Fahrenheit 451

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Ray Bradbury / Ciencia Ficción / DEBOLSILLO

219MXN / 187 Págs / Librería Porrúa

¿De qué dones gozan los escritores de ciencia ficción para predecir el futuro y, encima, escribirlo en libros que se convertirán en memoria viva de peligrosas y entretenidas advertencias?

La primera vez que leí a Bradbury estaba adaptándome a la universidad. Llevaba cuadernos y lápices para tomar notas y lo más tecnológico era utilizar el proyector de acetatos para inundar con imágenes a los estudiantes siempre distraídos. Yo misma veía la realidad que se cuenta en el libro como algo lejano. La segunda ocasión fue en un taller de escritura. Estudiamos la voz narrativa, la forma en que el protagonista recuerda, la crisis existencial que lo hace salir de su mundo ordinario para dar paso a la aventura extraordinaria. Okei, todo bien. La tercera vez, que creí la última, quería que mis pupilos de Narrativa conocieran a este señor, así que se los dejé como lectura de análisis. Nos fuimos no sólo con Fahrenheit 451 (1953), también con Crónicas Marcianas (1950) donde me encontré el hermoso poema de Sara Tisdale (1884-1933) a quien admiro desde entonces y dice así:

Vendrán lluvias suaves y olor a tierra mojada, y golondrinas rolando con su chispeante sonido; Y ranas en los estanques cantando en la noche, y ciruelos silvestres de trémula blancura. Los petirrojos vestirán su plumoso fuego silbando sus caprichos sobre el cercado; Y nadie sabrá de la guerra, a nadie preocupará cuando al fin haya acabado. A nadie le importará, ni al pájaro ni al árbol, si toda la humanidad pereciera; Y la propia primavera, cuando despertara al alba, apenas se daría cuenta de nuestra partida.

Es una belleza, ¿no le parece, querido lector imaginario? El poema hace alusión al vacío, a la desaparición de la humanidad donde, de repente, en una casa inteligente del futuro se prepara el pan con mantequilla, la voz del despertador indica que ya es hora de ir al trabajo y la cafetera sirve el café en la taza blanca de porcelana, pero nadie responde a los infórmatas. No hay nadie. ¿A dónde se fueron? Es un tema que inquieta al autor; la extinción humana. Pero bueno, no estamos aquí para hablar de ese libro que recomiendo ampliamente y que, quizá, me aviente una segunda lectura para ver qué cositas nuevas encuentro y haga un proemio para tenerlo ya de manera definitiva en mi memoria virtual.

Regresemos a Fahrenheit 451 y por qué esta cuarta lectura me pareció la “más mejor” de todas las anteriores. ¿Le suena un filósofo llamado Byung-Chul- Han? Este hombre de pensamientos complejos dice que el futuro está abarrotado por las no-cosas. Los objetos ya no tienen cabida en nuestro entorno humano. La necesidad de pertenencia ha sido sustituida por el ambiente digital, por todo lo que se ve y habita dentro de una pantalla.

A su vez, Alberto Manguel, como otros promotores de la lectura, agrega que el libro, ese objeto inigualable que es una extensión de nosotros mismos en diversas dimensiones, se ha convertido ya en un “algo” que no importa mucho. Para él, el conocimiento se manifiesta de manera plana, resumida, repetida y cortamente interpretada en espacios virtuales donde ni siquiera hay una guía de lectura o fuentes que sustenten dicha información. Cada usuario lee como se le da la regalada gana. ¿Qué tiene que ver todo esto?

Esta novelita habla de cómo vivimos tan absorbidos por el entretenimiento rápido que de apoco dejamos de pensar, de imaginar, dando pie a estímulos llenos de color que parecen aportar, pero en realidad sólo distraen haciéndonos sentir que la felicidad es un producto que se consume y se desecha. Nunca la publicidad había tenido tanta importancia como ahora, que además es «personalizada».

El personaje principal se llama Montag, un treintón que tiene un trabajo envidiable; es bombero, pero no uno cualquiera. En este mundo futurista distópico los bomberos no son los que apagan el fuego, sino que lo generan. Sí, queman libros. Van por la vida atendiendo llamadas anónimas de personas que acusan a otras de tener libros en sus casas. Junto con un enorme perro-máquina van hacia ese lugar y sin el menor remordimiento hacen arder todo lo que está en su interior.

Un día, Montag quedó impactado al ver a una mujer a la que le dieron la oportunidad de salir de su casa para que viera cómo quemaban sus libros. Después sería encarcelada de por vida por practicar una actividad deshonrosa y perversa, pues el gobierno les dice a sus ciudadanos que leer es peligroso porque procova la infelicidad. Nadie que haya leído un libro sale bien librado de la filosofía y el pensamiento crítico, ¿quién quiere eso si puedes ver Keeping Up with the Kardashians en E entertainment Television?

La historia está habitada por personajes muy interesantes como Beatty, el jefe de bomberos que, casualmente, sabe mucho sobre literatura, incluso uno como lector puede deducir que Beatty amaba leer: sabía demasiado sobre muchas cosas que solo se encuentran en los libros. Otro personaje es Clarice, una jovencita que la sociedad clasifica como “rara” por tener pensamiento propio. Hace una crítica a la educación. En una conversación que tiene con Montag, le confía con tristeza que los jóvenes aprenden en la escuela de la televisión, donde los contenidos están grabados y no existen los maestros. Se ignora la Historia, se ha perdido la importancia de la Gramática, lo único que importa es aprender a apretar botones. La vida sucede ahora y sucede así. Es inmediata. Mantente entretenido. No pienses. Pensar no te hace feliz.

Sigue Mildred, la esposa de Montag, una mujer deprimida que no sabe que está deprimida. Se la pasa viendo televisión en las paredes de su casa. Se deja manejar por el sistema y para nada le interesa lo que su bombero tenga qué decir. Él la quiere hacer cómplice, pero ella lo acusa y empieza la persecución, donde nuestro héroe se encuentra a Faber, un viejo académico que vive encogido por el miedo. Se hace pasar por un estúpido más. Con un atisbo de valentía ayuda a Montag a escapar de sus compañeros bomberos que se han puesto en su contra por romper el pacto sagrado de odiar los libros, además, el mundo se ha enterado de su atrocidad y debe ser eliminado, como una polilla que, aunque pequeña, puede infectarlo todo. La audiencia atestigua la persecución por televisión. Los canales se pelean por tener la primicia. Los helicópteros lo siguen con sus luces azules y amarillas. No hay escapatoria. Tiene que arder.

En un respiro, Montag pasa los puentes metafóricos y literales para hacerse a la nada. Ahí, de entre la maleza silenciosa aparece un grupo de ancianos algo maltratados por la vida, más que por la vida, por la sociedad que los ha desechado. Cuál es la sorpresa del exbombero al enterarse que esas personas, que son prácticamente vagabundos, son libros vivientes. ¿Cómo así?, se preguntará usted, querido lector imaginario. Ante la quema de libros, estos hombres y mujeres decidieron renunciar al estatus quo y memorizar las palabras de Shakespeare, Spinoza, La Biblia, Nietzche, Cervantes. Le dan la bienvenida a un Montag agotado físicamente, pero mentalmente empoderado.

¿Ve por dónde voy con todo esto? ¿No cree que hay alguito de parecido en la sociedad actual? Hemos perdido un poco el sentido común, las cortesías básicas para tratar al otro. Los jóvenes cada vez están más ensimismados, más tristes y disfrazan su tristeza con jueguitos de colores y efectos especiales. Nos estamos volviendo pantallas. El objeto como vínculo de la realidad palpable está dejando de tener importancia, de apoco, todo lo que consumimos parece nuevo, pero no lo es. Ha sido copiado y copiado hasta el cansancio que también ha sido copiado.

No es que quiera que todo el mundo se la pase leyendo. Es cierto que hacer al hábito de la lectura siempre ha costado trabajo, pero en estos tiempos con tantos estímulos superficiales se triplica la complejidad. Ya ni hablemos de la Inteligencia Artificial que supone una herramienta, pero puesta a merced de aquellos que no tienen punto de aterrizaje es sólo una entrada para el hacer-no-hacer de las cosas. De apoco vivimos en un mundo más literal. Más básico. Ahí está el reguetón, sólo revise la letra de las canciones. Los libres pensadores siempre han escaseado, ahora escasean más. ¿Cómo cambiarlo? ¿Es lo que nos espera en la poshistoria que está a la vuelta de la esquina? Con todo esto, se me viene a la cabeza Un Mundo Feliz (1932) de Huxley. Nos vamos haciendo infantes, permaneceremos en una eterna y manipulada inocencia.

He visto a los paradigmas cambiar. En la cuarentena de mi vida me ha tocado variacosa. Sin duda un periodo interesante que le contaré a mis no-nietos: Fui la generación que le tocó la transición directa de lo análogo a lo digital, atravesé, junto con el mundo conocido, una pandemia que fue comparada con la gripe española (1918-1920), presencié un temblor en el 2017 de magnitud 7.1 en la CDMX que quedó registrado como traumático al llegar sin aviso. He vivido dos maravillosos eclipses solares, el próximo se espera en abril del 2024. Presencié, a mis 10 años, la primera guerra televisada en directo. La llamaron la Guerra del Golfo. Ahora se vive el conflicto entre Rusia y Ucrania. El resto de nuestros yo virtuales y protegidos tras una pantalla mostramos los afectos, ideales o repulsiones de esta situación a través de Redes Sociales. Nos hacemos grandes opinadores en los comentarios, pero pocos son los que realmente leen los periódicos o ven las noticias.

Los temas bélicos siguen, ahorita están en la mira del mundo Israel, Palestina y como siempre, Estados Unidos con su “ministerio de Paz” buscando mediar cuando todos sabemos que no da paso sin huarache -perdón por la expresión-. En los presentes tiempos futuristas que son justo ahora, tenemos androides parlantes que poseen nacionalidad mientras el problema de migración y racismo bien gracias. Las casas inteligentes, teléfonos inteligentes, refrigeradores inteligentes y coches inteligentes que se estacionan solitos son lo «más mejor» de la vida privilegiada. Nos educamos por vía remota. Las clases en línea son el hit del momento, pero muestran un gran problema de atención, los estudiantes piensan que no prender sus cámaras supone que está bien y que el maestro es solo un no-objeto que habla y por eso ellos, los estudiantes, están con su no estar.

Creemos que información y conocimiento son lo mismo. Las experiencias ya no son físicas, sino digitales. Quizá no haya perros-máquinas andando por avenidas centrales con la programación de quemar bibliotecas o bomberos que promuevan el fuego. Sin embargo, hay monstruosidad sistémica. Qué importa mientras no me pase a mí y pueda seguir jugando Candy Crush. Le damos a la justicia el poder para mantenerse indiferente a los feminicidios y a las violencias de género. Los ricos seguirán abusando del pobre porque la maquinaria económica está diseñada para que así sea. El pobre, por otro lado, será ignorante de su pobreza debido a que confunde aspiración con futuro. Y ahí estamos, comprando a meses sin intereses productos fabricados en países que viven en extrema pobreza, algunos de ellos ni siquiera son considerados países. La esclavitud aún existe, por lo menos la esclavitud neoliberal capitalista no tiene planes de marcharse. ¿Qué importa que un niño vietnamita trabaje más de 13 horas a cambio de un sueldo mísero de dos dólares al mes? Yo he consumido esa esclavitud. No puedo juzgar sin juzgarme. Los ricos se enriquecen con los pobres, los pobres se empobrecen con los esclavos y los esclavos se esclavizan por los ricos. Así el círculo vicioso de las cosas inútiles que, además, se adquieren mediante una aplicación celular.

Así que sí, este libro no está de más. Está en su momento. ¿De qué dones gozaba Bradbury para hacernos esta advertencia? ¿Quieres ser feliz, querido lector imaginario?

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