La Emoción de las Cosas

la emocion de las cosasÁngeles Mastretta / Narrativa / Editorial Seix Barral /

Según mi intento de disciplina literaria, voy alternando en mis lecturas un libro de ensayo, otro de narrativa, uno de ensayo, otro de narrativa y así, hasta el infinito. Está de más mencionar que de pronto se atraviesa la poesía y ahí me quedo, leyendo en voz alta hasta que me doy cuenta que voy tarde para la escuela o que ya me ganó la madrugada.

He de confesar que soy más lectora de ensayos, me encanta el saber de las cosas junto con sus porqués, al grado de convertirme en una nerd de datos inútiles, como que un cocodrilo no puede sacar la lengua, o que los peces tienen una memoria de tres segundos o que nuestros ojos son siempre del mismo tamaño desde el nacimiento, contrario a las orejas y la nariz que nunca dejan de crecer. Sí, me considero una neófila con todo y que no me gusta salir de casa.

Y así como disfruto saber de todos los elementos, un día, de esos que andaba fuera de mi mundo, me encontré en un bazarcito de Guanajuato un libro de Ángeles Mastretta llamado La emoción de las cosas. Ni tarde ni perezosa lo tomé entre mis manos y empecé a hojearlo. —La emoción de las cosas, qué bello título —me dije. Y aunque le comenté a Luis que lo pensaría para comprarlo mientras veía otros ejemplares, ya sabía que lo llevaría a casa.

Son 89 relatos cortos. Es un libro más de anécdotas que de cuentos. Ahí la Mastretta se desabriga y habla de su italianés y de su mexicanidá, de sus hijos, de sus flores, de su perra, del cielo, de la casa en venta, de la pérdida de un padre, del olor de una habitación, de un león en cautiverio, de la esperanza, de los secretos, de los jardines y de su participación en la antología de la editorial Cal y Arena llamada Así Escribo. Nos habla de la vida diaria, de esa que vivimos todos los días y que dejamos pasar en espera de lo importante, cuando todo es importante.

Si bien me tardé más de seis meses en terminarlo porque entre cuartillas se me atravesaban otros títulos y las clases y la maestría y los viajes y los gatos y los perros y los escritorios y las paredes, cada que me daba el tiempo de leerlo justo antes de dormir —porque es un libro que va en la mesita de noche—, me despedía del día con una sonrisa. Ángeles Mastretta es cursi, pero sí que gozo de su suave y femenina cursilería.

Me es inevitable pensar en un muy buen amigo mío, quien fuera mi jefe cuando alguna vez se me ocurrió trabajar en una revista para cine. Él decía que pocas son las mujeres que saben hacer literatura porque somos harto cursis y a todo le damos emociones de más. Si bien lo admiro porque escribe unos poemas maravillosos y tiene una novela en perpetua construcción, no estoy de acuerdo con su opinión. Hay mujeres cursis sí, como Ángeles. Hay mujeres serias como Mary Ann Evans, mejor conocida como George Eliot, otras de escritura desordenada como Ana Clavel y paisajistas como Alice Munro, ganadora del premio nobel de literatura en 2013. No olvidemos que en la literatura, hasta hace muy poco tiempo, era campo de los varones. Confío en que las bibliotecas del mundo empiecen a llenarse de mujeres que escriben y, por qué no, de mujeres que leen.

Mientras saboreaba las anécdotas y me encontraba con frases como “Todo el mundo tiene un río en su infancia”, no podía más que suspirar y seguir para adelante. —Yo también tuve un río —recordé—, bueno, era más un riachuelo donde me llevaba a mi hermanita de poco menos de un año a escondidas de mi madre y le preparaba té de hierbabuena recién cortada de la orilla de lo que para mí, era un inmenso bosque. Nunca medí el riesgo y fue eso, la omisión de no saber lo grande que es el mundo cuando se es niño, que fui exenta de una desgracia. Ahora que lo pienso, ofrezco perdón a Violeta por exponerla de esa manera. Pero, cabe decir, que le di un río.

Me nostalgio ante el final del último relato. La última anécdota. Cierro La emoción de las cosas con las ganas de conocer a Ángeles y preguntarle en persona cómo, cuándo, dónde y por qué las cosas todas, con cuerpo de hombre y con cuerpo de objeto tienen que terminarse. ¿A dónde va lo que se acaba?

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