas no tiene un bosque encantado? Las leyendas, sin importar de dónde vengan, reflejan a los árboles como seres vivos, pero también con alma y espíritu. Los indios americanos oían a los altos álamos del Mississippi gritar cuando caían a las grandes corrientes de ese río.

LA MEMORIA DEL PAISAJE
Por su complejidad histórica y demográfica, la Ciudad de México está llena de historias inverosímiles y de sucesos cargados de misterio que forman parte de nuestra vida cotidiana. Los árboles no son la excepción, por ello, la colección Los gatos sabrán de la Universidad Autónoma de México (UAM) nos ofrece este texto de Mónica Lavín donde nos habla de sus árboles.
La página nueve, que es la página uno de lectura, la autora nos dice que para construir una ciudad los árboles estorban, son incómodos en la traza de calles, en el levantamiento de un edificio y no se manifiesta como defensora de los árboles urbanos. Confieso que me decepcionó saberlo con todo y que Mónica Lavín es bióloga de formación.
¿Por qué hacer caminos significa aniquilar lo que vivía antes que nosotros? ¿Por qué no trasladar ese árbol, por qué no respetar su existencia? Sé que quizá algunos urbanistas me dirán que son sentimentalismos de mi parte. Sin embargo, sí creo que el ser humano debe adaptarse en convivencia con la naturaleza y no en contra de ella.
La autora nos comparte, con su lúcida escritura, sobre los árboles de sus recuerdos en su casa en Coyoacán y los árboles que habitaban en los parques; árboles que juntos se hacían un bosque y permitían a los niños imaginar y correr. El primer relato, llamado Hojas lacias, me hizo recordar mi infancia. Mi familia y yo vivíamos en un pueblito de tantos que ya he olvidado el nombre, lo que no he olvidado es el pequeño arroyo que pasaba por nuestra casa. Era pequeñito, un arroyo niño en cuyos bordes le crecían flores y hierbabuenas, mismas que yo cortaba para preparar té. Y así, en compañía de la la naturaleza con su fría expresión yo llevaba mis artilugios para ofrecer bebidas dulces a mis amigos. Compartíamos historias junto al arroyo que también escuchaba. Ahora que lo pienso, fueron momentos felices.
El segundo texto se llama Robinson y es sobre un vagabundo que vivía en un árbol de la plaza de Santa Catarina en Coyoacán, al grado que árbol y hombre se hicieron una misma cosa con el pasar de los años. El hombre tuvo hombrecitos que nacieron de una mujer y, el árbol, tuvo arbolitos que nacieron de las semillas. Yo no tuve un vagabundo de vecino, pero sí una perra con el nombre más original de todos; Firulais. Era sorda y tenía los ojos amarillos. Corriente como ella sola. Mi mamá la encontró casi muerta de hambre y mal herida. Las gallinas la picoteaban, la pobre solo se quedaba quieta en espera del final. Así que la adoptamos. Meses después, nos mudamos a otro pueblito de nombre desconocido. La casa era pequeña, pero el patio trasero era enorme. Teníamos girasoles altos y fieros, y un árbol de aguacate frondoso que orgulloso daba sus mejores frutas. Firulais aprendió a recolectarlas y a ponerlas en las cubetas, y así, sin más, regalábamos a diestra y siniestra aguacates a todo aquel que tocara la puerta fuera conocido o desconocido.

Un texto más de Lavín ahí compilado se llama Árbol caído y no, no es el de la Noche Triste. Fue un árbol frente a su casa que un día, en plena oscuridad, extendió sus ramas y se llevó con ello los cables de luz y su vida. Pareciera que murió de un paro cardiaco fulminante. ¿Podría ser? ¿Cómo será el corazón de un árbol? Un puño de madera tal vez.
Y para cerrar este librito, está Un árbol solo para curiosos. Cuenta sobre un árbol raro que se ubica en la calle Tlacopac y tiene una cerradura en el tronco. Es larga y con manija. Pareciera que para entrar a las entrañas de este gigante hay que tener una llave. Un árbol puerta. Aunque no es la primera vez que vemos algo así, muchos son los cuentos donde vemos a los duendes habitar en árboles y éstos lucen sus puertecillas coquetas que invitan a curiosear en el interior.
No soy mucho de películas de fantasía, pero hace algunos años atrás vi Narnia (2005), sí, por Tilda Swinton y James MacAvoy que interpreta a Tumnus, un fauno que sirve como guía a los niños exploradores que acaban de entrar al lugar encantado. Ese personaje me gustó porque vive dentro de un árbol, su casita es de lo más acogedora y tiene una biblioteca. Y es que sí, casi siempre estos personajes “mentores” suelen ser criaturas de apariencia sensible, pero con una sabiduría no sólo ganada de la vida, sino también de los libros que, al parecer, tampoco en el mundo mágico son tema de interés particular.

ÁRBOLES Y SUS SIGNIFICADOS
En La vida secreta de las plantas, una novelita que recomiendo mucho del surcoreano Lee Seung -U, hablé un poco sobre el símbolo de los árboles y como dioses, ninfas y criaturas del mundo mitológico son convertidos en flores o plantas para protegerse de algún acoso o tragedia. Ahora, en este proemio, menciono algunos árboles de importancia universal que marcan parte de nuestras creencias que buscan explicar, por lo menos mágicamente, nuestro porqué en esta vida: tenemos el árbol cósmico que explica como está compuesto el Universo; el árbol de la vida que representa la conexión de todos los seres vivos, el árbol del conocimiento que nos hace responsables de nuestras elecciones y, mucho más actual, el árbol de navidad que simboliza la reconciliación.
Según los celtas, los árboles influyen en las personas acorde a su día de nacimiento. Compartiré algunos pocos como el álamo que simboliza la incertidumbre, el avellano que va de la mano con lo extraordinario, el castaño que simboliza la honestidad, el fresno que obedece a la ambición, el haya que se relaciona con la creatividad, el limero que es la duda, el manzano es el amor, el olmo representa la mentalidad noble, el cedro la confianza, el ciprés la fidelidad, tan necesaria en estos días, el nogal es la pasión, el pino es sobre lo agradable, el roble es la fuerza y el poder. El sauce llorón, uno de mis favoritos y que podemos verlo representado como una anciana en la película de Pocahontas (1995), es la melancolía y, por último, la higuera que es la sensibilidad.
En México tenemos gran variedad de árboles, incluso se han importado como en el caso de las jacarandas que son originarias de Brasil y Paraguay. A finales del siglo XIX, migrantes japoneses las insertaron en nuestro país a manera de simular los cerezos y desde entonces son parte del paisaje urbano. Ellas representan el renacimiento. También tenemos el eucalipto que viene de Australia y aunque pareciera que se adaptó bien al valle azteca, con todo y su altura son débiles para resistir los fuertes vientos que los desprenden de la tierra.
Algunos árboles nativos y orgullosamente mexican curious son el ahuehuete, el mezquite, el chicozapote, el huizache, el capulín, el ahuejote, el oyamel, el sabino y el ocote, tan bueno para hacer el fuego y darnos calor.

SOBRE LA AUTORA
A Mónica Lavín la conocí, más bien la leí por primera vez en un ensayito que se llama Leo, luego escribo (2001) mientras hacía mi servicio social en el INEA (Instituto Nacional para la Educación de los Adultos). Es un libro que sirve para iniciarte en el mundo de la escritura. Un día, había unas cajas con muchos títulos geniales que serían repartidos a bibliotecas públicas. Si bien me dijeron que escogiera lo que yo quisiera, solo tuve el valor de tomar uno y fue ese. Años más adelante, Mónica Lavín fue mi maestra de narrativa en el diplomado de Creación Literaria. De ahí en fuera he leído algunos de sus libros que han sido galardonados con premios. Pronto estaré proemiando A qué volver, una colección de cuentos cortos.

Me gustaría preguntarle a Lavín por qué aceptó este ejercicio de escritura sobre árboles si lo primero que dice es que estorban en la construcción de ciudades. ¿Qué es lo que no estoy viendo? Una ciudad sin árboles es una ciudad triste, sola, estéril. Sin embargo, una urbe con espacios donde crecen plantas y árboles es más sana, amigable, alegre, e incluso ayuda a los estados anímicos. Plinio el viejo, en el siglo I, describió lo siguiente:
Los árboles fueron los primeros templos de la humanidad.
UNO PARA MI CASA, POR FAVOR
Vivimos en espacios cada vez más reducidos, pocos son los que tenemos jardines y si queremos disfrutar de uno, hay que hacer uso de los parques públicos. Lo que daría yo por tener un árbol y un jardín. Tanta vida que se acomodaría entre sus ramas. Quizá aún queda de mí esa homínida que recuerda sus ayeres primitivos, cuando andar en entre las ramas era mucho mejor que andar entre escaleras de cemento.
Por cierto, ¿sabía usted, querido lector imaginario, que en japonés existe un concepto hermoso llamado komorebi? Son los rayos del sol que se filtran entre las hojas de los árboles. En español no tenemos nada parecido, no hay traducción. Aún nuestro lenguaje verbal no nombra esa maravilla que nos regala la naturaleza todos los días.
