
Virginia Woolf / Narrativa / Editorial Austral
218 $MXN / 149 págs / Librería Educal
De todos los sentimientos complejos que me abarcan como persona, el que más abrazo es el de la ternura. Pero no esa ternura que uno encuentra en la mirada de un anciano o en la sonrisa de un niño pequeño. Hablo de la otra ternura; la ternura salvaje que habita en un animal; un animal no humano.
¿Qué sería de mi vida sin mis animales de compañía? A veces, cuando Luis y yo estamos en plena adoración de sus existencias, jugamos a decir que, en caso de separación, quién se quedaría con quién. Lo cierto es que no quiero ni pensarlo. Son mi familia y no me gustaría verla dividida, al contrario, me gustaría que creciera, tener más animales tiernos de quien aprender, pero soy responsable y soy realista; ya tengo/tenemos suficientes y, mientras habite en esta ciudad de caos y cemento, no será posible.
EL ENCUENTRO
No me queda la menor duda de que un libro te puede cambiar la vida. Esa es una de las razones por las que me encanta leer. En esta ocasión, quien me hizo apreciar más el mundo de mis ternuras salvajes fue Flush, novelita de lo más dulce y hermosa escrita por la mismísima Virginia Woolf en 1933. Dicho de otra manera, la escritora tenía 51 años cuando se puso a escribir el mundo desde la perspectiva de un perro.
Si bien Woolf es reconocida por libros como La señora Dalloway (1925), de la que hay una película muy interesante protagonizada por Nicole Kidman, Meryl Streep y Julian Moore llamada Las horas (2002), también tenemos Orlando (1928), los ensayos Una habitación propia (1929) y Las olas (1933). ¿Qué tienen todos estos textos en común? Una voz transformadora que despertó al siglo XX. Sin embargo, Flush (1933) es su obra más deliciosa y dotada de una increíble sensibilidad que se vuelve un espejo donde de vez en cuando deberíamos asomar las narices.

No sabía que el libro existía, fue una casualidad encontrarlo mientras buscaba algo que no recuerdo que buscaba. Tuve mis reservas al principio. No es que dudara de Woolf, pero no me podía imaginar cómo una autora, de repente convertida en estandarte de la mujer racional, narrara sobre un perro de mediados del siglo XIX.
UNA BIOGRAFÍA EXCEPCIONAL
El librito de 149 páginas retrata la vida del cocker spaniel de Elizabeth Barrett Browing, una de las poetisas inglesas más afamadas de su época. Durante seis capítulos, vemos las aventuras de Flush primero en una casa rural donde de cachorro es criado para, después, ser entregado a una mansión en Wimpole Street. Ahí todo se transforma. Ya no hay espacios abiertos, ni la libertad de corretear liebres, desaparecen los olores de la naturaleza para estar atrapado entre cojines, guantes y rosas cautivas en floreros.
A través de las meditaciones de Flush atestiguamos las luces y sombras de la sociedad victoriana; una sociedad hipócrita y costumbrista donde lo más importante es el que dirán. No sé qué tanto ha cambiado la forma de relacionarnos los unos con los otros hoy en día. Quizá ya no usamos vestidos largos, ni tenemos mayordomos, pero sigue el clasismo, el maltrato y el arte de enmascararnos a nosotros mismos ante los demás. Parecería que los animales, nuestros animales de compañía, son los únicos a quienes les permitimos ver nuestra esencia desnuda.

Flush ama sin condiciones a su poetisa enferma, quien rara vez sale y se la pasa aislada en su habitación ecribiendo cartas con un palito. Flush no sabe que es una pluma ni que son las letras, aún así, con su lenguaje de perro nos platica con tristeza como su ama sufre el encierro y ambos se pierden de la maravilla de una mañana soleada.
Queda además decir que Flush, en su animalidad, se sabe aristócrata. Se sabe un perro de raza criado para demostrar clase a su dueña. Se mira en el espejo y cumple su misión de servir no sólo con su compañía, sino con su casta. Cabe decir que ser de «clase» le valió tremendo susto al ser secuestrado por unos maleantes. Conoció el peligro de las jerarquías humanas y, entonces, se supo vulnerable.
DESDE EL OTRO SENTIDO
¿En qué radica la maravilla de esta lectura? Que no está narrada desde los ojos. Permítame explicarme, querido lector imaginario. Como sabe, los seres humanos, aunque animales, utilizamos como sentido principal la vista.
Sí, somos seres visuales por excelencia, tanto, que tenemos una cultura de la imagen rodeándolo todo. La palabra «verdad» tiene dentro de sí el «ver», lo mismo que verificar, evidenciar, revisar. No es de extrañar que nuestro lenguaje sea meramente visual gracias a que somos criaturas que imaginan y, qué es la imaginación sino imágenes; lo que vislumbramos.
Los otros sentidos como el gusto, el tacto, el equilibrio, la propiopercepción y, por supuesto, el olfato nos complementan para estabilizarnos en el mundo, pero la vista lo es todo o cuasi todo; de la vista nace el amor, de la vista surgen las ciudades, desde la vista creamos conceptos como lo bello y no bello, incluso desde lo que vemos aplicamos la moral y la justicia. Desde la vista, nombro.
Entonces…, si usted presta atención, el resto de mamíferos plancentarios poseen una configuración distinta de su estar aquí. Es através del olfato como construyen su realidad. Perciben las feromonas, los sabores, ciertas emociones, el género, el proceso fisiológico de los cuerpos y todo lo demás. No me imagino, gracias a mi acotada nariz, ahondar en el verdadero mundo de los aromas. ¿A qué olera un río sin mis limitaciones humanas?

Justo eso es lo que logra Woolf al narrar desde el sentido primario de Flush, quien sabía del humor de las flores atrapadas en la habitación por el aroma que despedían, sabía el olor exacto de los hombres morenos, se saboreaba el tufillo caliente de la carne asada. Con el olor reconocía que el caldo en ebullición ya estaba listo para ser servido, le asqueaba el mezquino olor de las frituras y disfrutaba de tomar agua fresca en su tazón púrpura y no en el azul. Tenía claro los olores de sándalo, cedro y caóba y cómo estos se combinaban diferentes según si lo usaban cuerpos machos o cuerpos hembras. Identificaba los sudores en las crinolinas de los criados y hasta detectaba el polvillo de carbón quedado en los tapices. Podía asegurarse de la niebla densa levantando sólo la nariz y detectar un cigarro de hoja rancia a tres habitaciones de distancia
Y así, con esas descripciones maravillosas nos lleva la autora y nos lleva Flush por su mundo. Un mundo ajeno al género humano donde es obligado a existir. Un mundo que él empieza a traducir para corresponder a su dueña y cuya dueña, por más que lo intenta, ni cerca está de comprender el mundo de su animal.
LA POETA
Flush fue el perro de la poeta Elizabeth Berrett y sí, ella mostró estar adelantada a su época por el trato y aprecio que tenía hacia su animal de compañía. Cuando Flush fue secuestrado, los malos de la historia pidieron una fuerte cantidad de dinero para no regresarlo en chachitos. Los hermanos y el padre de la poeta se negaron a pagar sin importar la tortura que el perro sufriría, fue ella, casi paralítica y con fuertes problemas respiratorios, quien se aventuró hacia los barrios bajos de Londres para rescatar a su bebé. La vieron con ojos incomprendidos. ¡Qué loca da tanto por un simple perro! ¡Sólo una mujer enferma podría poner toda su atención en una bestia!

Investigando un poco a este personaje que me pareció encantador, encontré que fue una figura muy importante en su época. No sólo fue poeta, fue feminista, partidiaria activa de la abolición de la esclavitud y crítica notoria sobre el trabajo infantil. Su poesía fue de gran influencia no sólo para la élite literaria inglesa, sino para aquellos que no pertenecían a los círculos virtuosos. Influyó en la poeta Emily Dickinson y en la narrativa de Édgar Allan Poe, con quien mantuvo correspondencia.
También fue una rebelde en temas de amor. Aunque de familia rica nunca se dejó influenciar por las decisiones de su padre, quien quería que tuviera un marido de su mismo linaje. Barrett se casó con el poeta Robert Browning y le valió el exilio familiar a la par que fue desheredada. Su padre nunca le volvió a dirigir la palabra. La pareja se fue a vivir a Italia donde tuvieron años muy felices y Flush, por supuesto, la pasó genial conociendo nuevos olores y experimentando una libertad casi indecorosa. Pero todo acaba, la poeta cerraría sus ojos a los 55 años a causa de un fuerte resfriado que se convirtió en pulmonía.
No es de extrañar que escritores de todas las épocas estén acompañados de sus ternuras salvajes. Algunos nombres de reconocidos autores que agradecieron la compañía de sus perros y gatos fueron Lord Byron, Victor Hugo, Miguel de Unamuno, Freud, Borges, Heminway, Emily Brontë, Murakami, Bukowsky, Doris Lesing, Capote, Cortázar, Pizarnik, Patricia Highsmit, Amparo Dávila, Elena Garro y Takashi Hiraide, por mencionar algunos.
EN CASA

Yo no soy parte de ese círculo de escritores, pero me gustan las palabras, me gustan lo animales y me gusta no sólo ver, también oler todo lo que mi nariz me permita. Así que sí, me hago acompañar por criaturas tan ajenas a mi humanidad que no me canso de mirarlas y, de paso, percibir sus aromas corporales.
Le comparto que tengo cuatro de esas ternuras ahora mismo; dos gatas, un gato viejo, y una perra negra. En el silencio de la noche, cuando todos duermen y yo me despierto alterada por alguna angustia imaginaria, percibo sus cuerpos hechos bola en el nido que les he construido a cada uno. El filo de la luz vecina que se filtra por las cortinas ilumina sus lomos resaltando su pelaje palpable. Una oreja se mueve de pronto para evadir al mosquito invasor. Un gemido tímido sale de la garganta de la más pequeña mientras descansa en lo profundo. El otro respira con su dificultad de anciano y una más sueña moviendo sus patas. Mis animales duermen tranquilos y entonces yo, después de vencer el miedo que me provoca la vida a medianoche, me acomodo nuevamente entre las almohadas y me entrego a lo onírico con la sensacion de completud. A mi lado está ese otro animal humano que resolla suave con los ojos cerrados, y a quien me encantaría regalarle un jardín.
¿USTED NECESITA QUE LE DIGA QUIÉN ES VIRGINIA WOOLF?
Mis ternuras salvajes dicen que no. Que usted ya debe conocerla y, si no la conoce, empiece ahora que ya va tarde.

como si sólo los hombres cupiesen en el mundo