Alucinaciones

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Oliver Sacks / Ensayo / Editorial ANAGRAMA /

De apoco, me voy haciendo fan de la literatura de divulgación científica. No es que deje de leer novelas, cuentos o poesía, pero los ensayos que hablan sobre el espacio, la conducta humana y el origen del hombre son simplemente mi debilidad.

Más allá de Carl Sagan que presumo mucho en estos proemios, tengo otro autor favorito que hasta ahora se me presentó la oportunidad de anecdotar aquí, en mi espacio de memorias. Se trata del único y maravilloso Oliver Sacks. El primer libro que leí de este autor fue Musicofilia (2009), un ensayo divertido y muy serio a la vez sobre todos los padecimientos, síndromes y trastornos que experimentan algunos músicos como las tan comunes alucinaciones musicales. Después seguí con el Hombre que confundió a su mujer con un sombrero (2004). Si bien mi vocación psiquiátrica/neuróloga no se pudo hacer realidad por el destiempo en que la descubrí y que al ver sangre mi cuerpo en automático se desmaya, leer contenidos sobre el tema es un buen consuelo que mantengo de manera constante. En este texto se habla sobre el síndrome de Tourette que es mucho más que decir groserías, de la afasia, que es la incapacidad de entender las palabras o la agnosia, que se relaciona con la nulidad para entender el tono con el que se recibe un mensaje, tan importante para la expresión y el vínculo entre los seres humanos.

Motivada, seguí con Un antropólogo en Marte (2001) que habla sobre el autismo y el síndrome de Asperger, en particular de Temple Grandin, una zoóloga, etóloga y diseñadora de mataderos autista que busca que el sacrificio del animal de granja no sea cruel y estresante. El tema del autismo me intriga mucho, incluso como maestra en Educación, me gustaría hacer en un futuro cercano algún tipo de especialidad en educación especial, concretamente en el tema de autismo o del espectro autista. Si bien cada vez hay más información al respecto, aún quedan muchos niños y adultos que tienen que arreglárselas como pueden ante la falta de un diagnóstico. Sé que no es el tema, pero creo importante mencionarlo.

La lectura más reciente fue Alucinaciones (2013), mismo que empecé en mayo de este año pandémico y, nuevamente por las cosas de la vida, la escuela, la maestría, las mudanzas, los gatos moribundos, las inundaciones de patiecillos y la falta de ganas de estar en el mundo, recién lo terminé. Ahí se encuentra todo lo referente al alucine, la narcolepsia, privación sensorial, estados alterados, migrañas visuales, doppelgängers (alucinaciones de uno mismo), déjà vus y muchos temas más que, de alguna manera u otra, hemos experimentado incluso ante una fiebre que anuncia una posible infección. También se mencionan algunos casos tan extraños como el síndrome del miembro fantasma que sufren algunas personas que, al perder algún miembro de su cuerpo a causa de un accidente o enfermedad, sienten dolor en esa parte que ha sido amputada o el opuesto, que es cuando sienten que una parte de su cuerpo que funciona con normalidad no es suya y, puede ser tanta la desesperación, que hay quienes llegan a mutilarse un pie o un brazo porque no la reconocen como propia.

La mente humana es tan compleja y al mismo tiempo tan maravillosa que nos juega bromas y nos presenta realidades que podemos jurar son verdaderas y tangibles, y aunque todo está sucediendo “frente a nuestros ojos”, no es más que una alucinación.

¿Qué es una alucinación? Es una forma de conciencia estrictamente sensitiva, tan buena y cierta como si fuera un objeto real que tuviéramos delante. Sólo que el objeto no está ahí. Las alucinaciones se caracterizan por ser involuntarias, incontrolables y pueden poseer colores y detalles prodigiosos o formas y transformaciones extravagantes, muy distintas de las imágenes visuales normales.

Si bien la palabra se relaciona más con “ver”, hay alucinaciones auditivas donde se puede escuchar una voz ajena o una voz propia fuera de nuestro propio interior. Otras son de olores o muy agradables o lo contrario. Las que más me llamaron la atención fueron las visuales, donde los pacientes describen escenas como salidas de una película; ven duendes o ven cómo un cuadro clavado en la pared empieza a tener movimiento y ese mar que yace ahí pintado con un azul desesperante se aferra a destruir a un pequeño barco ballenero. Algunos ven mujeres victorianas con enormes sombreros florales y de belleza absoluta, mientras otros se encuentran con demonios que aguardan en las esquinas de su habitación.

Sacks, respetando toda creencia, pues se considera un judío ateo y un hombre de mente científica, hace una tímida conclusión de que los fantasmas, en particular de aquellos que representan gente querida que ha fallecido y Dios mismo, son otra forma de alucinación; son parte necesaria de un duelo o de una búsqueda desesperada por encontrar sentido a la vida. Yo coincido con él, no es casual que todas las culturas del mundo, sin importar el continente o el tiempo, no tengan en su folclor historias de criaturas extrañas, dioses de todo tipo, fenómenos paranormales que, en realidad, habitan en nuestra cabeza y nada más.

Una vez, un amigo de la universidad me contó que estaba en el tejado de su casa haciendo reparaciones cuando, de pronto, se vio a sí mismo en la cera de enfrente. Reconoció sus ropas, su complexión y se quedó atónito. Su explicación fue que había recibido mucho sol y se había hidratado poco, sin embargo, esa “alucinación” o ese recuerdo de la alucinación lo acompañará el resto de su vida.

Y así como le sucede a las personas “normales”, se puede encontrar mucha literatura al respecto sobre este doble como lo hizo José Saramago en su novela El hombre duplicado (2002). En realidad es un tema que gusta mucho a los escritores como Cortázar en Rayuela (1963), Édgar Allan Poe en William Wilson (1839), Ítalo Calvino con El Vizconde Demediado (1952), por mencionar algunos.

Sakcs comenta que las alteraciones sensoriales surgen en diferentes partes del cerebro y según esa parte es el tipo de alucinación. Muchas veces esas “visiones” se justifican por estar tomando algún medicamento ya sea para tratar alguna enfermedad como el Parkinson, estar bajo tratamiento antidepresivo o bien, consumir estupefacientes de forma recreativa que despiertan una sensación que, aunque uno cree que ya ha pasado el efecto y se encuentra en estado lúcido, el cerebro ha decidido seguir en el viaje.

El cerebro es como un laberinto con mil puertas que llevan a otro laberinto con otras mil puertas. Y aunque la tecnología es cada vez más avanzada y se puede detectar donde está la falla o lesión neurológica que origina esas alucinaciones, no deja de ser increíble que cada persona la vive de forma distinta e irrepetible, al grado de modificar el rumbo de su vida. Una alucinación tan verdadera puede percibirse como una señal del destino para girar por completo el cauce de la existencia.

A mí lo que más me ha pasado es sentir que ya viví algo que estoy viviendo en el presente. Me sucede con mucha frecuencia. Es el dichoso déjà vu. Con el paso del tiempo se vuelve más claro porque incluso siento que puedo adelantarme por unos segundos a lo que sucederá después. Todo empezó con vagas sensaciones, como recuerdos muy lejanos. Ahora, suceden como si fueran recuerdos más cercanos, porque se acompañan ya no sólo las situaciones, sino los diálogos y hasta los olores. Confieso que pensé que era una viajante de mi propio tiempo, ahora sé que padezco pequeñas convulsiones neuronales. Y me siento más cómoda con esa explicación médica. Si bien el encanto de lo inexplicable hace que uno se perciba especial y eche a volar la imaginación, el tener respuestas de corte científico logra que sienta aún más fascinación por el cerebro humano y la complejidad que construye a mi persona.

En el libro, Oliver —a quien menciono así con cariño y no porque sea una igualada—, dice que estuvo a punto de caer en el vicio de las drogas y no salir de ahí, pues su curiosidad personal y científica lo llevó a probar anfetaminas, LSD, cannabis, hidrato de coral, mezcalina y semillas de don Diego. No fue hasta que una mujer mayor que le recordaba a su madre le dijo que necesitaba psicoterapia urgente, pues su necesidad de autodestrucción le estaba ganando. Y es que sí, este sonriente ser aficionado a la química tuvo una vida apasionante, pero también un poco/mucho contenida. Su homosexualidad por aquellos tiempos no era bien vista. Recordemos que nació en 1933 en Inglaterra y venía de una familia judía algo conservadora. Mantuvo en secreto su verdadero ser hasta los 77 años, cuando reveló abiertamente sus preferencias y tuvo una relación de largo alcance con el fotógrafo y escritor Bill Hayes, quien lo acompañaría hasta el día de su muerte a los 82 años en el 2015.

Una de las causas que hizo a Sacks buscar personas extraordinarias para dejar su paso por este mundo en sus libros fue que él mismo padecía una condición neurológica llamada prosopagnosia, que es la incapacidad de reconocer rostros. A este hombre de espaldas anchas le encantaba nadar y era muy bien parecido en sus años mozos, sin embargo, su belleza se vio opacada por su timidez extrema y puedo decir que, hasta en una de esas, es que optó por trabajar casi siempre con ancianos de diferentes asilos en Nueva York.

En Alucinaciones, uno como lector puede encontrarse palabras tan increíbles como cacosmia, fantacusis, afasia, agnosia, amusia, ataxia y conocer los secretos epilépticos alucinatorios de Juana de Arco, que creía que Diosito mismo la había enviado para salvar a Francia de los ingleses; Dostoievski, por otro lado, al sufrir fuertes convulsiones, creyó encontrar a Dios y desde ahí cambió todo su ser, aunque lo despreciable nunca se le quitó, y Maupassant, a causa de una neurosífilis no tratada, a menudo veía un doble de sí mismo, una imagen autoscópica que siempre yacía sentado en una butaca dentro de su casa sin dirigirle una sola vez la palabra al otro él, que sí era.

Oliver Sacks es de mis autores favoritos —sé que ya lo dije— y aunque comparto con él esa timidez de acércame a la gente y sólo hablar, en el mundo imaginario de los hubieras me hubiera encantado compartir una taza de café y escucharlo; escuchar sus casos, sus ideas, el cómo percibe el tiempo, qué le gusta leer y si coleccionaba algo en su lindo apartamento de amplios ventanales de primer mundo. Sus libros, que suman más de 20, han sido traducidos a numerosos idiomas y si bien la comunidad médica no lo aprueba del todo, sin este tipo de escritores los que andamos de a pie ignoraríamos todavía más sobre nuestro propio cuerpo.

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