
Agustina Bazterrica / Narrativa / Alfaguara
230$MXN / 250 págs. / Todas las librerías
¿Cuánto importa el lenguaje, querido lector imaginario? Cuando somos personas de a pie, me refiero a que prestamos nuestra atención a resolver las cosas del día a día, no dedicamos el tiempo para preguntarnos por todo lo demás. Entiéndase todo lo demás como las formas, los sentidos, los objetos con sus paradigmas, por qué las cosas son como son, qué nos hace humanos, qué pasaría si fuera de otra manera lo que damos por común.
No es novedad esa frase que dice que el lenguaje es lo que forma nuestra realidad. Lo que nombramos existe y dota de sentido el espacio que habitamos. Al final, nuestras sociedades son imaginarias ¿no es cierto? El dinero, las leyes, la forma en que estudiamos y los roles que nos asignamos para vender, comprar, dar u ofrecer surgió de la creatividad para sobrevivir apenas fuimos expulsados del paraíso. Una vez afuera, desterrados, empezamos a devorarlo todo de tales formas que forjamos un estómago fuerte, aunque por ahí las farmacéuticas se hicieron millonarias creando medicamentos para aliviar los síntomas de la gastritis, el reflujo y la náusea por sobrecarga alimenticia y simbólica.
Se sabe, aunque el debate siempre está presente, que algunas culturas mesoamericanas, incluso europeas practicaron el canibalismo por diversas motivaciones como ritos religiosos, conflictos bélicos, sentido de poder y ya más para acá, en los tiempos en que nos consideramos civilizados, la antropofagia se ha “permitido” en situaciones extremas de hambruna como los sobrevivientes de los Andes que, mientras la ayuda llegaba o bien, ideaban un plan para salir de las frías montañas, se vieron obligados a comer los cuerpos de los pasajeros que murieron en el accidente aéreo.
Serpientes, tiburones, arañas y algunos mamíferos como leopardos, leones, jaguares, hámsteres y hasta perritos de la pradera son algunas especies que practican el canibalismo por cuestiones filiales, sexuales, jerárquicas y de competencia. ¿Nosotros, que nos decimos la especie de inteligencia superior, los dominators por excelencia de toda la flora y la fauna conocida, por qué lo haríamos si inventamos los símbolos para relacionarnos y desrelacionarnos?
SOMOS CARNE
Semióticamente nos hemos comido los unos a los otros desde que somos homo sapiens hace ya unos 300 mil años. Gracias al lenguaje y sus deslizamientos, el canibalismo forma parte de nuestra nutrición figurativa. “Me lo comería a besos”; “Me comieron los nervios”; “Me comió el tiempo”; “Pero si se la comía con la mirada” y algunos dichos más que por ahora no recuerdo. Si por ahí a usted se le vienen a la mente otras frases sobre este simbolismo antropofágico, por favor comparta, querido lector imaginario.

Pero no todo queda en el acto simbólico de las palabras, el canibalismo es un habitante asiduo de los mitos y el pintor español Francisco de Goya lo hizo notar con su obra Saturno devorando a su hijo realizada entre 1819 y 1823. Y es que el acto de comer, devorar, trozar, morder, tragar y masticar es parte de la condición humana. No olvidemos que somos hijos de un planeta voraz que se come a sí mismo segundo a segundo; vivimos en un ciclo de vida y muerte hasta que seamos tragados por una galaxia más grande o bien, el Sol se apague y salgamos disparados sin dirección alguna ante la pérdida de nuestra órbita terrestre.
En los tiempos antes del tiempo, cuando el todo era nada y viceversa, existieron un puñado de dioses que se hacían llamar titanes. Esas criaturas habitaron el mundo que aún no tenía forma ni gracia. Gaya y Cronos si bien eran hermanos, luego se hicieron esposos y así, se convirtieron en padres. Gaya empezó a parir hijo tras hijo, pero Cronos se los comía apenas nacían pues un oráculo -salido de no sé dónde- le advirtió que uno de esos críos le arrebataría su lugar de CEO en la empresa familiar.
Gaya, madre al fin, protegió al más pequeño de esa camada. Lo escondió entre sus ropas y a cambio le dio a su hambriento esposo una piedra envuelta en pañales. ¿Qué pasó? Que con los años de un calendario que no tenía fechas comprensibles para nosotros, los mortales, apareció Zeus para derrotar a su padre que lo seguía devorando todo. Lo mató y, cuando su cuerpo yacía desangrado frente a él, le abrió las entrañas para rescatar a sus hermanos, de ahí surgieron los dioses de Olimpo.
Francisco de Goya, quien estaba harto del romanticismo y las buenas maneras, después de decirle a la maja desnuda que se vistiera, se puso a pintar este acto que le llevó casi cuatro años, pues aún tenía que cumplir con los cuadritos de bodegones y naturaleza muerta que le pedía la reina para sus damas de la corte. El español representó en esa obra -que asustó a más de uno por la crudeza explícita- que el tiempo es el gran devorador, incluso devora lo que él mismo crea. ¿El tiempo es carne? El tiempo tiene dientes.

Mi abuela se enojaba conmigo porque gustaba de la carne cruda, me corría de la cocina en cuanto me veía pellizcando por aquí o por allá. De joven no podía contenerme, algo se activaba en mí que nunca pude explicar con palabras. Ahora soy más “humana”, me encuentro en abstinencia desde hace siglos. Sólo queda como un lejano recuerdo el sabor del hierro de un músculo recién cortado, la pequeña tira de piel que se arranca de ese alguien a quien se amó sobrenaturalmente para devorarlo de a tantito y con cuidado. Me olvidé de cortarle las uñas con los dientes a mi madre para sentir su corteza nacarada, adiós a disolver en mi lengua las costras saladas de mi hermana Paulina que siempre llegaba con las rodillas ensangrentadas porque, nuevamente, se había caído de la bicicleta. Ya no más sentir los olores de los cuerpos que uno está por devorarse, pero aún mi memoria olfativa los conserva como tesoros.
Y así, pidiendo verduritas al vapor y espagueti blanco, es que me encontré con esta novelita de Agustina Bazterrica. Es ciencia ficción, ciencia ficción de la buena, ciencia ficción latinoamericana. El tema me atrapó al instante. Desde qué perspectiva, me pregunté, se abordará aquí el canibalismo. Ya lo había hecho Rosa Montero con La hija del caníbal (1997), novelita divertida y en ocasiones dolorosa que habla sobre el amor y la lealtad, pero faltaba más y lo encontré.
EL GÉNERO CANÍBAL
Uno de los caníbales más famosos es el personaje ficticio Anibal Lecter cuya participación breve en la novela El silencio de los inocentes (1988) de Thomas Harris fue tan cautivadora en el cine que se le dio todo un estelar en El dragón rojo (1981). Por ahí otras propuestas literarias son La guía caníbal (2015) de Antonio Cascos, Hermano (2000) de Anna Ahlbon, Presa suculenta (2008) de Wrath James White y Una cierta hambre (2020) de Chelsea G. Summers.
Algo sucede con todas estas narrativas. Son consideradas del género de terror con una combinación de sátira que, a su vez, tiene una combinación de tocar el tabú que, a su vez, tiene una combinación de analogía. El canibalismo es tratado como un puente metafórico para mostrar al ser humano en situaciones extremas de enfermedad, violencia, hambre, deseo o injusticia. ¿Me pregunto si los vampiros cuentan como caníbales al beber sangre humana?

CADÁVER EXQUISITO
En mayo del 2025 llegó a las librerías la más reciente novela de Agustina Bazterrica. Se llama Cadáver Exquisito, ganadora del premio Clarín en Argentina. Luego luego Penguin Random House a través de Alfaguara sacó cientos de ejemplares para su venta y distribución. Queda decir que Penguin es una gran devoradora de editoriales nacionales, pero ese, ya es otro tema.
Este best seller es más que un best seller. Es una obra mayor cuya acción transcurre en una atmósfera densa e hipnótica en la que desde el primer momento uno, como lector, queda atrapado. ¿De qué va? Un virus letal que ataca a los animales modifica de manera irreversible el mundo: desde las fieras hasta las mascotas deben ser sistemáticamente sacrificadas, por lo que su carne ya no puede ser consumida. Los gobiernos de todos los países enfrentan la situación con una decisión bastante drástica: legalizar la cría, reproducción, matanza y procesamiento de carne humana.
El canibalismo se hace ley, está regulado. Ellos y nosotros. Nosotros o ellos. ¿Dónde está la diferencia? La sociedad se acomoda entre los que comen y los que son comidos. Marcos Trejo, nuestro protagonista, es un oscuro burócrata que un día recibe como regalo a una mujer criada para el consumo. Aquí entran las tentaciones, las revelaciones de conciencia, la duda sobre si las normas y lo que elige la mayoría está bien éticamente visibilizando la capacidad que tenemos los seres humanos para reacomodar el mundo a nuestra conveniencia, aunque seamos nosotros mismos quienes paguemos el precio.
EL VERBO HECHO CARNE
¿Se acuerda que mencioné que el paradigma del lenguaje es que entendamos la realidad y la dotemos de sentido? Aquí la autora nos deja claro que las palabras importan, a tal grado que nos permiten deshumanizar a aquel que es igualito a nosotros, pero como el lenguaje es poderoso, hay quienes son más humanos y quienes no lo son a causa de una delgada línea imaginaria que marca toda la diferencia entre ser y no ser. Se le quita la condición humana a ese cuerpo para etiquetarlo como cabeza y ya está, ya es un producto listo para su consumo en partes.
La obra es fría todo el tiempo. Uno no descansa del maltrato y del silencio. Explica a detalle cómo se cría una cabeza mientras la vida cotidiana sigue con su publicidad de flores plásticas de colores artificiales. Muestra lo que no queremos ver; el cómo se les extirpan las cuerdas vocales para negarles la palabra; su humanidad. Después, ya hechos menos que animales, el proceso sigue y se muestra. Se muestra todo, hasta el aturdimiento y el empaque.
Esta despiadada distopía cuestiona lo incómodo, lo que no queremos poner sobre la mesa y decimos que no alcanza el tiempo debido a que hay que trabajar más de ocho horas, transportarse cuatro, cenar en una, dejar el amor para después, ver el resumen de las noticias y dormir para empezar de nuevo. No, no hay tiempo para preguntarse qué pasa con la crueldad animal, qué es eso de la muerte sistematizada, por qué mi vida sí y las de las otras especies no. ¿Hasta dónde soy cazador y no presa? ¿Si la vida que conocemos se transformara, en que parte de la balanza quedaría mi destino? ¿La carne humana como alimento es una realidad? ¿Llegaríamos a comernos a nosotros mismos si los recursos naturales se terminaran? ¿Cuánto tardaríamos en normalizarlo e ignorarlo para poderlo soportar?
Aquí no hay erotismo ni terror, hay consumo y prisa para producir más consumo. Nunca el consumo fue tan fácil y tan bonito como ahora. Pasamos de comernos a besos, a comernos las narices en hierbas perfumadas para no oler la basura podrida que se desborda en las esquinas; las orejas en salsa de ciruela para no escuchar el llanto de los más débiles que exigen justicia, justicia que los ignora porque no pueden costearla. Qué tal unos dedos rellenos de queso para no tocar el dolor de esos que sólo saben trabajar con sus manos, o una lengua entomatada para no alzar la voz, pues se ha perdido la capacidad de saber qué está bien y qué está mal en una sociedad cada vez más histérica. Para terminar, por qué no degustar unos ojos verdes, negros o marrones bañados en aceite de oliva para hacernos los ciegos. Ciegos que beben mojitos de frutos rojos.
Cecilia se sobresalta con el golpe y lo mira sin entender. Le grita: -¡¿Por qué!? Podría habernos dado más hijos. Mientras tanto, él arrastra el cuerpo de la hembra al galpón para faenarlo. Se detiene un momento y le contesta con una voz radiante, tan blanca que lastima: -Tenía la mirada humana del animal domesticado.

Me gustó leerte 🙂
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😉
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Iré al super cazar un Mamut, o un gansito. Me parece que ya no hacen Mamuts. Si de canibalismo se trata, a los negritos le han cambiado el nombre por corrección política, así que habrá que conformarse con comer rancheritos.
Este libro es de los que me llamaron la atención por la portada, es irremediable que remita a Batman o algo similar. No lo tengo, luego de leer el proemio, imagino que lo tendré.
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¿Batman? No lo sé… Bueno, sí sé por qué remite a Batman, pero no sé si coincido. Ojalá tenga oportunidad de leer Cadáver exquisito, aunque también sé que uno como lector anda luego en ciertos temas, con ciertos autores y que llegue de repente una recomendación se vuelve invasivo y ya suficiente tenemos con la gentrificación en todas las cosas.
En efecto, los mamuts desaparecieron hace ya algunos ayeres, los gansitos perviven, pero ahora me parece que tienen más azúcar y no soy fan de los postres muy dulces. Rancheritos por negritos, pues no suena mal. Aunque hay que apurarse a comerlos, porque seguramente no tardarán en cambiarles el nombre. No dudo que de repente también nos quiten los panditas.
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Llegué a ese libro mientras buscaba la historia del cadáver exquisito, -el ejercicio literario- y que luego apliqué con mis pupilos. El libro ahí lo tengo, ocupando algunos kilobytes en el Kindle y en espera de leerlo. Saludos.
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