La policía de la memoria

Yoko Ogawa / Narrativa / TusQuets

488 MXN$ / 392 págs / Librerías Educal

¿Estamos condenados a desaparecer? ¿Hagamos lo que hagamos para perdurar en el tiempo nos enfrentamos a una batalla perdida? ¿Existe la inmortalidad? ¿Quién nos recordará cuándo hayamos muerto? ¿Hay un después de todo esto?

El delfín, el elefante, el chimpancé, el pulpo y el león marino son algunas criaturas que se caracterizan por su buena memoria, y por supuesto, el humano, que no conforme ha inventado cantidad de objetos con el fin de perdurar sus recuerdos, mantener el pasado vigente para seguir viendo a su antojo lo que fue y, en consecuencia, caer inevitablmente en la añoranza de lo que nunca más será. Y es que si se fija, querido lector imaginario, somos la única especie inconforme con el presente. Vivimos navegando entre el ayer y el mañana. ¿Qué se sentirá estar en un continuo ahora?

Lo cierto es que más allá de los recuerdos, la memoria es una zona geográfica que nos permite delimitar el espacio y lo que somos. Soy lo que soy porque tengo memoria de mí. Lo que se olvida deja de existir y, por tanto, pierde su nombre y con ello su identidad. ¿Cuántas cosas han dejado de tener nombre? ¿Dónde habita lo innombrable?

Mnemosine; la diosa titánide de la memoria.

¿Qué tanto valora usted sus recuerdos, sus enunciaciones, el cajón de sus cartas amorosas? ¿Qué tanto valora sus brazos y sus ojos que son parte de su memoria? Sus amigos, ¿dónde están? Sin memoria no podríamos avanzar hacia ningún lado en el horizonte del tiempo. Estaríamos atrapados en un punto cardinal sin mayor movimiento que la caja toráxica que inhala y exhala el aire que respiramos y nos legitima como existentes.

A LA CAZA DEL LIBRO

La policía de la memoria es un libro que perseguí por meses. En cuanto ponía un pie en alguna librería o feria de libro, luego luego preguntaba por él y, de inmediato, recibía una negativa. Se volvió, hasta cierto punto, un libro fetiche. Conocía la premisa, conocía a la autora no sólo reconocida por La fórmula preferida del profesor (2008); El embarazo de mi hermana (2006); Venganza (2023); La piscina (1991) y Bailando con elefante y gato (2009), sino porque leí la recomendación que hizo Irene Vallejo en su hermoso ensayo El infinito en un junco (2019).

Sus obras son tanto de ficción como de no ficción y están inspiradas en el detalle, en lo poco explícito, en el aparente «no pasa nada». Sin embargo, Ogawa buscó entrar con todo a la ciencia ficción y vaya que lo logró con esta pieza que, primeramente, se publicó en Japón en 1994, luego llegó a Europa y Estados Unidos en el 2019 y recién, en el 2022 se distribuyó en Latinoamérica.

Cuando por fin encontré el libro en la librería Educal que yace dentro de la Cineteca Nacional de Coyoacán en la Ciudad de México, no podía creer el precio. Era excesivo. Y sí, lo sé, los libros tienen valor, pero de repente las editoriales se pasan con el precio porque un lector nunca compra sólo un título. Nos estamos horas viendo y eligiendo para, después, al momento de sacar cuentas discriminar qué libros se van y cuáles se quedan. Yo no tenía pensado gastar más allá de un café americano mientras Luis y yo esperábamos la hora para ver la película Días perfectos (2023) de Wim Wenders. Obviamente el objetivo no se cumplió y di tarjetazo incluido no sólo para este ejemplar del cual ahora escribo, sino uno de Virgina Woolf llamado Flush: biografía de un perro (1933) del que espero hacer pronto un proemio.

Una vez con el tesoro literario en casa tardé 17 días en leer las 390 páginas. No podía soltarlo. De vez en vez lo cuestionaba, de vez en vez me parcía ingenuo, otras tantas maravilloso, me incomodaba, me hacía pensar y cuestionarme qué pasaría si eso fuera real. Aunque ya lo es, es lo que tiene la ciencia ficción que, a manera de historias distópicas, nos dice qué es lo que está pasando en el mundo verdadero. ¿No tenemos una memoria corta y miserable al confiarlo todo a los dispositivos? ¿Quién recuerda el cumpleaños de su mejor amigo sin revisar las redes sociales? ¿Quién tiene en la mente el número de teléfono de la casa de sus padres sin tener que consultar la sección de contactos del celular? ¿Quién comparte un recuerdo sin mostrar las fotografías que lo evidencian?

¿QUÉ ES LO REAL?

La policía de la memoria es la historia de una mujer de poco menos de 35 años, huérfana, no conocemos su nombre porque ella es la narradora. Es escritora de máquina de escribir (no existen las computadoras) y vive en una pequeña isla donde se produce un misterioso fenómeno; las cosas tienden a desaparecer para siempre. Por «para siempre» me refiero en lo físico y en lo no físico. No desaparecen por su libre albedrío, sino porque la policía, que nunca sabemos quién es, de qué gobierno o con qué fin en específico, anuncia la ausencia de lo venidero. Y así van desapareciendo los pájaros, y luego las rosas, y después la primavera, los isleños quedan atrapados en un gris e interminable invierno. Desaparecen las cajas de música, los perfumes, los dulces y los libros.

Cuando desaparecieron los libros yo sufrí. No es la primera obra donde se hace un atentado contra ellos. ¿Recuerda, usted, querido lector imaginario, Fahrenheit 451 (1953) de Ray Bradbury? Aquí hay una escena similar pero contraria; cada persona, cada familia, tiene que salir de casa «por voluntad propia» con sus libros para llevarlos a la hoguera y ver cómo se convierten en cenizas que lejos están de transformarse en aves fénix.

Un libro es la memoria de la memoria. El pasado del pasado. El futuro vislumbrándose. Es la herencia de la humanidad. La ficción que cuenta la verdad. La posiblidad de imaginar un mundo mejor. Nuestros personajes ya no pueden escribir porque al desaparecer el libro desaparece la escritura y con ello la lectura. Lo mismo con la primavera, se acaba entonces el verano, el otoño queda sólo como un póster en la pared que también debe ser arrancado.

Toda memoria es ayer.

A ciencia cierta ningún habitante de la isla sabe qué es lo que desaparecerá después y por qué. Mientras se preguntan qué sigue, se adaptan y, en esa adaptación, les cae la ausencia que se vuelve olvido. ¿Qué se puede recordar? ¿Cómo hacer que no pasa nada después de lo perdido? Sobrevivir sin lo esencial es el poder que ejerce la policía de la memoria. Una vez que anuncia lo próximo a «no estar», también se pierde del lenguaje. Recuerde que si algo hace a la realidad, es que la nombramos con palabras.

No todo es tan simple como parece, en esa isla hay quienes padecen la enfermedad del recuerdo. La policía los persigue y va tras ellos sin importar si son niños, ancianos o mujeres embarazadas. La protagonista resguarda a su editor, quien no tiene la capacidad de olvidar aunque ella, de a poco, lo va olvidando todo. Hasta la razón por la cuál protege a ese hombre.

MI MEMORIA

Cuando leí esta novela pensé mucho en la memoria y sus diferentes tipos; la memoria colectiva que es la que se encuentra en las estatuas de los parques de todas las ciudades del mundo, la memoria oficial que se haya en los libros de historia, la memoria de protesta que grita en los muros y en las manifestaciones, la memoria familiar que abrazan los abuelos y que luego encontramos por azar en una o dos fotografías antiguas que se hayan en el fondo de un ropero, la memoria académica que son las notas de nuestros cuadernos. ¿A dónde se va la memoria cuando llueve?

A últimos días mi papá no ha estado muy bien de salud. Le diagnosticaron aterosclerosis y ha convulsionado un par de veces. Yo no he visto ese temblor, sólo lo ha visto mi madre. No puedo imaginar la impresión que eso conlleva. Lo que sí he visto es la falla de su mnemosine y cómo de a poco se pierde en sus propios laberintos sin saber si es Teseo, Pablo, o el minotauro. Noto las repeticiones de la misma pregunta que ansía la respuesta por saber si estoy bien cuando ya he contestado más de una vez, escucho esas anécdotas que salen de no se dónde y las cuenta como si fuera la primera vez que las dice. Veo la soledad en los ojos de quien busca ese recuerdo, ese dato que le diga que su vida sigue siendo la misma y sigue siendo suya.

Mi papá en su juventud. Cuando las fotografias no eran parte de la instantaneidad.

Me jacto de que mi memoria es buena. La ejercito constantemente; me gusta leer, juego ajedrez, me encantan las preguntas y buscar sus respuestas, siempre traigo la cabeza con números porque me la paso contando de dos en dos, de tres en tres y repaso con regularidad la tabla del siete. Me gusta memorizar algunos poemas para, alguna vez, declamarlos en voz alta, y sí, practico un idioma muy propio que me permite ver la palabra en español en mi mente y luego, trato de decirla al revés. Llevo tantos años practicando que ya puedo formar oraciones completas. Sin embargo, olvido tomar agua y es hasta que tengo dolor de cabeza que me acuerdo. Olvido comer aunque siento hambre. Peleo constantemente con las llaves cada mañana. Buscar el tiempo vivido es otra gran hazaña para mí porque no me acuerdo de los días ni de los meses. Aún así, me recuerdo como soy. Si yo fuera un personaje de esta novela, quisiera pensar que tendría la enfermedad del recuerdo. Pero quién sabe. Ya lo dijo Gabriel García Márquez:

La vida no es lo que uno vive sino como la recuerda.

MEMORIAS QUE OLVIDAN

Y así fue sucediendo la vida en esa isla, muy parecida a mi país que olvida su historia quizá porque somos muchos, quizá porque todo es rápido y urgente, quizá porque el mañana no espera a mañana, quizá por el desempleo y las indundaciones, quizá porque los políticos nos ayudan a no recordar con sus promesas de campaña, quizá porque nos asusta la muerte y no queremos nombrarla, quizá porque no nos ha tocado ser parte del olvido, quizá porque soy una más, igual que todos, en este enjambre que teje ausencias, quizá porque un país sin recuerdos es mejor que uno que sí los tiene. Mi país si tuviera una memoria despierta se levantaría de su sueño para exigir la justicia que hace tanta falta y ha sido corrompida por siglos.

Un día, la policía de la memoria dijo que, después de desaparecer los sombreros, desaparecerían las piernas y los brazos derechos y así, tullidos, todos los habitantes de la isla, incluídos los perros, aprendieron a caminar con su nueva condición de zurdos. Aprendieron a estar incompletos arrastrando sus extremdidades fantasmas, hasta que, con el tiempo, aprendieron a desaparecer.

SOBRE LA AUTORA

Yoko Ogawa nació en la prefectura de Okayama, Japón, en 1962. Le gusta el bajo perfil y andar sin una gota de maquillaje. Ha ganado una decena de premios importantes y es una de las escritoras más recomendadas por el The New York Times. Ahora que lo recuerdo, se parece a mi vecina Mariana y, ahora que lo recuerdo más, Mariana me debe un libro que le presté hace 10 años.

Una de las pocas fotos de la autora. No es activa en Redes Sociales.

¿Sabía usted, querido lector imaginario, que aquel que pierde la memoria no sabe que la pierde?

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