
José C. Vales / Ensayo / Editorial Planeta
248 $MXN / 373 págs. / Feria de libro
Regreso a mis principios literarios. Así es, querido lector imaginario, ando en esa racha de leer ensayos orientados al origen de la lengua. No puedo evitarlo, me apasiona la historia del lenguaje, en particular de la escritura. Lo que más me fascina, además de la historia propia de la lengua, es la manera en que cada escritor/investigador pronuncia sus descubrimientos.
Y ahí voy yo a leerlos para conocer imaginariamente sus voces delgadas y fuertes, aunada a una perfecta sintaxis que les permite narrar sobre pasados tan remotos que logro visualizarme en espacios pertenecientes a una memoria anciana. Solo de figurar a los sumerios o a los hititas nombrando el mundo que les rodeaba me produce fascinación. Ofrendaría mi dedo chiquito del pie izquierdo por haber estado ahí, en ese exacto suspiro de tempo cuando nació la palabra “cielo” o la palabra “ayer”.
Me tomaré un par de párrafos para anunciar a algunos autores que han narrado sobre la lengua, el escribir, y la lectura. Esta lista arranca con la rockstar Irene Vallejo con Infinito en un junco (2022) que es todo un fenómeno editorial, sin embargo, uno de mis ensayos favoritos es La gran invención (2022) de Silvia Ferrara que, además, Luis me trajo desde un planeta llamado Barcelona.
Leer el mundo (2025) de Michèle Petit es una joyita que nos recuerda la importancia de la palabra como sustancia de la realidad. No puede faltar Alberto Manguel de quien tengo prácticamente toda su obra, pero por esta ocasión dejaré Cómo Pinocho aprendió a leer (2016). También le presumo Somos los que hablamos (2019) de Luis Rojas Marcos. Este libro aborda a la comunicación como medicamento de estilo de vida, algo que en su momento necesité explicar a mis alumnos de Fisioterapia y Nutrición. No podía faltar el mexicano Juan Domingo Argüelles con su libro que aún no termino y que me está encantando llamado La prodigiosa vida del libro en papel (2020) y Palabrología de Virgilio Ortega. Ya para cerrar con estas recomendaciones que nadie me pidió, comparto a uno de mis consentidos, el señor Álex Grijelmo, de quien también tengo un montón de libros suyos, pero igual, por no dejar, menciono uno de los más importantes para mí; La seducción de las palabras (2000).
¿Y EL MONSTRUO?
El libro que traigo ahora es de José C. Vales, un filolingüista que, además de dedicarse a la docencia, es redactor, editor y traductor para diferentes sellos editoriales. Un día, de esos que estaba dando su clase de literatura en la facultad de letras, se dio cuenta de que a los “muxaxos” y a las “muxaxas” les falta contexto lingüístico, conocer la evolución de las palabras que mencionan y, ni presto ni perezoso, se puso a escribir un ensayo sobre el origen del lenguaje estático. Se concentró tanto, que para el 2022 salió publicado en su natal España y no tardó mucho en llegar a tierras aztecas.
Enseñar a hablar a un monstruo es un título atractivo y prometedor. ¿Será porque me gustan los monstruos que lo creo así? Cuando encontré este vademécum haciendo filita india en el estante, de inmediato yo, como la bella durmiente del cuento de Charles Perrault, caminé hipnotizada hacia la rueca que yacía en la torre más alta del castillo.
Obveeeeo no me veía como la princesa, iba medio sudada por la falta de aire en el Palacio de Minería, despeinada porque el calor provoca que los cabellos se descoloquen, con hambre, en particular con antojo de un esquite de cacahuacintle con chilito del que sí pica y un cansancio sumado por existir en un espacio donde se promueven libros, pero se carece de sillas para verlos con calma, además, queda decir con cierto orgullo, ya soy una señora y no aguanto los lugares ruidosos.

Una vez vencido mi propio malestar, caminé hacia el ejemplar como si éste irradiara luz propia. Llegar a él no fue sencillo, más cuando eres torpe de pies y la gente desordenada no da oportunidad de caminar decentemente. Cabe decir que siempre me sorprende lo llenas que están estas ferias, ¿no se supone que en México los lectores son/somos una especie en extinción?
EL ENIGMA NÚMERO SEIS
Desde tiempos inmemoriales, el ser humano se ha preguntado qué es el lenguaje; si es una herramienta cultural inventada por la necesidad o bien, un rasgo característico de nuestra biología. Pinker, Chomsky, Aristóteles y Saussure no se ponen de acuerdo. Lo que sí, es que un tal Du Bois-Reymond estableció, por allá en 1872, los siete enigmas del mundo, o sea, los siete problemas de la naturaleza que nunca van a estar al alcance de nuestra razón y comprensión. Dejo el listado para que saque sus propias conclusiones.
- La naturaleza última de la fuerza y la materia
- El origen del movimiento
- El origen de la vida
- El orden teleológico de la naturaleza
- El origen de las sensaciones simples
- El origen del pensamiento inteligente y el lenguaje
- La cuestión de libre albedrío
¿Ya vio, querido lector imaginario? El número seis compete al misterio del lenguaje. ¿Sabía usted que a estas alturas y con esta tecnología imparable aún hay dos que tres idiomas antiquísimos que no logran descifrarse? Uno de ellos es el istmeño de Tehuantepec, que era algo así como una protolengua del zapoteco.

Teorías, hipótesis, leyendas, explicaciones de bolsillo y todo lo que se le ocurra habrá sobre el enigma número seis. Una respuesta segura y certera será casi tan imposible como descubrir si el Big Bang es el principio de todo, o era el fin de algo que dio inicio a otro todo.
LA FORMA DEFORME
Otra cosita que tiene el lenguaje, en particular el lenguaje humano, pues como sabrá, no somos la única especie que se comunica, es que tenemos palabras y esas palabras permiten no sólo mencionar lo que hay en el exterior, sino también compartir emociones y pensamientos.
Para esos defensores de la lengua conservadora que se niegan a decir “nosotres”, le cuento que el lenguaje en sí mismo no vive en la lógica, ni es parte del mundo ordenado, es más, ni siquiera se lleva bien con la razón. El lenguaje es tan humano como imperfecto, es contradictorio, sugerente, una suposición, un universo entrópico, un caos, pues.
Podrá decirme que el lenguaje es un sistema, una conformación de elementos que ordenan un pensamiento, pero qué cree; es lo que queremos pensar gracias a la repetición y a la costumbre. Si usted traduce cualquier idioma a su idioma materno (me refiero al suyo de usted), se percatará de que ese idioma extranjero es desarticulado, carece de sentido, es un pequeño ser deforme que no le aporta más que incoherencia. Eso se debe a que cada cultura se ha ordenado a sí misma, porque si bien todos hablamos, no todos apreciamos la realidad de la misma manera.
En el Amazonas existe una comunidad llamada Mura-Pirana. Ellos no emplean los tiempos pasado y futuro. Su lenguaje habita un continuo presente. Tampoco tienen plural ni singular, carecen de numerales y no existen palabras para definir los colores. ¿Serán daltónicos? Y así se las arreglan sin deberle explicación alguna a ninguna otra civilización. Ésta, como muchas otras culturas, demuestra que las lenguas son adaptativas a su entorno y a las necesidades humanas que habitan ese entorno.
Los inuit tienen cinco variables para pronunciar la palabra «nieve» (nieve que está por caer, nieve que está cayendo, nieve sobre el suelo, nieve a la deriva y nieve arrastrada por el viento). En el español mexicano, por ejemplo, no es necesario derivar dicha palabra porque no vivimos en contextos donde la nieve forme parte del día a día, pero sí creímos necesario crear el término “madrugada” que no existe en otras lenguas.
Y así podemos ir intercambiando palabras como si intercambiáramos estampitas; algunas palabras sí las tenemos, otras no, algunas aparecen repetidas y viceversa. Por ejemplo, no tenemos, como los árabes, el término «tarab», palabra que define el estado de intensa emoción que provoca la música. Una palabra que tampoco tenemos y me parece curiosa es «tsundoku«, es japonesa y hace referencia al hábito de comprar libros y acomodarlos específicamente en un lugar para no leerlos. Aquì le dejo con estos ejemplos porque podría seguir y seguir.
Y A TODO ESTO, ¿POR QUÉ UN MONSTRUO?

¿Le suena por ahí un personaje inventado por Mary Shelley llamado Frankenstein? El autor nombró así a su ensayo justo por esta criatura también denominada el nuevo Prometeo. En el libro de Shelley, hay una escena donde el monstruo, después de sentirse huérfano de padre, se resguarda en un granero. Por una abertura y a escondidas, ve a una familia de campesinos compartir la comida y el lenguaje, de apoco, la criatura aprende a hablar y después a escribir y su mundo cambia por completo; ya no es monstruo, ahora es un hombre.
Las lenguas son muy humanas y ceden al hambre, a la censura, a la presión política, a las modas, a la religión, a la enfermedad, a las costumbres o a la economía con la misma facilidad que sus hablantes. La lengua está viva y en constante cambio. Y así como la lengua está viva, también muere, renace y se transforma.
¿Cuántas lenguas se han perdido con el paso de los milenios? ¿Usted cree que haya existido una protolengua que dio paso a la diversidad del lenguaje? Lo único cierto en la evolución de las lenguas es que no existe una fecha en que se pueda decir que una lengua ya es otra.
SOBRE EL AUTOR

A principios de febrero del 2025, con una alergia terrible provocada por comer cacahuates que hizo que mi pobre cara se hinchara tanto que ni yo misma me reconocía en el espejo, tuve que ir a una junta académica para conocer los nuevos criterios que darían forma al inicio del semestre.
Y ahí estaba yo, con mi desánimo, con dolor y con la lejana intención de compartir con mis colegas académicos. Es una universidad petite, por lo que la mayoría nos conocemos, pero nunca faltan los nuevos integrantes por lo que hay que hacer la dinámica de presentación. Pues bien, todo el mundo hizo las menciones pertinentes de sus infinitas credenciales de posgrados, maestrías, doctorados, especialidades, proyectos y demás. Cuando fue mi turno, solo dije que estaba leyendo Enseñar a hablar a un monstruo y levanté el libro para demostrarlo.

Terminada la sesión, se acerca un compañero nuevo, un hombre muy bien vestido entrado en sus sesenta años que indicó ser el fundador de Animal Político. Él daría las clases de Periodismo Digital. Además de preguntarme si todo bien, me dijo que uno de sus más grandes amigos era José C. Vales y que le comentaría que una “joven profesora” mencionó su libro. Le agradecí por lo de “joven” y le agradecí también por el detalle de comentarle al autor sobre mí. La cosa quedó en la posibilidad -remota- de conocerlo si algún día viene a México. Ojalá, digo yo, mientras prometo no comer cacahuates nunca más.
YA PARA DESPEDIRME
El lenguaje en general y la escritura en particular son, para mí, una extensión de la conciencia. Cada uno como individuo elige las palabras disponibles que existen en su sociedad para expresar, para creer, para compartir, para ser y para estar.
Las lenguas no tienen prisa por ser o no ser. Somos nosotros quienes les damos la capacidad de viajar miles de kilómetros, de recorrer ciudades, regiones y países. Nosotros les permitimos hacerse viejas o rejuvenecer. A veces las disfrazamos, les cambiamos el aspecto, incluso inician en una ideología y terminan en otra.
Las palabras, infinitas en su aparente quietud, son más de lo que representan.
¿Sabías que todo lo que vemos en el espacio está en el pasado?
Si ya llegaste hasta aquí, deja un comentario 🙂
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¡Qué proemio más ameno! digo “ameno” porque no me viene una palabra mejor a la cabeza. Debe haber y si no habría que inventarla. Puede que resulte más fácil que encontrar la palabra adecuada en el repertorio de miles de palabras. ¡Qué proemio más interesante!.. y divertido porque algo divertido no es solo algo que causa risa, sino algo que lo contenta a uno, o una, depende qué sea cada quien en determinado momento. Fascinante, por usar una palabra recurrente suya. Quizás mezclando ameno e interesante resulte algo “amenazante”… mmm no. Fasciresante, como elefante… no, tampoco. ¡Qué lío es parir palabras.
Concuerdo: debe ser una cosa maravillante presenciar el nacimiento de una palabra, no por la fonética, sino por la idea, lo que encierra que es agregar a la existencia humana una manera de entenderse con el mundo que habita. Por cierto, hay por ahí un término en chino y coreano que es como “madrugada”, “língchén” y “saebyeok”, que a lo mejor tienen un significado distinto en cuanto a etimología pero sirven para dividir el día, para hablar de ese lapso después de las doce de la noche y antes de que haya luz. Algunas personas traducen “madrugada” al inglés como “dawn”, pero dawn hace referencia a la primera luz que se asoma por el horizonte para anunciar que ya no todo será oscuridad, que el día está naciendo. O sea no es lo mismo. Además nosotros, en español, no nos conformamos con tener el término madrugada, podemos estirarlo más, hacerlo más ojeroso aderezándolo con algo como “altas horas de la madrugada”, la madrugada es profunda, o larga, o corta si se anda de fiesta con veinte años a cuestas. Creo que en cierto nivel, un nivel animal, fisiológico, por llamarlo de alguna manera, el lenguaje se determinó primero por la experiencia a través de los sentidos, nombramos lo que podemos ver, tocar, oír, sentir, oler. Lo difícil vino con las ideas, con lo de adentro, con los conceptos intangibles, con nombrar lo que no se ve pero que existe, la matemática, la filosofía, las cuestiones espirituales. Algo así como las capas geológicas del desarrollo del lenguaje, no necesariamente su cambio y adaptación a partir de la fonética y deformación por el uso y la geografía en la que se desarrolla. Debe haber un nombre para ello. Quizás usted sepa. Cuando algunas personas dicen que el lenguaje nos separa de los animales se refieren solo al aparato vocal, a la forma de la garganta, al control de las cuerdas vocales, a la forma de la lengua que nos permite emitir sonidos coherentes (para nosotros, claro). Lo anterior es cierto, pero creo que es solo una parte de la historia, lo que nos separa de los animales no es la capacidad de emitir sonidos organizados, sino justo el lenguaje en el sentido de todas ideas que encierra el sonido, los conceptos.
Pienso en el ejemplo que pones (que usted pone) de la tribu Mura-Pirana, en aquello de que no tienen pasado, ni futuro. Se supone que una diferencia entre los animales y los humanos es que ellos no pueden “prospectar”, no pueden imaginar el futuro, y en cuanto al pasado lo que tienen es aprendizaje de algo, pero no recuerdos como los tenemos. O sí, pero en una capacidad muy limitada, y eso hace que sean como fotocopias y queden a merced del instinto, del impulso grabado en los genes y no desarrollen otro tipo de conciencia. Qué curioso y qué obvio, ligar la conciencia al lenguaje, aunque seguro no lo es todo, si así fuera los políglotas serían las personas más conscientes del planeta, o los escritores. Lamentablemente no es así. Volviendo a los animales, ellos no tienen cómo nombrar el pasado, ni cómo nombrar el futuro y por ende, tienen que vivir en el presente. No sé qué pensar de los Mura Pirana, sin pasado ni futuro. Deben ser un caso extremo de “vivir el momento”. Lo digo con humor, seguro deben tener sus mecanismos, aunque yo no imagino cómo será hablar todo en presente porque entonces ¿qué haremos mañana? ¿Lo mismo que hacemos todos los días? O quizás es como dijo Gustavo Cerati al nombrar uno de sus álbumes “Siempre es hoy”, una forma muy reducida de decir “mañana siempre es hoy”, o decir que “no hay mañana”, porque mañana será hoy. Seguro entiende el ejemplo.
¡Qué proemio tan más supercalifragilisticoespiralidoso! Quizás eso funcione.
Concuerdo también con el aspecto del uso del lenguaje según el entorno. Los Inuit tienen sus ocho palabras para nieve, mientras aquí nos conformamos conque sea de limón. En Islandia tienen al menos ochenta y cinco. Acá no nos hemos especializado en la nieve, sino, desgraciadamente en un necrolenguaje a partir de la descomposición social. Para alguien que vive en Suiza, o Suecia (nunca sé diferenciarlos, sé que uno se asocia a queso) una palabra como “ensabanado”, “levantado”, “embolsado”, “desaparecido” debe asociarse a cosas menos oscuras.
Me quedo con el término “tarab”. Es genial. Hay un término similar: frisson. Viene del francés pero se usa mucho en inglés y en español también, hace referencia al placer de escuchar música, particularmente cuando la piel se pone chinita por el momento musical. Se dice entonces algo como “cuando tocó esa rola me frisoné”. Así lo escuché a la salida de un concierto de otra asistente.
“Ya no era un monstruo, sino un hombre”. Lástima que sea una vía de doble sentido y no haya lenguaje que pueda impedirlo. Ya no era un hombre, sino un monstruo.
Es imposible no hacer una desviación al episodio de los cacahuates. Hay gente que por un barro no sale a la calle, en cambio usted se mostró con una alergia digna de llamarse así. ¿Qué le hizo a los cacahuates para que se vengaran de esa forma? Imagino que ahora tendrá que preguntar en algunos sitios si la salsa tiene cacahuate. ¿Hubo dificultad para respirar? Quizás lo más prudente sería preguntar al médico si hay alguna cosa que se pueda cargar en la bolsa en caso de emergencia, algún antihistamínico que disminuya la hinchazón en vías aéreas. Como sea lo cachetón puede quitarse después.
Tengo que irme. La pasé muy bien escuchando este proemio ¿o usted lee en silencio en su cabeza? Este año no fui a la feria de Minería, pero sé que en determinado momento es como una estación del metro, de aquí me queda la duda: ¿Alguna vez aguantó usted los lugares ruidosos?
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Hola, qué gusto encontrarte por estos lares.
Antes que otra cosa, gracias por comentar.
Mientras te leía pensaba mil cosas para responder y, ahora que me encuentro en este espacio no sé muy bien qué decir.
Retomando la idea de parir palabras, sí creo que sea todo un reto. El lenguaje no está terminado y nunca lo estará. Recién vi en las Redes Sociales que la RAE, o alguna institución similar en México, ha incluido el término “nadaqueveriento”, mismo que lo introdujo una influencer mexicana al platicar sobre su día a día. Lo curioso de todo esto es que esa personita no tenía la más mínima intención de crear una palabra o, me imagino, lo suyo no es precisamente especializarse en el lenguaje, y ahora, gracias a los cientos de testigos que dieron fe de esa palabra, es parte ya del uso popular.
Coincido que lo que nos diferencia de otros animales es la palabra, en particular porque gracias a ella podemos inventar el tiempo. Sí, para mí el tiempo es un invento que nos permite movernos imaginariamente en el allá, en el aquí, en el ayer y en el futuro. Y como dice Cerati, siempre es hoy, claro, siempre es hoy porque el mañana es un porvenir que nunca llega. Siempre llega hoy, el mañana es como el horizonte, inalcanzable.
No conocía el término “frissón”, lo tendré en cuenta para cuando escuche alguna melodía que me provoqué emociones sublimes. Con respecto a “madrugar”no creo que seamos los únicos en tener dicha palabra para definir esa hora temprana del día, yéndome un poco a la etimología hace referencia al “actuar con prontitud”, al “darse prisa”, ahora bien, todo depende si uso “madrugada” como sustantivo que refiere a un periodo de tiempo y “madrugar” como verbo, que lo entendemos como la acción de levantarse temprano para ganarle al tiempo o por lo menos quedar tablas con él. Como bien detectó, me encanta el adjetivo “fascinante” y no dudaré en usarlo nuevamente; el lenguaje es fascinante.
La comunidad del Amazonas no es la única en tener esas peculiaridades lingüísticas a mi parecer algo recortadas. No me imagino cómo es vivir sin pasado y sin futuro y habitar un eterno presente, seguramente tendrán otros recursos para darse a entender en la línea del tiempo. En el norte del país, muy arriba, allá por Sonora, hay una comunidad llamada Seri que habita en la Isla Tiburón. Ellos hablan cmiique itum, considerada una lengua aislada que no tiene variantes lingüísticas. Una cosita que me pareció interesante, pues no me da la vida para atender cada lengua que me llama atención, por lo que ando un poquito por aquí y un poquito por allá, es que los seris usan los verbos de dos maneras que ellos llaman modos; de modo real y de modo irreal. Real es cuando la acción se ha realizado e irreal cuando está por realizarse o se piensa realizar. Va de nuevo mi fascinación.
¿Ha escuchado del esperanto?
Con respecto a los cacahuates digamos que me confié de más. Ya sabía que me generan cierto malestar, pero como ya había pasado la época complicada que bien tengo a denominar alergias estacionales, pues no me resistí y comí un poco, tampoco es que me encanten, es más, podría vivir sin cacahuates y mi mundo no se alteraría en lo más mínimo, por lo que declaro que sufrí un acto de injusticia.
¿Qué libro está leyendo ahora?
Me despido. Espero encontrarlo pronto por acá.
Pd: Nunca me han gustado los lugares ruidosos, cuando era joven los toleraba porque pensaba que tenía que hacerlo, ahora con el tiempo que me regaló edad y cierta madurez, me siento con la libertad de desaparecer si así lo considero pertinente.
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Sabía que el Esperanto existe, uno lo escucha por ahí. Lo que no sabía es que es un idioma «hecho» y relativamente joven, sin mencionar que llama la atención que esté hecho con un propósito. Creo que es una forma muy sofisticada de lo que hacemos cuando somos críos en la escuela, creando códigos para entendernos con los niños más cercanos para que los adultos no se enteren o para que otros escuincles no sepan qué decimos. No digo que el Esperanto sea para excluir, entiendo que es más bien para crear una base de lenguaje común, solo me parece identificable la manía del humano de inventarse lenguajes. Si nos vamos a la literatura vamos a encontrar que a los escritores también les da por crear lenguajes para darle más autenticidad a sus mundos.
Qué leo ahora… Estoy en un periodo en el que me cuesta agarrarme a un solo libro. No sé, quizás sean temas de concentración, de no dejar que la trama de la historia me atrape. Ahora tengo tres, uno que se llama “Legends and lattes”. Es una cosa de literatura fantástica gringa, muy ligera, completo entretenimiento, predecible, clichesosa pero disfrutable, como película palomera. Tengo a la mano un libro de Mariana Enriquez, la llamada “Reina del terror” de Latinoamérica. Es Argentina, muy buena. Tiene esta mezcla extraña de terror con rigor literario, el libro que leo se llama “Un lugar soleado para gente sombría”. Hay otra “reina del terror”, solo que es mexicana. Se llama Sandra Becerril solo que ella es más pop y además hace guiones para cine. Muy movida. Si tuviera que elegir por la cuestión de calidad literaria me quedo con Enriquez. Además está loca y eso es un buen signo. Llevo el libro de Enriquez para cuando no tengo mucho tiempo y quiero terminar algo. Es la ventaja de los cuentos. Pueden terminarse en una sentada. Da cierto sentido de “completitud” lectora, o en otras palabras, uno no se siente tan mal lector. Por último, estoy leyendo “Tokio Blues” de Haruki Murakami. Esa es una relectura. Estoy viendo cómo ha cambiado la obra, por lo tanto, cómo he cambiado yo. El último que leí de él fue “La muerte del comendador”. Me gustó. Hasta ahora es de mis favoritas. Haré aquí una analogía entre los escritores y los músicos en cuanto a que, quienes somos sus escuchas, estamos a la espera de que el siguiente álbum que publiquen sea mejor que el anterior. Igual o mejor. En el caso de “La muerte del comendador” creo que sí se percibe un Murakami más sólido. Aunque he de decir que la novela posterior “La ciudad y sus muros inciertos” no me atrapó tanto. La tengo a la mitad en el librero. Libro brincado, libro quedado. O más o menos, porque en el caso de Murakami estoy convencido que uno debe estar en cierto estado para leerlo, y cuando digo “cierto estado” me refiero a cierto periodo en la vida de uno, no a una cosa tan transitoria como estar de buen humor a las dos de la tarde por cualquier razón. A mi me pasa así con Murakami. Ya llegará el estado.
El mundo sin cacahuates. Imperios caerían sin ellos. Por las fotos que publicó sí parece algo de cuidado. Sobre todo porque si lo de afuera es un reflejo de lo de adentro ¿qué tal que sus vías aéreas se ponen esponjositas y no puede pasar aire?
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