El gato que venía del cielo

Captura de pantalla 2023-06-10 235746Takashi Hiraide / Narrativa / DEBOLSILLO

Costo: 149MXN/ Pasta blanda/ Cabrebrería El Péndulo

Hace unos años habité en la oscuridad. Oscuridad provocada por una decepción tan grande que arrasó con todo mi mar y con toda mi playa. De repente mi casa, mi cielo y yo misma carecíamos de luz. Todo lo que me rodeaba era pantanoso y podrido. Me había convertido en un ser sombrío. Me lastimaba la vida, el cuerpo entero y partes de él que ni siquiera conocía. Descubrí que tenía esquinas, techos y goteras. Me dolía el abandono de afuera y el abandono de adentro. Tal era su poder, que el maldito tomó forma propia. Ya hasta tomábamos café por las mañanas y dormíamos juntos por horas enteras desentendiéndome yo de los deberes y las consecuencias que conlleva no hacerlos. El abandono me abrazaba fuerte, tan fuerte que de apoco me asfixiaba. ¿Cómo salir de ahí? El abandono es un lugar.

Un martes del que no esperaba mucho, Violeta llegó a mi casa con un gato bebé. Mi enojo con todo y todos me hizo ser indiferente ante la criatura que mi hermana traía en brazos. Si acaso pregunté dónde lo había encontrado y qué pensaba hacer con eso. Me dijo que era para mí. Que lo escuchó llorar debajo de un coche, que estaba solo y que tenía lastimados los ojos. Le dije que no quería animales, que no me sentía suficiente. Ella, con ese carácter frío que la caracteriza, solo me pidió que la acompañara al veterinario. Si bien yo andaba de amargada, mi corazón chorito no soportaba saber que esa criaturita sufría, así que fuimos para que lo atendieran. Los días pasaron, vi al gatito mejorar y jugar y comer y ser increíble. Me lo quedé y como si fuera un milagro, Carlitos me devolvió la luz. Lo bauticé con ese nombre porque por esas oscuridades leía Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco. El niño protagonista de la historia se llama así, Carlitos.

La vida empezó a mejorar. Carlitos se convirtió en una razón suficiente para querer estar bien. Su compañía me brindó alegría y de apoco ese corazón chorito que estaba destrozado por la decepción sanaba y sanaba con gracia. Carlitos murió siete años después. Aún lo quiero, aún lo pienso, aún lo tengo conmigo en el recuerdo y en los sueños. Ahora mismo está aquí como un árbol mientras lo pronuncio.

¿Por qué digo todo esto? Porque entiendo la metafísica que produce la compañía/presencia de un gato. Porque vi el libro de Hiraide mientras esperaba a Luis en una librería y una ola de amor hacia Carlos me albergó como si él estuviera vivo, como si estuviera esperándome en casa con su reclamo amarillo y sus ojos verdes.

Al ver la portada del libro en la mesa de novedades, no pude evitar peguntarme qué diría este autor respecto a su gato que lo hizo pausar por un momento su poesía para escribir una novela cuyo personaje central es un minino llamado Chibi. Algo deben saber los gatos de la vida que se hacen inolvidables.

El gato que venía del cielo es la primera novela de este escritor japonés que, antes de ser poeta, ensayista y hasta investigador, fue redactor en diversas editoriales y profesor de Ciencia del Arte y Poética de la Universidad de Tama y miembro fundador de Instituto de Antropología del Arte en Tokio. Esta, su primera novela biográfica de breves 154 páginas, es la historia de su pequeña familia compuesta por él, su esposa, un gato y la soledad. Es una historia con descripciones sensibles y bellas. Una historia sobre lo cotidiano y lo hermoso de estar vivo alejado del ruido y el consumo.

La forma en cómo él describe a su mujer es simplemente cálida y blanca. La mira como si fuera un ser improbable y la admira a la distancia. Ella es correctora de estilo y es silente. Habla poco, y cuando emite palabra, es con la vida no-humana; con las flores, con la luz, con los gatos.

La historia se sitúa en un Tokio que empieza a ser invadido por la postmodernidad. Estamos a finales del siglo XX y ya se vislumbra un cambio que pondrá a muchos patas pa arriba. Ellos buscan un lugar en el mundo que esté aislado, y encuentran una casa dentro de una casa antigua que a su vez tiene otras casas que son habitadas por seres casi fantasmales. Hay, en el centro de ese laberinto, un jardín donde pasar los días de lluvia y de sol. Un jardín frío que permite sentir la presencia de la neblina vaporosa.

De repente, en esa rutina instalada de buena manera, aparece un gatito pequeño y común al que bautizan literalmente como Chibi, que significa pequeño. El gato entra y sale, sale y entra. Duerme, sueña. Algo místico hay en él, pero qué. Es una criatura felina y libre que no se deja cargar. Que responde con tiempo y ternura, pero sus límites quedan claros; no es de nadie más que de sí mismo.

A simple vista la novela es sencilla en su narración y en su trama. Pareciera que no hay conflicto. Pareciera un ir hacia ningún lado. Pero para nada es así. Entre imágenes impregnadas de olmos, ventanas, espacios vacíos dentro de un lugar cerrado y el ambiente oriental, Hiraide nos habla de la posesión. Amar sin poseer. De como dos seres que se aman, pueden amar en su individualidad a una criatura que no es de ellos, pero ahí está. Ella manifiesta su maternidad y lo trata como si fuera un niño tierno. Él busca hacer más práctica y cómoda su estadía. Ambos no se cansan de ver la maravilla de las formas en otras cuerpos.

No es una novela para todos. Son de esas novelas donde no pasa nada, “aparentemente”. Es ligera y descriptiva. Muy descriptiva. Para quienes tenemos gatos se nos harán reconocibles ciertos pasajes de convivencia. Para quienes no los tienen, es momento de que consideren tener uno.

Cuando les digo a mis alumnos de Narrativa que todo se puede escribir, pongo como ejemplo a este autor que escribió sobre un gato. Después les digo que no fue el primero, que hay más autores como Natsume Soseki, Juan M. Ponce, Pablo Neruda, Paloma Ibarzabal que escribe para niños. ¿Cuántos gatos hay en la literatura? No olvidemos el gato de Alicia en el país de las maravillas, el gato negro de Edgar Allan Poe, El gato con botas de Charles Perrault, los gatos de Murakami en Kafka a la orilla, Lo que aprendemos de los gatos de Paloma Díaz-Mas, El gato culto de Taibo y por no dejar, Los gatos ilustres de Doris Lessing que, al momento de recibir el nobel de Literatura, estaba más preocupada por la comodidad de su gata ermitaña que por los entrevistadores que fueron a su casa a hacer la noticia.

¿Qué tienen estas criaturas que los hacen tan peculiares? Pareciera que nos enseñan a adorar sin poseer, a ver la belleza sin limitación, a apreciar la compañía sin ego, a cuidar sin el deseo del control. A filosofar sin arrogancia. A ser humanos sensibles y pequeños ante la gran manifestación del todo que está en todas partes.

Carlos llegó a mí en el momento más miserable de mi existencia. Se quedó y yo me quedé con él. Incluso me confesó su nombre secreto. Ahora en casa tenemos dos gatitas más. Una se llama Xocany que ya tiene ocho años y la otra Milanesa; una calicó de dos años que no deja de creer que puede volar. Entre torpeza y torpeza ya nos ha hecho salir corriendo a Luis y a mi a mitad de la noche en búsqueda de un hospital veterinario. Pero así es ella, y así somos nosotros. La queremos en su afán de llegar a las nubes.

¿Usted tiene en su casa, querido lector imaginario, alguna de estas criaturas que hacen miau y por siglos fueron adorados por los egipcios y otras civilizaciones antiguas?

Un gato es un lugar feliz.

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