La Melancolía Creativa

Captura de Pantalla 2022-09-17 a la(s) 22.03.29Jesús Ramírez- Bermúdez / Ensayo / Editorial DEBATE

Si a algo le he tenido miedo en estos tiempos pandémicos es a perder el olfato. Nunca imaginé que después de un ajuste de realidades donde intentaba equilibrar mi mundo interior con el exterior me llevaría a perder un sentido que nada tenía que ver con la nariz, sino con el gusto por la lectura.

Desesperada por esa crisis literaria, me fui por libros que ya había leído antes. Guardaba una esperanza de reencuentro con todo y que no soy buena para la relectura, en cuanto mi memoria empieza a reconocer las palabras transitadas, algo pasa que el libro ya no es un laberinto del cual quiero y no quiero salir. Se convierte en una calle larga e interminable donde por más que cambie de página, no encuentro una esquina en donde girar. La emoción muere como una pobre florecita atrapada en una jarrón sin agua.

Me urgía retomar, ser yo nuevamente. No concebía la idea de estar viendo una y otra vez videos de señoritas muy bonitas y vaqueros muy guapetones bailando en Tik Tok al son de:

Una mushasha schula de Shihuahua me vendió una mashaca.

Una mushasha schula de Shihuahua me vendió una mashaca.

Me vendió una mashaca una mushasha shula de Shihuahua.

A eso me había reducido, a ver decenas de videos hasta agotar los datos del celular porque olvidaba conectarme al WiFi de la casa. Libro que tomaba, libro que no me atraía. Pero un día todo cambió. Fue un martes de agosto. Vería a mi amiga Exná para tomar un cafecito y platicar un poco sobre la vida, en particular de nuestra vida, de nuestras relaciones, del trabajo, de la vocación a la enseñanza que fue como nos conocimos y lo que nos ha mantenido cercanas. En fin, hablar, porque de repente uno ya no habla tanto como quisiera con sus pares. Hablo con jóvenes todo el tiempo, hablo sobre ellos, de ellos, acerca de ellos. Mi vida quedaba ahí. No me malinterprete, querido lector imaginario, me gusta la juventud, le tengo mucha paciencia y hasta les confío algo de esperanza, pero uno ahí no puede ser del todo uno, porque el que importa es el otro.

Aproveché el maravilloso y elegante retardo de Exná para ver libros. Quedamos de vernos en una reconocida cafebrería de Álvaro Obregón. Ahí estaba yo, con mi entropía al límite haciendo como que todo bien. Lo peor de estar o ser distímico* es que por más que se intenta, uno no puede enunciar con palabras simples esa incomodad que se instala y cala desde el no tiempo hasta el fondo de los huesos haciendo que todo sea difícil. Uno se siente insuficiente, inadecuado, inseguro, inexacto. Sin embargo, el que yo percibiera un cielo nublado en calidad de infinito no significa que lo estaba, así que me aferré a encontrar un rayito de luz y me atreví a salir.

Navegué en un mar de mesas libreras, revolví su variedad de ejemplares con descuido y desgana. ¿Para qué un libro nuevo si no puedo leer, si ya no me gusta, si ya no entiendo lo que dice? Me sentí entonces como un barco, el capitán y el timonel entre olas de papel y tinta. Los tres al mismo tiempo. Yo barco, capitán y timonel navegábamos por un mar enfurecido y negro como la bilis. Sus oleajes violentos golpeaban al ritmo de un miedo desesperado que eliminaba la mínima oportunidad de dar un respiro de calma. Si caía de entre mis propias orillas estaría condenada a la profundidad abisal, ahí donde la luz no tiene permiso de entrar porque el agua es más pesada que el concreto y el frío se transforma salvaje en navajas crudas.

Como un faro entre la niebla que emite su señal lumínica, vi entre tantas arrogantes portadas una que llamó mi atención. Se trataba de La melancolía creativa de Jesús Ramírez-Bermúdez. —Otro ensayo sobre creatividad —me dije— a ver, veamos qué contiene. Quité el plastiquito para revisar el índice. No conocía al autor, es mexicano, neuropsiquiatra y también un gran lector literario. Podría ser, por qué no. No estaba de más, me lo llevaría como un intento de rescate a mí misma. Siempre me han llamado la atención estos títulos donde se mezcla medicina y literatura. No son fáciles de conseguir y cuando se consiguen no suelen ser fáciles de leer. Lanzaba la moneda al aire.

Llegó Exná como siempre, luciendo espléndida y bien acompañada de sus ojos oscuro brillante. Le propuse que mejor fuéramos a comer algo más tradicional como unos buenos tacos y despuesito regresáramos por un café. La idea resultó exitosa. Los tacos sabrosos, el agua de horchata deliciosa, la salsa vibrante y la vida de a poquito se pintaba de colores. ¡Qué rico es comer con los amigos!

Ya de nuevo en el café guardé el libro en mi bolso, donde yacía otro en espera. Pobre miserable. Lo traía más de adorno, ni siquiera recuerdo el título, pero sí recuerdo haberlo empezado varias veces y no llegar a ningún lado. Como barco, capitán y timonel seguí la guía estelar para saber mi ubicación terrestre, para percatarme de que no hubiera sirenas más adelante del camino. Sería demasiado. Yo misma era suficiente amenaza para poner en peligro la expedición. ¿A dónde expedía? Bueno, uno puede ir a donde quiera, pero nunca a ningún lugar.

La tarde pasó tranquila, agradecí con un abrazo la presencia de Exná y regresé a casa, donde Luis siempre me recibe con una sonrisa limpia listo para escuchar mis aventuras. Le conté, me contó, nos contamos y cada quien regresó a su silencio, a nuestro quehacer bendito. Yo, cansada, me alisté para ir a la cama y leer un poco. ¿Será el momento de empezar este libro? ¿Pasará la prueba de mi desgano? ¿Entenderé?

Nada disfruto más que de un buen texto donde se explica el origen de las cosas del mundo. En este libro se menciona al mismísimo Aristóteles, quien miles de años atrás usó la genealogía olímpica en su ensayo Problema XXX para explicar los ahora llamado arquetipos psicoanalíticos. En su documento -aún vigente- hace la observación de que todas las personas de excepción, bien lo que respecta a la filosofía, la ciencia, la poesía o las artes, resultan claramente melancólicas.

La palabra melancolía significa bilis negra y se relaciona con la tristeza y la falta de sentido. Ahora bien, también en Mesoamérica se dieron estos casos, pero el nombre que recibió fue el mal del susto que todavía es parte de la cultura popular latinoamericana. El síndrome incluye desgano, fatiga, pérdida del sueño y un malestar emocional impreciso con altos niveles de temor.

La lectura iba bien. Acá entre nos, siempre me he considerado melancólica, pero de un «melancólica normal», lejos estoy de ser una criatura que sobresale por su creatividad y pensamiento maravilloso, pero si algo me abrazo a mí misma es que me gusta el conocimiento. La filósofa María Zambrano decía que el conocimiento no es una comparación de la mente, sino un ejercicio que transforma el alma entera, que afecta la vida en su totalidad. El amor al saber determina una manera de morir. ¡Wow! Qué palabras más bellas, “determina una manera de morir”. Sonrío. ¿No son las palabras esos signos mágicos que nos permiten pronunciar lo intangible para hacerlo tangible?

Este libro me acompañó por pocas semanas a todas mis clases por la voracidad con el que lo leí. Fuimos en Metrobús, en metro, en Uber y a pie a todos esos lugares a donde nos esperaban. Renacía ese gusto por la lectura, esa esperanza, ese placer chiquito e íntimo que es saber algo nuevo que reacomoda el mundo aunque el mundo no se dé cuenta.

Si algo tiene el lenguaje, en particular los escritos literarios, es que desarrollan un léxico de la subjetividad dando la oportunidad de nombrar experiencias que nos permiten generar una conciencia emocional más plena. ¿Dónde se genera el lenguaje? El autor dice que antes de la palabra hay imagen que a su vez traducimos a un pre-lenguaje, y gracias a la asociación de significado significante engendramos un pensamiento comunicable y comprensible para los demás.

Nuestra mente primero hace imágenes, luego las preverbaliza, luego las hace voz interior para salir al exterior con palabras comunes para todos. Por eso es tan importante la metáfora, porque con las figuras retóricas se describen y se comparten esos sentires humanos que de otra forma se quedarían atorados dentro y se hincharían como madera triste hasta pudrirse dolorosamente.

No hay creatividad sin melancolía. No hay lenguaje sin imaginación. No hay abstracción sin imagen. Hemos pagado caro el mundo de lo subjetivo, un costo alto pero quizá necesario para explicar las profundidades de nuestro mar. Se cree, pues aún es una hipótesis y así lo explica Ramírez Bermúdez, que no sólo los melancólicos llevan esta carga tan pesada sobre sus hombros, como si fueran Atlas sosteniendo el mundo, también las personas con esquizofrenia. Dicta la idea que esta enfermedad mental podría surgir como una forma frustrada de los procesos que hacen posible la creatividad. Algo así como un exceso de un todo que no logra acomodarse.

Aún no me recupero totalmente de esta crisis distímica y literaria, pero me doy por bien servida con tener a la mano y sólo para mí este puente que me permite acceder a mi universo interior; la lectura. Aquí seguiré, luchando cada día para no caer de mis propias orillas, para lograr que la luz traspase la oscuridad acuática y ser, por una fracción de segundo, plenamente feliz.

La melancolía, querido lector imaginario, es el punto de partida de la travesía artística. ¿Lo será también para el punto de llegada que es, en este caso, el lector?

*Distimia: Trastorno depresivo persistente pero menos grave que la depresión mayor. La persona, además de sentirse melancólica la mayor parte del tiempo, tiene más sensación de desadaptación del entorno, se siente aislada socialmente y poco comprendida. Puede tener momentos o épocas de irritabilidad emocional y suele experimentar también una pérdida de interés por el entorno, una sensación de fatiga crónica y una falta de productividad en su vida cotidiana aunque puede ser funcional y realizar sus actividades con normalidad.

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