Trece latas de atún

Amandititita / Narrativa / DEBOLS!LLO

179$MXN / 205 págs. / Todas las librerías


Mientras esperaba a una amiga en un Sanborns para echarnos un cafecito y ponernos al día sobre nuestras vidas, me encontré en la sección de libros Trece latas de atún (2015) de nada más y nada menos que de Amandititita, ¿sabe de quién le hablo, querido lector imaginario?

Ahí estaba el vademécum amarillo, al lado de algunos libros de política, agendas fiscales desfasadas y uno que otro de desarrollo personal. Me pregunté qué hacía en ese espacio tan misceláneo, pero no me importó, fue suficiente con ver la portada para echarle el primer ojo.

Lo primero que noté fue la imagen; una mujercita de fleco cuadrado con vestido negro salía de una lata de atún. Me gustaron los colores y el diseño en general. Al darle la vuelta, me encontré con la contraportada de Guillermo Fadanelli quien dice que lo que se hallará en dichas páginas son un conjunto de relatos biográficos, ficciones y trazos literarios que no necesitan la definición del género. Además de una advertencia en fuerte tono naranja de la propia autora que dicta:

En mis cuentos no hay amor ni finales felices.

ESPÉRAME TANTITO, MR. VÉRTIGO

Sin importar a donde vaya, siempre llevo conmigo un libro. Verónica, quien fuera mi psicoanalista hace algunos ayeres y cuyo nombre no podría ser más coincidente, pues significa Espejo de la verdad, me dijo que llevar un libro en mi bolso era una forma de protegerme del mundo, conducta incluso “típica” de las personas dentro de espectro. Hay quienes llevan peluches, otros un juego de video o sus audífonos gigantes no porque escuchen música, sino para apartarse del mundanal ruido. Acá entre nos, le cuento que cuando era adolescente incluso traía enciclopedias y no iba precisamente a la escuela, ahora más adulta, más consciente y mucho más segura de mí misma traigo un libro pequeño, de bolsillo, así vaya sólo al mercado.

Una de mis enciclopedias favoritas al día de hoy. Me acompañó incluso a entrevistas de trabajo.

En fin…. Esta cosa mía de apartarme del tema principal. Decía que en mi bolso traía al mismísimo Paul Auster. Así es, estaba leyendo Mr. Vértigo. Quería enterarme de cómo Walt aprendió a volar y si era cierto que su maestro, que no sabía vencer la gravedad, podría enseñarle a hacerlo. Peeero, tuve que suspender. Paré un ratito la lectura de ese astro de las letras para concentrarme en Amanda Lalena Escalante.

Algo que llamó mi atención al hojear el libro fue la brevedad. Me gusta la brevedad en la literatura. Es maravilloso cómo en poquitas palabras se puede decir mucho. Hay que ser un apasionado del discurso para decirlo en poquito, porque en las historias de lo poquito lo que no se dice también está, pero no con palabras, con sensaciones, deducciones, conexiones e imaginierías que son trabajadas por el tejedor de ficciones.

Así que al ver esos textos breves que hablaban sobre pájaros, naranjas, Ciudad de México, azoteas, teléfonos públicos, la madre, la existencia, la fama que no conozco y la soledad, no pude más que decir: -Sí, pagaré con tarjeta de crédito.

Le comparto aquí una hermosa brevedad que se encuentra en la página 88:

Cae la noche sobre el aeropuerto. El aeropuerto es un árbol de pájaros.

AL LLEGAR A CASA

¿Será que debo este hallazgo a la lluvia? No soy de creer en las conspiraciones del Universo para que me pasen o me despasen cosas, la única razón posible para este hallazgo es que el mundo es demasiado chico y demasiado humano, lo que sí, es que gracias a la densa e imparable lluvia fue que Karla y yo decidimos no llegar al café pactado y encontrarnos en un punto medio para ambas donde, sin siquiera imaginarlo, se dio este otro encuentro.

Ya en mi hogar, Luis vio que traía en las manos Trece latas de atún y se le fueron los ojos. Le dije que Karla me lo había regalado, no quería hacerle ver que mi promesa de no comprar más libros había perecido. Le platiqué un poco sobre el tesoro descubierto. Me escuchó con atención y me preguntó si se lo prestaba mientras yo terminaba de leer el del señor Auster. Abrió más los ojos cuando le dije que empezaría ya mismo la nueva lectura aprovechando que estoy de vacaciones, por no decir que me encuentro en actual desempleo temporal.

Lo terminé en menos de una semana. Ha sido una lectura ligera y profunda y sincera. Nunca pensé sentirme tan identificada con una diosa de la anarcumbia. Es interesante leer a una fémina de mi generación que transita por los mismos lugares, que ha trabajado en las áreas creativas y que busca expresar su sentir y su mirar en las palabras bajo una combinación de verdad y de ficción.

A últimas fechas me he dado cuenta de que el lenguaje verbal, que es maravilloso y lo amo con todo mi ser, sí es reducido para todo lo que le sucede al alma humana, pero es lo más cercano que tenemos para compartirlo con alguien más. Lo cuento porque hace unos renglones dije la palabra “verdad” y para mí, es algo que nunca podrá mostrarse.

YO TAMBIÉN SOY UN PÁJARO

El libro se compone de dos apartados; DF y San Francisco. Son aproximadamente 85 textos que van desde cuentos y reflexiones hasta llegar a lo que parecen ser pequeñas confesiones. Hay figuras muy hermosas que juegan con lo poético, hasta diálogos cotidianos que, bien puestos en su lugar, se convierten en argumentos que permiten darle sostenibilidad a la pieza narrativa. Una como lectora alcanza a vislumbrar una sala de estar sucia e invadida por botellas vacías de alcohol, hasta un cielo acompañado de nubes rosáceas.

En tu caminar se tropieza la historia, paloma de pan.

Donde más sentí que Amanditita y yo teníamos cositas en común fue cuando leí sobre las aves y su mundo de nidos. Yo soy de aquí me dije, y seguí leyendo en la azotea; mi segundo hogar, donde me echo un cafecito con las palomas cada que tengo oportunidad de ir a visitarlas. Es por eso que me pregunto si las casualidades existen, porque yo, que se supone que ando muy enterada de las propuestas literarias que salen a tajo y destajo, desconocía de la existencia de este libro y, sí, lo tengo que decir, querido lector imaginario, de haberlo sabido, muy seguramente no le hubiera prestado atención creyendo que Amandititita no escribe, sino que le escriben. Me alegra haberme equivocado.

Si algo me causa ternura de las palomas es su torpeza, todavía de que construyen nidos bien parcos, se les ocurre aparearse en el mes más lluvioso del verano; en julio. Eso hace que su vida sea más difícil de lo que ya es. ¿Por qué digo todo esto? Porque justo en este mes de aves caídas, es que descubrí que alguien más escribe sobre pájaros rotos.

En mis salidas a la tienda, al pasear con Uma o el ir a yoga, me he encontrado palomas vulnerables, por no decir tristes apenas sostenidas en las esquinas de los edificios en espera de lo peor. Las he recogido. Aunque no he logrado salvar a ninguna sigo intentando, ya sabe, cosas que hacen los corazones zurdos.

Tanto ha sido mi sentimiento hacia ellas, que en una clase de yoga -sí, estoy aprendiendo a meditar para calmar los ruidos de mi mente- me conecté tanto con esa vida que no pude proteger, que lloré y lloré y seguí llorando mientras hacía la postura de la guirnalda, la montaña, la diosa, el perro boca abajo, pero de plano me convertí en mar cuando el profesor dijo, ahora hagan la postura del niño feliz. Imposible ser feliz cuando eres testigo de cómo un ave cierra sus párpados para no abrirlos nunca más.

Después de llorar mucho, es que me atreví a salir un ratito a platicar con mi amiga Karla. Nos conocemos desde la preparatoria. Ella es muy práctica y yo necesitaba eso, practicidad. Y ahí encontré, en esa espera, este libro que me ayudó más de lo que yo misma pensaba.

LA AUTORA

Amanda Lalena Escalante Pimentel (Tampico, Tamaulipas, 3 de agosto de 1979), conocida como Amandititita, es una cantante, compositora y escritora mexicana.

Nunca había leído a una persona que compartiera doble figura pública; cantante y escritora. Individua crítica, sensible, inteligente, rebelde, difícil y contrastante. Hija de un grande de la música en español; Rodrigo González Guzmán, promotor del movimiento rupestre y bien llamado el sacerdote del rock. Si bien Amanda es conocida como Amandititita y famosa por sus canciones “La muy muy”, “Metrosexualentre otros éxitos, desde antes de la música se ha sentido abrazada por la literatura. En 2015 salió ésta, su primera publicación, y hay dos más en el camino; El propósito de la oscuridad (2024) y Un día contaré esta historia (2025).

Me quedo muy satisfecha con Trece latas de atún, ¿por qué cree que se llame así, querido lector imaginario? Debo regresar a la lectura del señor Vértigo para ver cómo le hace Walt para volar como pájaro y despegarse de la tierra que, aún triste, hace florecer a las semillas guardadas en su interior.

Y hablando de aves y brevedades, aquí este minicuento mío que, también, podría ser un aforismo.

3 comentarios sobre “Trece latas de atún

  1. La promesa de no comprar más libros es bárbara hasta el punto de considerarse medieval. Se entiende que uno no comerá más grasas porque se le tapan las arterías, que dejará de fumar porque evidentemente es pagar por oler mal, asfixiarse, acumular carbón en los pulmones y aumentar las posibilidades de cáncer. ¿Pero prometer no comprar más libros? ¿Por qué una amante de los libros prometería eso? No le creo nada. Y me alegra que sea así. Me pregunto si hace usted un proemio de cada libro que lee. Mi suposición es que no. Volviendo al tema de la promesa autoinfligida, ¿qué haríamos si se le acaban los libros? ¿No más proemios? ¿Caput? Entiendo que uno debe moderarse. La verdad me he puesto en paz con eso, sé que no leeré todos los libros que tengo, y sigo comprando más porque además sé que no se leen en orden de compra, sino como se necesitan, según el momento, según el color de la portada, del título, de querer encontrar algo.
    Concuerdo con la cuestión de la verdad. Por sí misma es indemostrable porque es subjetiva. La realidad es comprobable, la verdad no. Eso no hace que la verdad sea menos efectiva en lo que ocurre a nuestro alrededor. Si hiciéramos un análisis llegaríamos a la conclusión de que vivimos en gran medida a partir de verdades, no de la realidad. Pasado cierto umbral la verdad se convierte en mentira, decimos que nos gusta vivir engañados, autoengañados si queremos ser más enfáticos en que la verdad viene de dentro, no de fuera. Es verdad que el párroco puede absolver, es verdad que alguien nos quiere cuando lo dice, es verdad que las agujas dan miedo, es verdad que regar las plantas a las 12 del día bajo el sol las mata porque el agua hierve y quema las raíces. Para alguien todo esto es cierto porque es verdad. Para ser real, tendríamos que comprobarlo. Hay una distancia, o dos.
    Me agrada que haya un proemio de este libro. Ya había escuchado de él en Youtube, no literario, sino musical, una cosa que hablaba justo de Rockdrigo González y que luego deriva en Amandititita. Yo no sabía que era su hija y aunque su género no es lo mío, la había escuchado en algún momento. No sé si compraría el libro, quizás por curiosidad porque insisto que su sitio es un gran promotor de la lectura. Si yo fuera una casa editorial ya le habría puesto unos libros al alcance o le habría hecho alguna propuesta de algún tipo.
    Hace unas semanas encontré en el estacionamiento un pájaro joven, no sé de edades de pájaro, lo que sí sé es que estaba dejando de ser polluelo. Tenía en la cabeza plumillas parecidas a pelusa que le daban un aspecto cómico antes de percibir el miedo en sus ojillos porque no podía volar. No estaba lastimado, era solo que no podía volar. Su madre pájara y su padre pájaro revoloteaban por ahí haciendo ruidos de ave, bajando en picada de pronto tratando de sujetarlo entre las garras, o eso se me figuraba. Lo único que hacían era elevarlo un poco para luego verlo caer de nuevo. Al menos los mamíferos tienen dientes para sujetar a su crías del cuero, las aves no. Así pasaron tres días. Por las mañanas me asomaba a ver por dónde andaba. El polluelo eligió unas macetas feas para, según él, ocultarse. Estaba quieto, sobre la tierra de la maceta, al pie de un rosal, esperando crecer, aprender a volar. A esas alturas ya debía haber advertido que el rescate de sus padres era imposible. Volver al nido era algo que no sucedería. El agua que le puse no la bebía él, sino el calor. El pan se lo comían las hormigas u otros pájaros. Insectos ni de chiste porque además, cada que me acercaba el polluelo huía a otro sitio asustado y sus padres me gritaban improperios desde algún lado de las azoteas. Al cuarto día ya no lo vi. Era improbable que aprendiera a volar, o mejor dicho, que pudiera hacerlo. Pensándolo bien, era más polluelo que ave. Al quinto día recorrí el estacionamiento completo, con ánimo optimista, para encontrarme pequeñas plumas regadas entre el pasto malcrecido de una jardinera. Pensé que quizás sería por el intento salvaje de sus progenitores de subirlo al nido, hasta que vi las patitas entre el plumerío y la tierra. Diminutas hormigas ya estaban sobre ellas. Así que concuerdo, la naturaleza es brutal con las aves.
    Creo que las aves, igual que los peces domesticados, son los depositarios de los primeros ensayos de compasión humana, me refiero a encontrarlos desvalidos cuando están heridos, o la sorpresa de verlos muertos, caídos del nido luego de un vendaval. Hay algo distinto, una empatía silvestre, distinta a la de ver una mascota lastimada que sabemos que queremos. Aquí es distinto, no tenemos por qué quererles y aún así, hay algo conmovedor en ello. Aunque a las aves no les importe.
    ¿Por qué se llamará «Trece latas de atún»? Jmmm suponiendo que no tenga un gato, supondría que tiene que ver con los momentos bajos, como cuando uno llega arañando la quincena y no hay salidas al restaurante o al mercado a comprar comida. Una lata de atún hace la magia, debe bastar. Si se puede con un poco de mayonesa.
    Deseo la práctica de yoga haga su magia. Como siempre, un gusto cada que aparece un proemio. Estaré atento al de Auster.

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  2. Uno promete tantas cosas. De lo que sí, de las cosas que más prometo y no cumplo es ésta; la de los libros. De lo otro, trato de cumplir lo que prometo siempre y cuando la memoria no me falle, aunque lo que me termina fallando es la intención. He prometido visitar más a mi padres (no lo he hecho). He prometido ser más disciplinada con la escritura (no lo he hecho). He prometido darle un masaje a mis pies para provocarme el descanso (no lo he hecho). He prometido beber menos café (no lo he hecho porque tampoco es que sea una extréntica de dicha bebida). Me gustaría cumplirme algunas de estas promesas. Aunque parece que para lo que soy buena es para no cumplir; no cumplo y compro más libros. No cumplo y termino escribiendo siempre al punto de la hora que tengo que salir. No cumplo con los masajes porque me ha vencido el sueño. En fin… prometo hacer algo al respecto.

    Concuerdo con lo que comenta sobre la verdad. Es tan lejana. Es como un astro, o una galaxia, se ve, se intuye, pero está a años luz de ser revelada tal cual es. Vive en otra dimensión, pero existe. Aunque nuestra realidad, como en todo, la altera. Hay verdades inmediatas y verdades a mediano y largo plazo… según nos ha «enseñado» la historia.

    Confieso que no soy fan de la música de Amandititita, me parece divertida sí, pero en general no es parte de mi playlist. Sin embargo, la propuesta me parece interesante.

    Así que usted también tuvo su historia con un pichón. Qué le puedo decir. Lamento mucho que la pobrecilla ave no lo haya logrado. Queda como consuelo que no consuela decir que así es la naturaleza. A veces creo que lo que hay entre la vida y la muerte es mera sobrevivencia. En eso andamos todos.

    Buscando unas cositas literarias me fui directo al libro de Crónicas Marcianas de Ray Bradbury a quien me hubiera encantado conocer en persona. Y bueno, me encontré con una frase que bien hice en subrayar para estos momentos que andamos hablando de pájaros: El animal no discute la vida y, en ese no discutir, vive y muere.

    En efecto, Trece latas de atún es por la precariedad, por la magia que puede lograr tener en la despensa una latita en agua o en aceite. No me encanta el atún, pero nunca falta por si las dudas, por si las prisas, por si las desganas de preparar algo más complejo.

    Gusto en saludarlo y gusto en leerlo.

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