Álbum de familia

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Rosario Castellanos / Cuentos / Ed. Joaquín Mortiz

25 MXN / 154 págs / Mercado de Pulgas (Portales)

Tiempo de Lectura: 12 minutos / 1777 palabras

La historia de Rosario Castellanos suele ser bien conocida; dio clases en la UNAM, fue escritora en todas las fases que puede tener este oficio, periodista y diplomática. También fue una mujer enamorada, pionera del feminismo en México y madre de un solo hijo. Si bien su primer respiro de vida para declararse nacida fue en la capital del país, a los pocos años su familia migró a Comitán, Chiapas, donde ella enraizó su alma y ahí se quedó pese a que anduvo en tierras extranjeras.

Desde muy joven mostró interés por las palabras, por la literatura y entendió que todo decir es político. Así construyó su carrera y su legado; con ideas y verdades que de apoco le valían autoridad y belleza. Siempre he pensado que la verdad puede decirse con belleza, aunque de repente esa belleza sea cruda y terrible. Es otra manera de mostrar. La belleza está para enseñarnos algo sobre la vida, ¿pero qué? ¿Qué le enseña a usted, querido lector imaginario?

EN LA MEMORIA TRIPARTITA

Recuerdo tres cosas de Rosario. La primera es su nombre, que ha estado en mi boca desde que poseo memoria y no tengo idea de por qué, quizá porque me gusta la poesía. Su poesía. Dos; que en una de las tantas casas en las que he coexistido con y en el exilio me encontré un libro de ella: Balún Canán (1957). Fue su primera novela y está ambientada en Comitán. Y la tercera y última, yo también viví en el Lugar de los nueve luceros. 

Comitán fue fundado por tzeltales, luego fue sometido por los aztecas y ahora es habitado por gringos que no tienen ni idea de lo que significa el indigenismo. Es de los lugares menos bonitos de Chiapas comparado con San Cristóbal de las Casas. Comitán es algo así como una enorme central de abasto donde los pueblos vecinos van a surtirse de alimentos y animales.

No era mágico cuando yo lo habité, ni tenía ese diseño especial que ahora lo hace parte de la oferta cultural. Era muy grande eso sí, -cuasi- desértico. Se enorgullecía de sus dos atracciones turísticas; el café Quiptic y el centro Rosario Castellanos donde, de vez en vez, se presentaba alguna función de teatro desconocida.

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Sus noches las revivo tan estrelladas como ningun otro manto estelar que haya vislumbrado. Sus tardes frescas y aromáticas, sus fronteras que se pintan solas y a lo lejos la presencia de algunos cerros curiosos. El silencio solo interrumpido por los resollos de becerros recién nacidos y el cantar tan cercano de las cigarras que uno cree que están debajo de la almohada. Sus piedritas poliformes en los caminos empolvados se convertían en lo mejor de cualquier paisaje. Su sol, su pasto, su cielo interminable y las mujeres que vendían sus tejidos en los mercados. Te miraban con ojos de aceituna negra. Daban miedo. Era una mirada de reclamo y enojo, sin embargo, querías seguir ahí, viviendo dentro de esa hipnosis femenina y misteriosa.

Me pregunto cómo vivió Rosario  a Comitán, cómo lo recordó. ¿Cuanta poesía se creó ahí? Es cierto que cuando uno conoce Chiapas, nunca jamás vuelve a salir. Pero ella no era cualquier mujer, tenía una mirada sensible y crítica. Todo sucede por algo, eso dicen. No me extraña que su primera novela fuera un retrato de la división injusta que había entre campesinos y terratenientes a pesar de que ella era parte de los privilegiados. Pero era mujer y era niña, desde esa perspectiva podemos encontrar la narrativa que suelen contar quienes estamos de este lado del género: La historia de quienes no tienen voz, nombre o voto.

Y así sigue la vida, pero ahora es el turismo, el capitalismo, el consumismo excesivo, los ecocidios, la gentrificación, la invasión en todas su tristes formas y colores. Bien lo dijo la Castellanos; Matamos todo lo que amamos, lo demás no ha estado vivo nunca. Si un día vuelvo a Comitán, lejos estará de ser el pueblo que conocí. Me da miedo regresar y, sin embargo, de vez en vez se me presenta en sueños como la casa de la infancia que no termino de abandonar.

MERCADITO DE PULGAS

Ahora que respiro en la Ciudad de México desde hace tantos días que ya se han convertido en tantos años, Luis me llevó a un lugar del que había escuchado hablar indirectamente; Portales. De repente me vuelvo nihilista con los espacios que la CDMX tiene para ofrecer. Siempre quiero estar en otra parte, así que muy emocionada por conocer esa “joya especial” pues no estaba. Mientras me hablaba de Portales como estación de metro, como colonia popular, como mercado y metía en una que otra anécdota a su abuelo octogenario, yo todo lo imaginaba azul. Sí, azul en sus diferentes tonos: azul pavimento, azul taza de baño, azul taquería, azul broche antiguo, azul sol, azul la nieve de vainilla, azul los elotes, azul los pollitos y más azul. Me pregunté, entonces, si quería visitar un mercadito de pulgas que seguramente también sería azul y, bueno, aunque el azul es un color que me gusta, buscar azules de azules no siempre es lo más azul que quiero hacer. Pero fui con todo y esa emoción reservada que a últimas fechas me aqueja. Quizá sea la edad la que me hace desconfiar de las sorpresas.

Y bueno, la sorpresa fue linda. Las verduras brillaban como tesoros resguardados por piratas, las frutas se antojaban jugosas y casi eróticas. Ahora sé lo que sintió Eva al querer probar sí o sí la manzana caprichosa del Paraíso perdido. Los olores sucumbían de todos lados y la mayoría de ellos deliciosos. El agua fría de alfalfa se convirtió en el mejor néctar que una simple mortal como yo puede acceder. Quién diría que esa poción verdosa contenida en un vaso de a litro de unicel me cambiaría la vida y el vigor. Todo, todo era jodidamente bonito y jodidamente azul. Caminamos para arriba o para abajo, quien sabe. Cuando estoy con Luis no me preocupan las direcciones. Nos metimos por aquí y por allá hasta llegar a un largo pasillo que se presentía caluroso. Era una explosión de objetos reunidos de todos los tiempos. Había lo mismo libros apilados que zapatos. Lo mismo discos de vinil que películas pirata. Barbies desnudas y despeinadas como ositos tuertos, collares de cuentas de cristal y pinturas de artistas tan impresionantes que lamentas su anonimato.

ENCONTRANDO A CHAYITO

Después de mirar y mirar, Luis se plantó en un puesto de puros libros de 25 pesos. Se quedó ahí un largo rato, como si fuera adoptar a un niño. Mientras tanto yo saltaba como trompo tocando todo cuanto pudiera ser tocado. Eso sí, la alergia a su máxima expresión. Digamos que el polvo del tiempo no es lo mejor para mi nariz enfermiza.

-Mira, ¿qué te parece? -me dijo Luis y me enseñó entre varios el libro de Rosario, Álbum de familia.

-Lo vas a llevar? -le contesté mientras lo examinaba, notando que el libro estaba deshojado pero completo.

-Sí, ¿te gustaría leerlo cuando lo termine? Hoy mismo lo empiezo.

-Okei – le contesté sin más.

Y aquí estoy, hasta haciendo un proemio de este librito bueno y genial y maravilloso.

ÁLBUM DE FAMILIA

Es un libro petit en cuanto al número de páginas y tamaño. Se compone de cuatro cuentos y el último, titulado como el nombre del libro, es el más largo de todos. En cuanto empiezas por el primer relato que es Lección de cocina una como lectora se siente identificada. Y es que es mi mamá, es que soy yo, es que son todas las mujeres que conozco y entonces te desbordas y quieres más. Este primer encuentro narrativo es sobre una recién casada que trata de reconquistar su identidad mientras prepara el menú del día.

El segundo texto es Domingo donde, de nuevo, todo va en aumento, las circunstancias, el lenguaje, la realidad de los personajes. Aquí Edith evoca con vehemencia a su antiguo amante Rafael a quien le debe el descubrimiento de su cuerpo y de su placer. Placer, cabe decir, que se encuentra sepultado bajo los largos años de rutina conyugal.

Nos seguimos al tercero, Cabecita de algodón. La protagonista es Justina, una mujer cuya única realidad que habita es aquella que fue dictada por los hombres, no entiende por qué tiene un marido que quiere meterse a la cocina, que le gusta saber de recetas. Sin embargo, todo se resuelve cuando aparece la amante en turno y pone orden a las cosas sin siquiera saberlo. Queda decir que este cuentito también habla sobre la homosexualidad y la dedicación para voltear hacia otro lado y hacer como que nada pasa.

Y el último, el más largo, el más complejo, el de los muchos nombres porque tiene hartos personajes es, digamos, algo revuelto pero maravilloso. Se trata de un grupo de escritoras cincuentonas a más. Se reúnen en la casa de descanso de una de ellas. El relato nos hace ver cómo las mujeres con poder son igual que los hombres, que el ser la una y el otro no tiene que ver con la biología, sino con la cultura. Mujeres exitosas que no quieren renunciar al poder, que lo buscan, que lo pagan sin importar el costo. Mujeres inteligentes que se cuestionan la maternidad, la libertad, el matrimonio y el reconocimiento. Señoras preparadas con una visión crítica del mundo. Lo argumentan, lo componen, lo descomponen, lo hacen como quieren. El final es sublime y, sí, desgarrador.

YA POR ÚLTIMO

Si quiere conocer más sobre escritoras mexicanas aquí tiene a una de ellas, la mismísima e inigualable Rosario Alicia Castellanos Figueroa. Nació el 25 de mayo de 1925 y cerró los ojos para siempre el 07 de agosto de 1974. Su muerte fue ridícula, por más absurda. Perdió la vida en su casa en Tel-Aviv, Jerusalén. Un día, al contestar el teléfono y recién salida de bañarse hubo una descarga eléctrica provocada por una lámpara y… Tenía 49 años.

Siempre portó un chongo alto y oscuro con algunas canas elegantes. De cejas españolas y pobladas, de piel tostada, de ojos negros y mirada clara. Ganadora del permio Xavier Villaurrutia por Ciudad real (1960) y el Sor Juan Inés de la Cruz por Oficio de tinieblas (1962).

Castellanos fue una pensadora ágil, crítica y divertida en sus ensayos. Fue la primera mujer mexicana, después de la novena musa, cuya obra literaria ha sido reconocida en todos los continentes del mundo. Su trabajo se ha traducido a infinidad de idiomas y, lo más importante, sigue vigente y fresca como una lechuga recién cortada. Si se considera un poquito más visual, querido lector imaginario, aunque le recuerdo que las palabras también son imágenes, vea la película Los adioses (2017) de la directora Natalia Beristain. Es una biografía de la escritora representada por Karina Gidi. En inglés se llama The eternal feminine.

No puedo evitarlo, acá un fragmento de su poesía, porque también se le daba rebien. Por ahí ella decía con su voz de concha nácar: Heme aquí suspirando como el que ama y se acuerda y está lejos.

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