La residencia

Julieta Arévalo / Narrativa / Werstories

220 MXN$ / 91 págs. / Todas las librerías


En un cafecito en medio de la colonia Juárez, Julieta y yo quedamos de vernos el miércoles 13 de agosto. El punto de encuentro fue en el Gaby´s, un lugar de esos que parece que no tienen tiempo, que bien podría usted estar en la década de los sesenta, como en los ochenta o en pleno siglo XXI, como fue nuestro caso.

La intención de la reunión fue llevar a cabo el acto maravilloso que se da entre un escritor y un lector; entregar y recibir un libro. Ella llegó primero por unos pocos minutos, andaba yo un poquito perdida entre las calles de Nápoles y Hamburgo pese a que es una colonia que conozco. Pero ya sabe, querido lector imaginario, las izquierdas y las derechas no se hicieron para mí y me extravío con una facilidad que me pone de malas. A final, lo logré. Salí unos minutos extra antes de clase justo previniendo que daría vuelta en la esquina incorrecta.

Allí estaba ella. Había elegido una mesa en el exterior. Se le veía bien. Bella como siempre, haciendo compás con el paisaje. Si tuviera que describirla, me parece que Julieta es una mexicana que podría hacerse pasar por una ciudadana de cualquier parte de las europas con su tono de piel trigueño, cabello castaño corto y revuelto, nariz recta, ojos brillantes bien cuidados detrás de unas vitrinas con aumento y sonrisa juguetona. Julieta pidió un cappuccino. Yo, una refrescante agua de sandía debido a tener toda una mañana de puro hablar y hablar de las cosas que se suponen se tienen que aprender. Necesitaba ese sabor rojizo dulce que provee la fruta de dientes negros porque mi rol como “miss” aún no terminaba, debía regresar a la siguiente sesión un par de horas más tarde.

Su trabajo narrativo ha aparecido en revistas impresas y digitales, así como en antologías. Su cuento «Paraíso» fue adaptado a la pantalla grande.

EL PRINCIPIO LEJANO AL QUE LLAMAMOS AYER

Julieta y yo tenemos poco más, poco menos, de 10 años de conocernos. No hablamos mucho, no nos frecuentamos, pero hay admiración, por lo menos de mi parte al saber que es una hija de las letras cuentísticas. Nos unió un proyecto en común que tenía que ver con guiones de astronomía y física y, si bien nunca supimos qué pasó con ese proyecto para el que fuimos contratadas como redactoras, nos mantuvimos en contacto a través de las redes sociales. Ahí me enteré de la adopción de su gato negro Tomás, de que su madre es una gran tejedora y alguna vez dio clases de tejido, estuve tantas veces con ganas de apuntarme para aprender hacer nudos que se convierten en ropa. Por las fotos compartidas en Instagram, sé que a Julieta le gusta andar por los senderos con sus amigos más queridos, usa la bicicleta para moverse por aquí y por allá y regala pequeños textitos sobre sus experiencias de la vida cotidiana que gozan de belleza y humor.

Acá entre nos, en mis ficciones más profundas, tenía la idea de que Julieta y mi mejor amigo Rafael Carballo pudieran ser el uno para el otro. Ninguno se conoce, yo los conozco a los dos, les he hablado un poco del otro ante esa rara intuición que me dice que podrían ser, pero lo cierto es que nunca será.

LA IMPLACABILIDAD DEL TIEMPO

Mi amigo Carballo. Poeta y escritor fantástico de quien siempre aprendo. Sarcástico elegante y ermitaño crónico.

Diez años teníamos Julieta y yo de no vernos frente a frente. Diez años recorriendo las mismas calles, haciendo alto en los mismos semáforos y lejos, muy lejos, de siquiera coincidir pese a tener los mismos días. Diez años de ires y venires, de horizontes que se fueron para no retornar jamás. Diez años de ganar y de perder en esto de la existencia. Diez años de amores y desamores de los que no nos enteramos por andar organizando los roperos. Diez años de espantos y sospechas. Diez años de dudas y otros diez de certezas. Diez años como decenas de huevos que nunca serán pollitos. Diez años, diez dedos, diez flores, diez pensamientos, diez pesos encontrados en la banqueta mojada, diez pesos perdidos en el bolsillo de en medio. Diez horas, diez libros, diez multas por no pagar impuestos. Diez años de beber diez remedios naturales para atacar la gripe, el dolor de rodilla, para calmar la sangre que sale del útero felizmente vacío. ¿Cuándo llegará la última menstruación? Diez más diez cuánto es. ¿Qué significa? ¿A dónde se va el tiempo a descansar después de tanto andar huyendo? Diez años desde el 2015 al 2025. Diez es hoy, ¿o fue ayer? Diez años es un montón de concreto, de gente que recién nace y ocupa cunas, de carreras caducadas por la aparición maliciosa de la inteligencia artificial. Diez años de perder la cuenta de los trabajos en oficinas aburridas, de vidas que ya no son vida y transitan al más allá por las puertas estelares. Diez años de esperar -como Penélope- frente a un mar revuelto de peces, de acantilados azules y de odiseos que se quedaron escuchando a las sirenas. Diez años reflejándose una en los cristales. ¿Qué ha pasado allá, Julieta, del otro lado del espejo?

LA TERCERA EDAD

Ahí estábamos las dos, dos mujeres de mediana edad hablando del tiempo, de la vejez, de ser mujer mayor, de ser mujer mayor y no ser madre. De ser mujer mayor y no ser madre y usar lentes. De ser mujer mayor y no ser madre y usar lentes y no tener donde caerse muerta. Ya lo decía Benedetti:

Sigue uno en pie por costumbre / por coraje / o por no tener dónde caerse muerto.

¿Dónde puede uno morirse? ¿Dónde puede uno esperar la muerte? No es lo mismo la vejez para los hombres que para las mujeres y no, no quiero entrar en temas de género o ponerme feminista radical y decir que hasta en eso los hombres también tienen privilegios. Sólo creo que como mujer –recién entiendo lo que eso significa- la muerte nos llega desde otro lado, con más años, con más soledades, con menos calma. Y luego, la vejez de ahora, o por lo menos la vejez que empiezo a conocer donde una no tiene hijos, ni nietos, apenas un sobrino que florece lento. Pero no todo es desacierto, ¿verdad?

En lo personal no le tengo miedo a la vejez y a la muerte (vaya dupla). A veces creo que seré la última en morir y aunque me aterra la soledad de encontrarme huérfana en el mundo, prefiero morir al último, no porque quiera más vida, sino para que mis hermanas no se queden solas en un sistema que cambia tanto que asusta. Complejo de hermana mayor; pienso en ellas todo el tiempo aunque no tenga la oportunidad de verlas lo suficiente.

La residencia, el bonito libro de portada azul de Julieta habla de eso; de mujeres mayores que por causas ajenas y propias deciden irse a vivir a un asilo. Uff, que horrible palabra. No, no se van a un asilo, sino a una casa de asistencia, un lugar muy diferente al abandono. Aunque, pensándolo bien, el abandono no tiene lugar para quedarse, se da, se da por aquellos que no miran, que no llaman, que no visitan, pero se puebla de otras viejas igual que uno, con historias similares y otras tan opuestas que no queda más que fascinarse por la diversidad de formas que existen para vivir la vida.

La novelita sucede entre 12 ancianas con historias únicas. Lo que las une, es que todas son viudas. Ellos se adelantaron por mucho. Ahí están Martha, Concha, Magdalena, Matilde, Doris, Agnes, María Angélica, Blanquita, Cata, Yola, Clara, Miriam y una de las cuidadoras de quien también descubrimos un poco de su vida; La Vicky.

Estas 12 mujeres llegaron con sus vidas individuales. Vidas últimas que entregan a esa casa con jardín cómodo y comedor compartido, donde de a poco va surgiendo la vida colectiva, otra sociedad, otras reglas, otras maneras de experimentar la felicidad y sí, aún en las últimas estancias de la existencia, aún queda espacio para la esperanza si se siente uno acompañado.

Nosotras. Siempre nosotras; Las hermanas Limón. Violeta, Melissa y Pau.

NUEVOS TEMAS

Me gusta y celebro que Julieta haya escrito sobre la vejez, en particular, sobre mujeres viejas. Julieta me dijo que la inspiración fue su madre quien, al percatarse de que sus huesos ya no resistían, vendió su casa y con eso se pagó y se paga su residencia, donde recibe alimentos, cuidados acorde a sus necesidades, posee una habitación propia para seguir tejiendo y recibiendo visitas de sus seres queridos.

He leído por ahí que la generación de los millennials para adelante, que tiene menos hijos a ninguno, pertenecientes de familias no tradicionales, han generado comunidades que nada tiene que ver con la sangre. La idea me parece genial. Le explico cómo anda el asunto, querido lector imaginario: Usted habla con sus amigos contemporáneos sobre compartir los años que quedan, todos saben que llegarán a una cierta edad, por tanto, se juntan los recursos que cada uno puede aportar y se van a vivir juntos, algo así como una comuna, donde cada quien tiene su espacio para darle paso a su soledad e intimidad personal, pero también hay espacios colectivos, una buena despensa, un buen cajón de medicamentos y, lo más importante, compañía y atención de los habitantes. Se cooperan para costear asistentes que les apoye.

Tan solo en este 2025, en México hay 17 millones de personas adultas mayores, lo que representa el 13% de la población total. Según la CONAPO (Consejo Nacional de Población), se estima que para el 2050 la población adulta mayor ocupará casi una cuarta parte de los habitantes del país, o sea, que de cada 100 personas, 23 tendrán más de 60 años de edad.

Todo está cambiando y, con ello, la forma de entender y enfrentar ese último tramo de la vida. Ya veremos qué nos toca y con quién. Mientras tanto a cuidarse, a hacer ejercicio, a comer bien, a no desvelarse, a tomar vitaminas, a hacerse revisiones médicas constantes, a apurarse a no llegar débil, sino lo más fuerte y hermoso que se pueda a esa etapa que a mí me causa mucha curiosidad, aunque sí, lo admito, quisiera retrasarla lo más posible.

Como despedida le cuento que, en mis clases de yoga, donde vamos principalmente mujeres de entre los 34 y 45 años, hay una en particular que me causa admiración; se llama Laura y tiene 71 años. Tiene una flexibilidad envidiable, es constante y hace bien casi todas las posturas. Antes de llegar a clase, sale a trotar por treinta minutos para calentar las articulaciones y poder hacer los dobleces pertinentes que exige la sesión. Ella aún conserva algo de su cabello rubio que siempre trae recogido en un chongo. Es delgada, delgadísima, como un palito de bambú. Su piel blanca arrugada aún se sonroja cuando le dices que se ve hermosa. Sus manos finas llenas de pecas lucen unas uñas largas pintadas de un rosita clarito carito. Tiene los ojos despiertos y oscuros como el incendio que ilumina la noche.

¿A quién le llevará esas rosas?

Laura ama tener su casa limpia para ponerse a ver sus videos de YouTube en la computadora. Trabaja, hace algún tipo de home office y, de paso, vende Avón, ya me pasó el catálogo, tengo hasta hoy para enviarle mi pedido. Me dijo que le tomara una captura de pantalla al producto que quiero y se lo mandara antes del jueves. Fue muy clara en explicarme que su número de celular es también su número de WhatsApp.

Pediré un labial color coral para celebrar que este proemio que habla sobre la vejez, hoy llega a su número 100.

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