El hombre prehistórico es también una mujer

Captura de Pantalla 2022-11-21 a la(s) 11.01.47Marylène Patou-Mathis / Ensayo / Editorial Lumen 

349MXN / 369 págs / Librería Gandhi

¿Qué imagen tenemos del pasado de la humanidad? Ese pasado que nadie recuerda porque sucedió hace más de seis millones de años. Ese pasado cuyo lenguaje entre los primeros humanos era gutural y el mundo se presentaba caótico y desconocido. Ese pasado tan excesivamente lejano e incomprensible se llama prehistoria. Un periodo de tiempo que nos resulta incapaz de imaginar. Recordemos que la historia llegó apenas hace unos cinco mil años con la escritura. Gracias a este maravilloso y complejo invento, empezamos a tener memoria.

La Prehistoria es una rama de la Historia que estudia todo lo que pudo haber ocurrido entre las tribus primigenias y sus relaciones para dar continuidad al lugar que ocupamos hoy en día en nuestras propias comunidades intercomunicadas. La prehistoria estuvo olvidada por siglos, sin embargo, cuando ya nos creíamos una civilización que tenía un solo Dios verdadero, desarrollábamos tecnología y jerarquías sociales para mantener el orden y darle oportunidad al progreso de brindarnos un mejor futuro, empezamos a hacernos preguntas sobre el origen de nuestra especie. Fue en el siglo XIX que se empezó a «escarbar concienzudamente» este periodo de tiempo. Ahí, en ese siglo XIX donde todo aparentaba una supuesta racionalidad y el patriarcado estaba en su máxima expresión intelectual es que se “inventó” la imagen que perdura hoy en día del hombre cavernícola vestido con una piel de animal, de cuerpo cuadrado gravitado por la fuerza muscular que camina hacia algún lugar con ambas manos ocupadas; en una de ellas trae un garrote y en la otra arrastra a una mujer de los cabellos. Esta mujer suele ser delgada, joven y ya con cierta belleza occidental. A según esos hombres intelectuales de hace poquito más de 200 años, “comprobaron” desde su única y arrogante perspectiva que las mujeres éramos biológica, emocional y mentalmente inferiores. ¡Y lo más irónico es que hasta escribieron ensayos sobre dicha inferioridad! Ya saben, siempre infantiles, histéricas, sin la capacidad del raciocinio complejo y totalmente carentes de creatividad.

La prehistoria fue pre-imaginada por los hombres de barbas largas y blancas, de mejillas mofletudas y de cabezas alargadas que cargaban sombreros oscuros de copa alta. Se llegó a decir con tal contundencia que la prehistoria fue el principio de todo lo que conocemos hoy en día, que fue ahí donde se estableció que el hombre y sólo el hombre era quien fabricaba las armas, cazaba a los animales y, por supuesto, creaba el arte primitivo que nos encanta ver a través de los libros de arte; manos rojas significadas en las paredes de cuevas misteriosas o las formas esquemáticas de jabalíes, jirafas y mamuts que eran perseguidos por un grupo de figuras humanas (que los racionalistas del XIX daban por hecho que eran hombres) dando pie a la domesticación de la flora y la fauna. Mientras tanto, en el imberbe vivaque se quedaba la mujer a la espera, y mientras esperaba se dedicaba obvio no al arte, sino a la artesanía tejiendo cestas, a la crianza de los hijos, a la recolecta de semillas y al cuidado de los más débiles. Sí, eso es lo que se entiende por pre-historia. Y desde entonces “el sexo débil” somos seres inferiores, al grado de advertir que no éramos parte de la raza humana. Que éramos otra cosa, una versión inferior del hombre; una asistente, una sirvienta, una madre, una esposa o una puta. Mujeres cuya condición natural le permite ser domesticada y no tiene otro propósito que subordinar su cuerpo, su mente y su placer.

Aquí quiero hacer un paréntesis. El paradigma dice que la mujer en esos tiempos de piedra se quedaba en el vivaque tejiendo cestas y haciendo ropa, si fuera absolutamente cierta esa imagen, ¿por qué se le ve como una actividad inferior si al final sirve para toda la comunidad? Si recolectaba significa que dio inicio a la agricultura, a la cocina y hasta a la medicina conociendo el uso y bondades de las plantas. Si cuidaba a los más débiles dio origen a la enfermería, a los cuidados paliativos y a la capacidad de sanarnos a nosotros mismos? No es que quiera competir, pero sí empiezo a tener un hartazgo de que todo lo que dice la historia de nosotras es mínimo e infravalorado. No hace falta más que hacer un poco de reflexión para darnos cuenta. Las mujeres hasta hace poco no teníamos cabida en la vida pública, acceso a la educación, a los deportes, no podíamos votar, ni tener bienes. Miro la historia y miro el presente y me siento tan enojada porque aún quedan estas remanencias. Porque aún por costumbre tengo que hablar quedito y cortésmente, no me vayan a decir histérica o amargada —acá entre nos, me lo han dicho—. Todavía pido disculpas por entrar, por salir, por ser y no ser y en ocasiones dudo de mi propio criterio bajo el pretexto de qué quizá lo estoy viendo desde mis emociones y pues mis emociones en el mundo de los hombres, no son confiables.

El hombre prehistórico es también una mujer de Marylène Patou-Mathis es un ensayo rudo, antropológico y político. Me sorprende que la autora mantuviera la serenidad y no despotricara contra tanta injusticia que se ha llevado hacia nosotras. Se mantiene objetiva y se agradece. Sé que este texto lo leerán más mujeres que hombres porque para los hombres la historia ya está escrita. Perdón si generalizo. Pero para nosotras la historia es otra, apenas estamos activando nuestro papel en todo esto de la inclusión social. Simone de Beauvoir, a quien no necesito presentar, decía que toda la historia de las mujeres ha sido escrita por los hombres. Y eso ha acomodado a la sociedad tal cual la conocemos hoy en día. Así el pensamiento patriarcal resumido en unas líneas: Si el hombre se eleva por encima del animal no es por dar vida, sino por arriesgarla; por esta razón, la superioridad no la tiene el sexo que engendra, sino el que mata. El hombre es por tanto cultura pues supera su condición y la mujer es naturaleza (animal) que permanece en una especie de relación orgánica con el mundo.

Parte de mi vida ha sido escuchar tanto de la institución familiar como de la escuela y hasta de la salud, que yo represento (por mi género) lo suave, lo frágil, lo ornamental, lo orgánico, lo misterioso, lo intuitivo. Me debía creer el discurso donde yo soy el cuerpo que espera y ofrezco agradecida para que el guerrero descance en él/mí  después de la batalla. Donde yo soy la que lo limpia y lo procura con cariños y atenciones y lo alienta para que de nuevo salga a conquistar el mundo. Bullshit! Siempre me lo parecieron y siempre me lo parecerán. Nunca pude resignarme a la narrativa donde yo tenía que subordinarme y eso que no soy la revolución andando, pero sí tenía muy claro que aunque mi cuerpo es de mujer, no quería corresponder a esa dependencia, a ese mantenimiento donde al final yo tuviera que pagar con resginación y carne el techo y el alimento que se me brinda. Estaba dispuesta a ser la solterona, la quedada, la mal cogida, la frígida, la todo eso que se les decía/dice a las mujeres que optan por su propia independencia.

Este libro llamó mi atención porque, sino lo sabe, querido lector imaginario, tengo una fascinación con el origen de las cosas, el principio de todo y este periodo de la historia que se llama prehistoria simplemente me parece esplendoroso. Si tuviera una lámpara mágica y pudiera viajar al pasado, me iría al pasado más remoto, ahí donde el tiempo todavía carece de calendarios. Nada me encantaría más que ver a esos homínidos reunidos alrededor del fuego cobijados por un cielo de estrellas infinitas, abordados por una oscuridad casi palpable mientras escuchan a lo lejos el bramido de los grandes depredadores que duermen entre los ramajes de la estepa. Y ahí, en esa hoguera de la que surge la palabra hogar, mis hermanos ancestrales y yo con ellos, con sus cuerpos torpes, con sus ojos brillantes como escarabajos inventando ya a los primeros dioses y dando las primeras expresiones de cariño y fraternidad. Con la mujer neandertal al lado mío arrullando al niñito que se prensa de sus pechos. Ella lo calma con un intento de arrullo, con un shhhhh sereno que hace que la criatura vuelva al sueño. Así mi prehistoria.

Este libro es un ensayo profundo y a veces hasta técnico sobre todos esos trabajos de antropología y antropología forense que se hicieron para comprender mejor la prehistoria y descubrir si es verdad que las mujeres eran arrastradas de los cabellos por los hombres cavernícolas. Aún quedan muchas incógnitas, sin embargo, los avances han sido interesantes, como que el Neolítico es un periodo marcado por numerosos cambios ambientales, económicos, sociales y de creencias. Sé cree que este periodo (que no es toda la prehistoria, sino lo último de ella) pudo dar origen a la violencia vinculada a una crisis que exigía un nuevo orden y parece que ese nuevo orden fue la dominación de las mujeres. Recordemos que esa voluntad de apoderarse del cuerpo del otro sin su consentimiento aparece en numerosos relatos donde las «ellas» son violadas después de haber sido raptadas: Ahí tenemos a Las Sabinas, Europa, Leda, Calisto, Dánae, Alcmena, Perséfone y Rea. La lista puede seguir. Y eso que solo estoy hablando de mitología griega.

Los nuevos datos arrojan que la prehistoria no es tan cierta como nos la contaron esos sombrerudos del XIX. Por ejemplo, se ha casi confirmado que no había una división sexuada de las tareas, por lo que se puede resignificar que hombres y mujeres compartían las mismas labores sin estar sujetos a su condición biológica. También se han estudiado esqueletos con las nuevas tecnologías. Por siglos se creyeron que esos restos óseos eran hombres por el tamaño y el posible peso, y bueno, ahora se ha confirmado que eran de mujeres cazadoras.

La idea de que los hombres son los fuertes y los proveedores y las mujeres las débiles y dependientes de esa proveeduría es en realidad una idea bastante moderna. Muy seguramente en la prehistoria estas jerarquías no existían porque vivían de manera colectiva (concepto que no entendemos en la actualidad). Aún no queda claro en qué periodo fue que se dividió todo y nosotras terminamos bajo el yugo de una dictadura machista que no nos permite ser nosotras mismas pues habitamos en una sociedad de hombres, con leyes escritas por hombres, donde la mayoría de los consejeros y jueces son hombres y evalúan la conducta femenina desde un punto de vista masculino. ¿Cómo sería una sociedad con leyes escritas por mujeres y para mujeres? ¿Sería posible? ¿Qué sería de los hombres? Una vez escuché a una escritora decir en una entrevista que si los hombres fueran los que se embarazaran, el aborto hubiera sido legal desde siempre y no tendrían que luchar por reclamar su propio cuerpo.

Arqueólogos actuales sostienen que muchas mujeres en el Neolítico fueron autoras de numerosas innovaciones técnicas y artísticas, pues hoy en día resulta imposible creer que todo lo hayan hecho solo los hombres. Ya la hipótesis se convierte en teoría de que esa mujer de ese pasado remoto, de piel curtida, cabello rubio quemado, ojos azules cristalinos, de estatura promedio y de cuerpo musculoso no sólo haya sido una recolectora, sino una talladora de herramientas, una artista, una cazadora y hasta una líder de tribu, pues se han encontrado varios sedimentos mortuorios donde los huesos hacen referencia a mujeres que fueron enterradas bajo los más grandes honores de los primeros ritos funerarios.

Tonces qué… ¿será momento de cambiar la idea del cavernícola que arrastra a una mujer de los cabellos como si fuera de su propiedad? ¿Qué imagen quedaría mejor para transmitir que la prehistoria no era en realidad esa violencia que hemos normalizado en estos tiempos que llamamos civilizados? Me gusta pensar en hombres y mujeres trabajando en conjunto y descubriendo a la par las mejores formas para hacer del mundo un lugar donde todos tenemos derecho al mismo espacio, al mismo lenguaje, a la misma educación y a la misma libertad. Pero quizá sólo estoy soñando. Sueños de mujer, le dicen. Los sueños del oprimido, del subordinado, del que es explotado. Ya lo decía la feminista Assata Shakur: “Nadie en el mundo, nadie en la historia, ha conseguido nunca la libertad apelando al sentido moral de sus opresores”. El movimiento de las mujeres ya está aquí, en plena postmodernidad. Ya empezamos a escribir nuestra historia y no hay quien nos pare. A quien no le guste… pues que se quite. 

PD: Ya no se dice el origen del hombre, sino el origen de la humanidad o, si gusta, el origen del hombre y la mujer. Pero no del hombre, no es solo, no es único, no es la medida de todas las cosas. Nosotras también estamos aquí habitando el tiempo, la historia y el presente. 

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