Antoine de Saint-Exupéry / Novela «infantil» / Editorial Orbilibro /
Cuando termino un libro, ya tengo en mente el siguiente. Es emocionante ir al librero y tomar del estante ese libro que ha esperado por meses o años para su lectura. En esta ocasión no fue así, al terminar Así escribo (2015), creí que iría directo a Cómo se hace una tesis (1977) de Umberto Eco, pues la maestría me exige que coloque perfecto las citas bibliográficas con formato APA. Odio hacer citas, quizá porque a fuerza de necio quiero escribir cuentos.
Ya con el libro de Eco en mi escritorio, surgió el tema de El principito (1943). Luis cocinaba y yo medio jugaba ajedrez en la computadora a la par que lo veía preparar unas tortitas de papa y atún para la comida. Le compartía que El principito me resultaba sobrevalorado y que pese a ser considerado como uno grande de la literatura universal, para mí no era otra cosa más que un texto de superación personal. En la secundaria lo había leído tanto en español como en francés a causa de que la lengua del amor era el segundo idioma que se impartía en ese entonces en mi casa del saber. Je peux seulement dire bonjour et la date … aujourd’hui est.
Luis no concordaba conmigo, yo no concordaba con él. Así que sin pensarlo demasiado, ya estaba a la mitad de la lectura. ¿Y qué pasó? Que me hizo recordar la vez que, cuando petite fille, quería, soñaba, con ser pintora, así que hacía mis dibujos con técnicas súper especializadas en gis y sombra para párpados. Dentro de mis obras genio, estaba un cuadro rojo, con diferentes tonos de rojo, que figuraban un amanecer rojo. Al mostrarle a mi madre mi gran aportación al mundo, ella sólo dijo, ¡pero está muy rojo! Y ahí, en ese momento, el cuadro quedó partido en dos, mi corazón en tres y mi carrera no vislumbró horizonte de ningún color. Va bien la lectura, me dije… el autor tuvo el mismo problema con la boa abierta y la boa cerrada.
Conforme pasaban las hojas, se generó en mí cierta humildad. Lograba ver ese más allá que lo adultos, como dice el piloto narrador, ya no ven. Yo soy muy adulta, a veces creo que no fui niña; desde muy temprano me tocó tener responsabilidades grandes, sin embargo, nunca sentí comprometido mi tiempo para el juego y la imaginación.
A causa de una friction communicative con la flor de cuatro espinas que habita en su estrella, el principito decide abandonar su asteroide y conocer todo lo que hay alrededor. Viaja por siete planetas, algunos muy grandes, otros pequeños, la mayoría con un solo habitante; está el rey buena gente que le ordena a sus súbditos sólo lo que ellos están dispuestos a obedecer; en otro planeta yace un contador de estrellas que cree que todas le pertenecen; en otro, un farolero agotado tiene que prender y apagar el candil de su calle cada minuto, que es lo que dura el día. Y sigue, hasta que se encuentra a un geógrafo que no conocía ninguna montaña porque no salía a explorar, a un alcohólico ahogado en su miseria y a un vanidoso que, sin importar nada, sólo buscaba el halago.
Así el camino hasta que llegó al planeta Tierra, un planeta habitado por arena, zorros, serpientes, flores y pilotos. Ahí, en ese/este planeta, el principito aprendió sobre el amor y la amistad y, dicho sea de paso, los lectores entendimos que los corderos deben dibujarse dentro de una caja cubierta para que cada quien le dé la forma que mejor le acomode.
Sin duda, una historia belle que deja a los mayores en ridículo. Es cierto que los niños desde su forma tan única del ver al mundo cargan consigo mucha sabiduría y que, conforme se va creciendo, uno se hace más al que dirán y al acomodo de una sociedad que nunca se cansa de demandar. Lo entiendo y lo aplaudo.
Cuando leí El principito por primera vez tenía 12 años, no comprendía del todo ese viaje deshidratado en medio del Sahara por el que estaba pasando el narrador, que uno sabe, aunque no se diga, que es el mismísimo Exupèry, pues relató en otra de sus novelas, Tierra de Hombres (1939), que en una expedición su avión cayó en el desierto y él, junto con su copiloto estuvieron tres días a merced de los elementos de la naturaleza, fue ahí donde la alucinación se hizo presente en forma de un niño de traje azul, de cabello dorado y ondulante que nunca respondía preguntas, pero siempre buscaba respuestas.
Aún en ese entonces y ahora en este absoluto presente, El principito me da cierta melancolía, una nausea lactosa que se queda atorada en la garganta. Es como si leyera el intento bien disfrazado de un psicópata que pretende no serlo o que no sabe que lo es y, además, busca enseñarme cómo sentir a través de símbolos que, si bien son nobles en su intervención, los presiento vacíos.
Sé que puedo ser acusada de mala lectora y de no tener la sensibilidad lista para acompañar al principito en uno de los tantos viajes de la vida. Pero es mi espacio y puedo decir lo que siento/pienso/creo de cada lectura emprendida. Y curioso, pese a ser mi espacio y pese haber captado el mensaje de El principito ¿psicópata? sobre cómo los adultos todo lo juzgan, me disculpo/no disculpo por tener el valor/no valor de enfrentar el que dirán/no dirán.
También tengo mi planeta, no es el B612, pero sí el B601, se asienta sobre un lago romano, alberga cinco habitantes. Flora y fauna no nociva. En lugar de volcanes, hay tres soles que cuelgan en las ventanas y cristales lunares que nos avisan que los relojes de nuestro interior necesitan pilas nuevas.
Sin duda, todos tenemos un planeta al cual regresar o, por lo menos, deberíamos tenerlo. Para ello, es necesario viajar a otros mundos para descubrir que uno es su hogar y lo hace a su imagen y semejanza. ¡Vaya lección tan bonita! ¡Vaya lugar tan estelar!
Espero que Luis hoy prepare tortitas de atún y papa. ¡Se han vuelto mis favoritas!
Me gusta tu estilo y también me gustan las tortitas de papa.
Saludos.
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