La saga del Viajero del Tiempo

El viajero del tiempo

Alberto Chimal / Minificciones / Hilo de Aracne (UNAM)

134MXN / 107 Págs / Feria de la UNAM

El microrrelato, también llamado minificción, microficción, cuento brevísimo, minicuento o incluso cuento chiquitito, es una construcción literaria del género de la narrativa cuya principal característica ya lo dice su nombre o, mejor dicho, sus múltiples nombres; la brevedad.

En México tenemos varios grandes microcuentistas y sí, el señor Augusto Monterroso es uno de sus representantes más conocidos con el tema del dinosaurio, pero recordemos que el gran maestro de este género no es/era mexicano, es/fue un escritor hondureño, nacionalizado guatemalteco y exiliado en nuestra suave patria. Ahora bien, por ahí lo dijo la cantante Chavela Vargas que los mexicanos nacemos donde se nos da la rechingada gana y pues ni modo, ya hicimos mexicano también a Tito, como le decían de cariño sus amigos cuenteros.

Algunos autores mexicanos que exploran la narrativa de lo breve fue/son Juan José Arreola, Octavio Paz, Guillermo Samperio, Bárbara Jacobs, Alfonso Reyes y, por supuesto, quien nos trae a este proemio, Alberto Chimal.

La microficción no tiene una fecha concreta de nacimiento, tampoco un manifiesto acorde a las vanguardias del momento social, ni expositores específicos que se dediquen a ella sin hacer más nada en la vida. Incluso podemos ver exploraciones de Rubén Darío, Huidobro, Cortázar y Borges. Digamos que la microbrevedad es como un gato, se deja acariciar, te da besitos con los ojos, te ronronea un ratito y, luego, sin mayor explicación, se va hacia sí mismo o bien, hacia la búsqueda de otros afectos.

Lo cierto es que el cuento breve aparece fijamente en los años setenta del siglo pasado. En América Latina se extendió como polvo en dinamita. ¿El resultado? Un fenómeno de la palabra que jugaba con lo lúdico, lo irónico, lo metaficcional, lo aforístico, lo híbrido y lo elíptico. O sea, que combinó muy bien con ese realismo mágico que tanto caracteriza a las expresiones de nuestro continente mestizo.

¿Usted qué microcuentos conoce, querido lector imaginario? Por darle un ejemplo, le comparto esta belleza de César Vallejo: Mi madre me ajusta el cuello del abrigo no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar. ¡Bellísimo! ¿No le parece?

El cuento chiquitito, por sentido común, tiene como característica principal la brevedad, como ya lo he mencionado. Pero… ¿cuánto es lo breve? ¿Cuánto es poco? ¿Cuándo sabe uno que ya se pasó o que todavía le falta? La respuesta no es concreta, ¿pero qué lo es cuando hablamos de literatura? La minificción no tiene reglas precisas para su extensión, pero sí tiene márgenes, ¿cuáles son esos? Bueno, debe ser mínimo de una línea y un máximo de una cuartilla, o sea, unas 400 palabras.

La minificción radica, además, en lo que no se dice. Así es, en el subtexto, en todo aquello que no se encuentra literalmente dentro del contenido mismo. Digamos que se vale de la comprensión inferencial o deductiva para que su razón de ser sea su razón de ser.

Este monstruito lindo es parte de la voz del populo sin caer en el refrán. ¿Cuál es la diferencia? Que el refrán se forma de un saber popular, de un saber colectivo venido de la experiencia de la vida, y el microcuento es el hijo deseado de un intertexto, o sea, que hace referencia a otros textos, personajes, películas, o lugares comunes. Digamos que se usa lo que ya existe con la condición de darle un giro inesperado a lo que de antemano sabemos que es. Por ejemplo esta piececita de Ana María Shua:

Con una mueca feroz, chorreando sangre y baba, el hombre lobo separa las mandíbulas y desnuda los colmillos amarillos. Un curioso zumbido perfora el aire. El hombre lobo tiene miedo. El dentista también.”

El microcuento tiene cuatro elementos para su figuración; el primero se basa en una historia con principio, desarrollo y fin, el segundo tipo en generar una imagen, algo que podemos visualizar sin problema normalmente tomado de figuras arquetípicas, el tercero es un juego con el lenguaje y el cuarto representa una crítica social. Los ejemplitos expuestos aquí son de mi autoría.

  1. Salió tan temprano que llegó ayer.
  2. Hasta la belleza cansa – dijo mientras se miraba en el espejo y se arrancó los ojos.
  3. ¡Qué chiste, siempre gana el número uno!
  4. ¡Cadáveres, necesitamos más cadáveres para hacer ver que la guerra fue real! De inmediato, ciudadanos y ciudadanas se pusieron hacer hijos.

La brevedad es un tema maravilloso. La brevedad para escribirla, leerla y entenderla exige referentes históricos, sociales, culturales, artísticos y hasta psicológicos. Si uno como escritor no los tiene, no podrá hacer microcuentos y si como lector tampoco los tiene, pues tampoco podrá entenderlos.

Aquí es donde entra Chimal a quien he pronunciado en párrafos anteriores. ¿Qué pasa con él, me preguntará usted? Pues nada, nomás que ha hecho un libro de microficciones cuyo personaje principal es el Viajero del Tiempo quien, al mismo tiempo, fue el Viajero del Tiempo que H.G. Wells dio vida en su novela de 1895 llamada, ¿adivine, usted? La máquina del tiempo (The Time Machine).

Este librito color rosado lo encontré en Ciudad Universitaria. Luis me presumió que habría una feria en las islas y yo me apunté a estar ahí después de sus clases a pesar de que nunca llego a la primera. Para mí, ese lugar entre mágico y atemporal me parece un laberinto tipo Minotauro donde yo soy un Teseo perdido y mi Ariadna, que es Luis, me conduce al corazón no con un ovillo de lana, sino una voz digital por medio de un dispositivo. Ya ahí, en un corazón blanco, compré un montón de tesoros, entre ellos este texto que llamó mi atención justo por la brevedad. Y bueno, hay de brevedades a brevedades. Me puse a ver el libro… y descubrí que fue escrito en la pandemia y a manera de tweets. ¡Qué cosa más bonita me dije! Y lo coloqué en el bolso junto con los otros ejemplares para traerlo a casa.

Alberto Chimal es un escritor que me es familiar. Además que es de Toluca y por alguna razón creo que eso es bueno. Lo conozco porque lo he leído. Tengo esos manuales de escritura que el INBA hizo con varios escritores hace ya algunos años para distribuir de manera gratuita y digital a todo aquel que los quisiera. Bueno, yo era uno de esos aquellos. Luego, aceptó mi solicitud en Facebook, luego me enteré que tiene un gato y ahora un bastón al que critico porque le falta personalidad. También sé que comparte su vida con una escritora llamada Raquel Castro a quien no he tenido el gusto de leer, pero que también sigo en redes sociales. Y como todo en la vida es un círculo, pronto estaré hablando también de ella en este espacio.

¿Por qué empecé a leer este libro? Bueno, porque es Chimal, porque tomé un curso a distancia con él, porque sé que escribe genial y porque me gusta mucho la literatura breve. La propuesta me pareció muy novedosa; tomar al Viajero del Tiempo de Wells, dotarlo de su máquina viajera, de un gato polizonte y hacerse al mundo y sus tiempos sin pies ni cabeza.

El libro cuenta con más menos 282 textitos, todos contenidos por los viajes del Viajero del Tiempo, el tiempo mismo y sus experiencias; las pasadas, las futuras, las presente, las del presente del presente, las que va a vivir y está viendo y las que no vivió justo porque las vio y decidió cambiar el destino. Como novata estudiante del Tarot, creo que la premonición tiene en sí misma una gran maldición, el dichoso síndrome de Casandra. ¿Lo conoce, usted, querido lector imaginario? Dícese de aquella persona que hace advertencias futuristas -en particular catastróficas- y nadie le cree hasta que suceden. Lo mismo pasa con la premonición, está condenada a no ser, porque de ser, entonces sería fatal, y quien recibe dicho veredicto luchará contra todo para que no suceda lo que se supone debiera suceder. Me imagino que algo de esto sabe el Viajero del Tiemp. El Viajero del Tiempo le advirtió a María Antonieta que perdería la cabeza. Ella pensó que por amor.

Algunos de los microcuentitos que llamaron mi atención de esta saga fueron:

En 1323 el Viajero del Tiempo alimenta al aguilucho con serpientes y lo enseña a posarse en nopales, que no es muy la costumbre de su especie.

El Viajero del Tiempo no pudo convencer del peligro al gran bibliotecario de Alejandría, quien tampoco lo dejó sacar un solo libro.

El Viajero del Tiempo reúne las historias que ha oído contar de sus aventuras. La mitad está aún en su futuro. No sabe si alegrarse.

El Viajero del Tiempo bebe agua que lloverá dentro de unas horas. Se estremece: siente en la boca la altura y el vértigo de la caída.

El Viajero del Tiempo llevó a Platón a un cine a ver Matrix. Platón se fascinó con las luces que se apagaban en el recinto cavernoso.

Cuando el Viajero del Tiempo alcanzó por fin el segundo preciso, el segundo hizo bang y se abrió revelando el espacio entero. ¡Vaya cosa!

Chimal deja claro que es un gran lector pues figuran situaciones, referentes, personajes, ficciones, realidades, suposiciones, teorías, antecedentes, subidas y bajadas de todo lo que habita en una mente creativa que, a través del juego de las palabras, la imaginación y la generación de historias, uno termina siendo lo que es; una criatura narrativa. Y es que hay palabras para todo; para leer aquí, para llevar, para ir leyendo. Y algunas, incluso, son como los elotes, les ponemos chilito del que pica o del que no. Las mías sin queso, por favor. Sí, tantita mayonesa y un poco más de sal si es tan amable.

Ya me voy, sigo despeinada, está a punto de llover y Luis me invitó al Teatro. Sé que debería sacar a Uma a dar su vuelta de la tarde, pero sí, confiaré en que Luis lo haga ahorita que salga de su juntita virtual, mientras tanto yo, termino de escribir. Espero que este proemio sirva de invitación para leer más literatura breve, de experimentarla si es que le gusta escribir y de leer a Chimal en todas sus versiones. Ahí nos vemos, querido lector imaginario. Esta no es una despedida, sino un hasta el próximo libro.

PD: ¿Sabe por qué yo respeto la capital del Estado de México, querido lector imaginario? No por su chorizo de múltiples colores y especias, o por sus tortillas de nopal. Tampoco por el nevado que lleva su nombre o el jardín botánico y su cosmovitral que llena de armonías todo lo que toca, sino por su maíz palomero. Así es, no solo germinan buenos escritores como Chimal, Horacio Zúñiga, Nari Villarelo o Enríquez Rodríguez, sino por su bendito maíz que es considerado uno de los mejores granos para hacer palomitas en el mundo.

Deja un comentario