Ensayo sobre la escritura

Rodrigo Garnica / Ensayo / FOEM

180 MXN$ / 154 págs / FOEM


Querido diario:

Empecé este Ensayo sobre la escritura (2022) de Rodrigo Garnica un martes primero de abril a las 7:30 de la mañana del 2025. Estaba en mi clase de Redacción de Comunicación Visual. Tenía algo de tiempo para explorar el libro, pues mis jóvenes monstruos trabajarían en equipo para exponer sobre las incorrecciones, vicios y muletillas bien llamados neologismos, tecnicismos, solecismos y otros tantos ismos. La verdad son bien entretenidos por el uso desmedido que les damos en el día a día a un español cada vez más viciado por idiomas extranjeros.

Tenían una hora para organizarse, así que, en estricto sentido, yo también tenía esa hora para hojear mi nueva lectura. En lo personal no me gusta que mis alumnos me vean con celular en mano mientras ellos hacen alguna actividad, así que intercalo entre leer un poco y dar mis rondines para revisar sus avances y aclarar dudas.

LAS TRES PREGUNTAS DE SARTRE

En ese ratito, donde cada uno estaba haciendo lo suyo, me encontré con las preguntas que el filósofo Sartre se hizo en su momento y ahora Garnica se replantea en pleno metamodernismo:

1.Qué es escribir 2. Por qué se escribe 3. Para quién se escribe

Jean-Paul Sartre (1905- 1980) fue filósofo, escritor, novelista, dramaturgo, activista político y militante, biógrafo y crítico literario francés, exponente del existencialismo y del marxismo.​

Con estas sencillas, pero a la vez complicadísimas cuestiones, el autor abre el ensayo dejando muy claro que sus respuestas versan desde el aprendiz que es -con todo y que tiene varias novelas publicadas- y no desde el lugar de experto.

¿Cuándo uno se identifica como el mero mero sabor ranchero en temas de escritura? Cuando se gana un premio, cuando te publican, cuando te mueres y encuentran tus cuentos guardados en el cajón y resultan ser maravillosos.

Quién haya pretendido escribir algo más que una lista de supermercado se ha encontrado -mientras se buscan manuales para hacer una novela en 30 días- cantidad incontable de manifiestos disciplinarios en la red dizque escritos por los dioses de la literatura. A veces me pregunto si en verdad ellos se dieron el tiempo para redactar ese compendio de reglas imposibles que parecen algo así como los 12 trabajo de Hércules.

Algunos que sí he consultado y me consta que pertenecen a sus autores son: De qué hablo cuando hablo de Escribir de Murakami, Construir una novela de Edith Warthon o La situación y la historia de Vivian Gornick y otros tantos más que por motivos de espacio no mencionaré.

Si bien se escribe para publicar o eso es lo que nos han dicho, algunos dicen que también se escribe para ser feliz. Mmm… aquí planteo la pregunta básica que todo filósofo de bolsillo realizaría; ¿qué es la felicidad? No creo que se escriba para alcanzar esa emoción, me parece que tanto la felicidad como la escritura son mucho más complejas.

Es cierto que todos, o casi todos, quienes tenemos amor a la escritura buscaremos la manera de publicar y ser leídos, sin embargo, también es cierto que existe una fuerza superior que hace que ese pequeño escribidor que habita dentro de esa cosa invisible llamada alma se apodere de toda nuestra humanidad. Y ahí estamos, ahí nos encuentras un sábado por la tarde; creando historias por una necesidad casi fisiológica. Quiero aclarar que escribir no obedece solo al acto físico de escribir, uno anda pensando en ideas, observando, escuchando para ver qué puede tomar del trabajo y sus días.

La escritura de ficción es parte de un viaje de exploración de quien tiene la pluma en la mano o, en todo caso, las puntas de los dedos sobre el teclado. ¿Qué busca ese pequeño escribidor? ¿Qué puede aportar que no se haya aportado ya al mundo de las historias escritas que existen desde la gran invención de la palabra grabada hace más de cinco mil años?

Aquel que diga que sólo escribe para sí mismo está mintiendo. No del todo, eso sí, pues momento grato es pasarse una mañana sin ruido ambiental leyéndose y corrigiéndose para aumentar, quitar o reconocerse, pero está mintiendo si dice que sus personajes y sus ambientes son sólo para su privado goce personal.

Es como ahora, yo escribo para un lector imaginario. Técnicamente no existe, tiene todas las formas y a la vez ninguna. Estos proemios que se suponen están para conservar mi memoria que pretendo infinita, por ende pertenecen a todo aquel que quiera dedicar unos minutos a este espacio hecho de enunciados. Si mi argumento fuera del todo honesto sobre conservar mi memoria, dichos materiales se quedarían en una carpeta virtual con contraseña.

LA REBELDÍA DE ESCRIBIR

Garnica dice que el escritor de hoy en día no sólo puede ser escritor, debe ser un trabajador cotidiano ante esta enorme maquinaria consumista cuya economía desbocada hace que cada día sea más complicado ganarse la chuleta para el almuerzo.

Son pocos los elegidos y con el talento suficiente para vivir de su literatura, ahí tenemos a Irene Vallejo, a Paul Auster y a Juan Villoro que están en la cima a donde todos queremos llegar, aunque sea en nuestras más inconfesables fantasías. En el segundo peldaño se encuentran esos otros escritores publicados que empiezan a ganar renombre como Alma Delia Murillo, Nayeli García Sánchez o Raquel Taranilla, aún ellas deben tener otro trabajo que les ayude a completar la quincena.

El escritor es alguien para quien la escritura le resulta más difícil que para cualquier otro.

Qué pasa con los que estamos en la tercera posición, que buscamos en las madrugadas el tiempo para escribir, que de a ratitos en el metrobús vamos anotando ideas que podrían sumar a la historia y en los salones de una escuelita una miss de español, de los 255 mil profesores universitarios que existen en la Ciudad de México, escribe en su cuaderno un párrafo mientras los chamacos terminan de afinar su exposición sobre neologismos.

Si escribir tiene que ver con la libertad que se nos ha quitado por ser parte de un sistema opresor y por no poseer los privilegios que sólo el 1% de la población mundial posee, estamos en el hoyo.

¿Y si escribir fuera más bien un acto de rebeldía? Rebeldía ante qué, preguntaría de nuevo el filósofo de bolsillo. Rebeldía para quitarse la máscara, para mostrarse desnudo tal cual uno es, con sus asimetrías, sus narcisos y sus serpientes. El escritor es una quimera que durante el horario laboral viste de corbata, usa zapatos de charol y saluda cordialmente a todo el mundo, pero en la oscuridad de su estudio surge el verdadero ser; el ser incómodo.

SOBRE APRENDER A ESCRIBIR

No se puede enseñar a escribir, se enseñan los recursos que existen para darle forma a eso que se quiere escribir. He dado clases de escritura por algún tiempo -no sólo a escolares- y disfruto mucho las sesiones, pero estoy consciente y, espero que los asistentes también, que lo que vemos en ese espacio son exploraciones, compañía, el compartir con otro sobre lo escrito, escuchar en diferentes voces lo que se dice sobre un mismo tema en sus diversas experiencias de vida.

Me han llegado a decir que es como ir a terapia y que les ayuda a decir cosas que no pueden decir. Lo tomo como un halago y agradezco humildemente, pero…, ¿qué pasará cuando el taller termine, cuando ya no haya escritura guiada? ¿El asistente seguirá escribiendo en la incomodidad de sí mismo?

La portada de mi hermoso cuadernillo de ejercicios de escritura.

Tengo un cuadernillo con más de 100 ejercicios de escritura que he desarrollado en el transcurso de varios años. Parte de mi tiempo lo dedico a buscar temas, dinámicas, formas, acomodos y demás para hacer que la palabra siempre esté flotando. En mi quehacer como tallerista no pretendo formar al próximo literato que el mundo de las letras está esperando, estoy demasiado concentrada en mis propias inseguridades narrativas como para ser la asesora de alguien más, pero sí busco que la escritura sea una herramienta accesible, que se le pierda el miedo a decir, a pensar, a imaginar y a arriesgarse a través de las vocales y las consonantes.

LOS LUGARES COMUNES

Si de algo se habla cuando se habla de escritura creativa son los famosos lugares comunes. ¿Qué son? Hasta hace unos años yo pensaba que, literal, eran lugares, espacios físicos como un jardín o una cafetería. Tonces todo me parecía un lugar común, ¡hasta Júpiter!

Un lugar común es el recurso utilizado hasta el cansancio que se vuelve predecible. Es esa metáfora predeterminada que uno como lector o espectador puede adivinar, es el final de la película donde el chico corre hacia el aeropuerto para decirle al amor de su vida que no se vaya. Cuando éste cree que todo se ha perdido porque no llegó a tiempo, al darse la media vuelta descubre que la chica no abordó el avión. Ambos se besan apasionadamente en medio de la multitud que transita indiferente ante su historia de amor.

Si algo busca un buen escritor es justo no caer en esos lugares comunes, sino generar nuevas figuras para que, después, otros las usen y sean tan buenas que se conviertan en lugares comunes. Lo sé, parece un trabalenguas.

EL LADO “IMPRÁCTICO” DE LA ESCRITURA

Si hay un libro que te gustaría leer, pero que aún no se ha escrito, entonces debes escribirlo.

Todo el mundo tiene en la cabeza una novela, pero no todo el mundo sabe cómo escribirla, ni tiene la paciencia, ni conoce el método elemental para hacerlo. La escritura es todo menos práctica -de practicidad-, pues no existe esa voz suave y armoniosa que te va dictando la historia. La imagen romántica de la musa susurrando al oído al pequeño escribidor es eso, una imagen romántica

Para escribir se requiere papel, lápiz y ya está, pero enfrentarse a la hoja en blanco es de las peores cosas que le pueden pasar a todo aquel que quiera crear con palabras. Es una sensación compleja y paralizante. Es ahí, en ese desierto que se llena de agua, donde uno debe mostrar de que está hecho.

Escribir es empezar y recortar, leer y recortar, ir y recortar, venir y recortar, ver una película y recortar, caminar y recortar, dar clases y recortar. Darles agua a las plantitas y recortar, subirse a la azotea y recortar, tomar café y recortar. Incluso durmiendo uno también anda recortarndo. Ya lo decía Truman Capote:

A la hora de escribir, creo más en las tijeras que en el bolígrafo.

Se anda con nudos en la cabeza, un poco de malas, después un poco de buenas, algo intolerante, hablando solo, para colmo de colmos la vida real hace su presencia y hay que atenderla porque es muy sentida y luego, los que habitan ahí -en la realidad-, al verte tan «fastidiado» te dicen que mejor hagas otra cosa, que si escribir no te produce felicidad quizá no es tu pasión. ¿Qué se hace con eso? Se les mira con ojos de fuego y se les calcina. Ya quedamos que la escritura no da la felicidad.

Pero uno sigue, sigue y sigue.

NO EXISTE LA PUEREZA IDIOMÁTICA

Un solecismo es básicamente cualquier error cometido con la sintaxis. También es cuando el uso de preposiciones es repetitivo haciendo que la oración suene rara. Muchos de estos solecismos vienen de traducciones que se hacen del inglés al español y así se quedan, descompuestas y normalizadas. Aquí un ejemplo: Su esposo de mi hermana se fracturó su brazo.

Y ya que estamos tantito con la geometría de las palabras, recuerda bien las palabras de Abelardo Castillo; Lo que llamamos estilo sucede más allá de la gramática. No es lo mismo decir: «ahí está la ventana» que «la ventana está ahí». En un caso se privilegia el espacio; en el otro, el objeto. Toda sintaxis es una concepción del mundo.

Ya es tarde, mañana hay clase y estamos en exámenes. Adiós.

Rodrigo Garnica (Ciudad de México, 1942). Escritor y médico psiquiatra. Autor de libros especializados y literarios. Obtuvo el Premio Bellas Artes de novela José Rubén Romero en 2003 por «La pregunta» y el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima en 2012 por «Los ácratas». Su obra «La memoria ofendida» también resultó ganadora en el concurso Ramón López Velarde.

5 comentarios sobre “Ensayo sobre la escritura

  1. En algún momento uno se da cuenta que las famosas reglas de cada escritor consagrado no tienen que ver del todo con la literatura, sino con su personalidad, sus hábitos personales, su forma de pensar, sus manías. Por eso tendremos un autor que nos hablará de la disciplina de escribir «x» tiempo al día y cortar para que quede la gana de seguir al otro día junto con otro que en sus reglas dirá que hay que escribir «x» número de páginas. Otros dirán que no hay que sentarse frente a la máquina hasta que sepamos qué vamos a escribir, otros que dirán que hay que sentarse y forzarse a escribir. Quien diga que hay que apuntar las ideas, quien diga que cargar una libreta es para quien no sabe escribir, quien diga que los personajes deben reflejar la realidad, otros que son símbolos y por ende, no requieren ser realistas. Eso sin hablar del género del que proviene el autor para establecer su lista de recomendaciones. Depende de cada autor encontrar la lista que más le quede de acuerdo a la personalidad que tiene. La personalidad a la que está sujeta el escritor. Los libros, como en el caso de «De qué hablo cuando hablo de escribir», se me asemejan más a un esfuerzo del autor de compartir cómo es su proceso creativo, la génesis de la obra, cómo ven la idea informe y por qué la persiguen. En el caso de «Mientras escribo» de Stephen King, igual que en la de Murakami, sirve ver y entender parte de la vida del autor, porque imagino que lo que tratan de mostrarnos es cómo y por qué ha florecido la escritura en ellos. Paul Auster, por ejemplo, con el azar tan presente, como motor en su vida personal y en sus obras. No recuerdo las reglas de escribir de Auster, no sé si las haya, y si las hay, no sé si incluyan algo como «deja que el azar haga su trabajo». Qué cosa. Si eso pasa todo el tiempo. Escribir es una cosa hiperdifícil (por eso no escribo) si ha de hacerse bien, y eso no tiene qué ver solamente con la técnica, sino con cómo vemos un momento, el pasar de la gente en la calle, qué nos conmueve o qué nos importa, qué nos molesta o qué nos sorprende. Si no hay eso lo que existe es una descripción situacional que, por muy bien escrita que esté, en términos de sintaxis, de forma, se siente «floja». Así que comprendo, se vuelven los 12 trabajos de Hércules, más el que no le contaron, trabajos en los que fallará el escritor si sigue las reglas del Hércules equivocado. Claro, hay principios universales, el primero, sentarse al teclado. Escribir, terminar lo que se inicia, practicar, publicar, recibir los golpes de las críticas sin chillar, cosas que tienen que ver con el acto físico del cual lo más difícil en estos tiempos, es el aislamiento. Antes era el teléfono, las visitas sin avisar, hoy… bueno… es el perro, el gato, la familia y lo peor: Internet.

    No sé si se escriba para ser feliz. Lo que sí sé, es que mientras se escribe se es feliz. Cosa que ya es mucho, incluso cuando escribiendo uno la pasa mal pensando en los nudos de la trama o algo cómo la forma de iniciar un párrafo. Sobre todo en reportes administrativos.

    Para quienes estamos en la quinta posición y ni siquiera sabemos escribir más allá de reportes financieros nos causa el mismo gozo y tormento imaginar la posibilidad de una historia oculta en un gesto, una conversación intrigante en la mesa de al lado, o el misterio detrás del personaje en el transporte público a las 8 de la mañana que tiene trazas de no haber dormido e ir en estado deplorable, pero dispuesto a todo, camino quién sabe a dónde. Gafas oscuras incluidas. La quinta posición podrá ser sexta a veces, pero no se siente como tal frente al teclado, mientras se escribe. Qué pase con el texto ya será otra cosa. De todas formas, como no sabemos qué es estar en primera posición da igual. Es lo más fenomenal del día.

    Apenas vi a Villoro, un video de él, me refiero. Tiene esta mente y habla articulada que hace que uno diga «¿será que habla tan bien porque no usa celular?», aunque en el fondo no es cómo habla, sino cómo piensa. Y ahí hay otra distancia. Algunos escriben porque piensan tan claramente que saben que tienen que mostrarlo, decirlo. Por ejemplo Umberto Eco, o al menos a mi se me figura así. Otros lo hacen para denunciar algo, como Cristina Rivera Garza (por cierto, recién leí el Invencible Verano de Liliana, justo por un proemio anterior y porque en dos ocasiones ha salido a flote en discusiones con la pandilla de escritores. Estoy esperando el momento de sentarme a la mesa para hablar de él porque vaya que es un mazazo. Me alegra haberlo leído). Volviendo a por qué escribe uno, y haciendo el ejercicio de responder las preguntas del proemio, no sé si escribimos solo «para», sino «porque». Escribimos porque nos duele, escribimos para darle sentido al mundo, escribimos porque no entendemos, escribimos para entender, escribimos por soledad, para dejar testimonio, escribimos para alzar la voz, porque nadie escucha. Escribimos porque perdimos, escribimos para ganar. Escribimos porque extrañamos, para estar. Por miedo, por valentía, para ser. Para prevenir a la gente, porque vemos el futuro. Para denunciar, porque vemos el pasado. Para sanar, porque estamos enfermos. Por ego, para que nos escuchen. Por empatía, para compartir. Porque se está perdido, para encontrarse. También escribimos porque hay que entregar en una fecha límite y porque no sabemos hacer otra cosa.

    ¿Para quién se escribe? Para quien sepa entender. Quién no entienda la obra la olvidará, supongo. Me gustaría asegurarlo, pero no me acuerdo.

    Aunque en términos de mantener la brújula con un solo norte, King habla justo de un lector mental (imaginario), que es una especie de lector interior beta para no perderse tratando de agradar a todo mundo. Actualmente está el peligro de la corrección política, en donde es fácil caer en una escritura aséptica pretendiendo escribir para una audiencia amplia en la que nadie se sienta ofendido o el autor no corra el riesgo de ser funado, censurado (ponga usted el término de moda). En ese caso ¿Para quién se escribe? ¿Y la pregunta inversa -para quién no se escribe- es válida? Creo que esas cuestiones deberían estar fuera del campo de preocupaciones de autor literario, quizás para un autor de autoayuda valga, o para ciertos géneros que se orientan más bien al entretenimiento que a lo literario. Sé que la idea de literatura de entretenimiento o «best seller» o de vampiros sin camiseta, o misterios, o temas así, al final son parte del corpus literario. Pero estaremos de acuerdo en que hay cualidades y obras que no obedecen a los principios de un género, sino a los principios y visión de un autor. ¡Qué galimatías! y qué bien que sea así. Al cine al final le pasa lo mismo, tenemos grandes obras cinematográficas cuya esencia se la imprime el director, y obras de entretenimiento que aunque también tienen un director, no tienen la misma maestría en el manejo de los recursos conque cuentan una historia.

    Sería interesante cruzar la habilidad de comprensión de lectura con la «profundidad» del autor. No es lo mismo Gaiman que Auster, ni Capote que Murakami, o Carol Oates y Patricia Highsmith. Clarice Lispector me parece de una fineza apabullante. No me refiero a que tenga una técnica refinada, sino de cómo mira la cotidianeidad. Estoy con Pizarnik, pasándole cierto tamiz… la entiendo, es buena, solo que hay algo en ella que no sé… Será que tengo a Clarice muy a la mano y no puedo evitar hacer una comparativa desde lo que me muestran. Es cuestión de personalidades y la forma con la que se expresan. Ambas son portentosas. Lo bueno es que la literatura es como un panteón romano, o griego si prefiere, con varias deidades a las que uno puede dirigirse, con la opción de sentirse más afín a una.

    Este proemio da para discusión literaria entre los amigos que escriben.

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    1. Hola, sr. Galo

      Coincido con usted. En algún momento uno se da cuenta de que las famosas reglas que cada escritor dicta poco o nada tienen que ver con la literatura en sí misma, es más un rasgo de personalidad y los hábitos que le permiten hacerse a esa entrega literaria. Digo, no está de más leerlas, es una forma de conocer también las extrañezas de la gente. A mí en lo personal sí me gusta echarles un ojo. Si bien no puedo ser como Murakami, que escribe horas seguidas y antes de ello ya se fue a correr medio maratón para liberar la mente, en todo caso me identifico con Agatha Christie que se le ocurren un montón de cosas escritoriles mientras lavaba los platos. Tampoco me veo escribiendo de pie como Hemingway, al final, pues cada uno, pero es interesante leer qué hacen otros para ver si nos sirve.

      Yo creo que usted sabe más de lo que dice sobre escritura, y también creo que oculta algo referente a que menciona en repetidas ocasiones que no es escritor. Esa es otra gran interrogante en el mundo de las letras. ¿Cuándo sé es escritor? Lo dice porque no ha publicado, o porque sí, pero mantiene cierta reserva, porque no ha escrito eso que quiere escribir o porque, en efecto, es un un escribidor de reportes financieros que encuentra en los números y en los activos innumerables historias qué contar.

      Con sus comentarios, que admito disfruto mucho leer, en particular con este, me surgió la siguiente pregunta; ¿Qué lo hace querer escribir a uno? ¿Cómo se descubre esa entrega a las palabras? Le comparto que yo empecé dizque escribiendo poesía como a los 15 años, estaba obsesionada con dos cosas; la mitología griega y los tropos literarios. Aún conservo esos cuadernos de adolescente y me da una pena releerlos, pero tampoco me atrevo a deshacerme de ellos. Ya después, en mi primer semestre en la universidad, una gata quemada y tuerta fue mi musa. Ella me hizo querer escribir narrativa y ahí me quedé. La poesía solo los elegidos y tuve que aceptar que no había ganado el premio gordo.

      Esa gata flaca y chueca me la encontré en una biblioteca. Yo llegaba muy temprano a la escuela y lo único abierto era ese espacio que, además, por ser el Claustro de Sor Juana tenía una arquitectura fuera de lugar que invitaba a ver los rincones llenos de más rincones. Y pues ahí, mientras echaba ojos a los libros apareció esa criatura que muchos decían que era el mismísimo espíritu de la décima musa. Como lamento no tener ese cuento conmigo. En algún lugar quedó o no quedó. Las cosas tienden a perderse, también las personas y los recuerdos.

      Me tomaré la libertad de creer que usted escribe, dígame, qué o quién lo hizo escribir por primera vez.

      Respecto a la pregunta para qué escribe usted, mi respuesta sería para estar, para ser, para encontrar, para perder, para vivir, para entender, para soportar, para no olvidar. Para decir que sí y también para decir que no. Para no llegar tarde a la muerte o quizá escribo porque llegaré temprano. Para tantas cosas escribe uno. Y el mundo es tan grande y tan enorme que me asusta y al escribir lo puedo hacer más mío.

      En mi próxima visita a una librería compraré el libro de Stephen King. Sin duda me gustará leerlo. Es un autor que admiro y confiésolo, lo he leído poco comparado con todo lo que tiene. Mi primer acercamiento hacia su literatura fue con Ojos de fuego. Se lo leía a mi hermana en voz alta hace mil años atrás.

      ¿Qué consejo daría a un iniciante de escribidor? Más allá de leer más de lo que se escribe.

      ¿Tiene usted una pandilla literaria? ¿Puedo leer algo suyo?

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  2. Qué personaje la gata tuerta y quemada. Como bruja escapada de la hoguera. Es un buen personaje, en verdad. Es curioso cómo algunas cosas se quedan en los pliegues de la memoria y por alguna razón vuelven una y otra vez a nosotros. Imagino que nos muestran algo en su momento. Se vuelven una especie de símbolo que ni nosotros sabemos bien qué significa, sólo sabemos que hay un antes y un después de ello. Ya con mayor práctica, luego de tanto tiempo, bien podrías rehacer el cuento de la gata tuerta y quemada. La gata de Torquemada. Ante eso, que el cuento se haya perdido es de menor importancia. Con la maestría que ya tienes bien podrías volver a escribirlo si así lo sintieras. 

    La poeta de quince años debe seguir ahí, sobreviviendo en algún sitio. Habría que dejarla salir. Algo que me resulta paradójico es descubrir que cuando uno es joven tiene más claras algunas cosas. Con la edad se definen algunos aspectos a costa de emborronar otros. Quienes tienen suerte, o la fortuna de conocerse mejor, toman el camino que saben que es para ellos con todas las inseguridades que conlleva y la bendita ignorancia de no saber cómo funciona el mundo. Hoy veo algunos artistas jóvenes, cantautores, presentarse en foros y tocar de forma aceptable y cantar de manera horrible, con más agallas que talento. Y les aplaudo. Lo aplaudo a más no poder porque no se acobardan. Puede que no den la talla, eso ya lo dirá el tiempo, el empeño que pongan y la habilidad de no perderse en las otras trampillas que la vida le pone a la vocación. Hablo de la música porque creo que hay un paralelismo con las letras en cuanto a hacer un camino dentro de ella. Me habría encantado que la señorita Limón de quince años alguien le hubiera dicho: sigue hurgando, como topo a ciegas, eventualmente tendrás una enorme galería subterránea. Además las letras no se gastan, se afilan con el uso. No pretendo hacer un párrafo para infundir ánimo literario y sin querer lo he hecho. Lo borraría si no creyera que en casos como este hay que dejarlos porque son parte de la respuesta. Lejos de una porra, es un mensaje para decir que la brasa debe seguir encendida. Debe ser difícil. Mi entrada a la lectura fue a través de la narrativa, sin embargo, lo que terminó de sellar mi amor por las letras fue la poesía. Tampoco soy poeta y muchas cosas de la poesía me resultan de incomprensibles a sosas. Claro, en cualquier género no todo lo que se escribe es bueno, y en estos términos creo que no hablamos de la técnica, sino de que en verdad digan algo. Con todo, algunas de las frases que hay en las fotografías de este sitio contienen espacios enormes, ¿No es eso poesía? 

    Vaya que las personas y recuerdos tienden a perderse. Puede atestiguar que he olvidado a personas por completo y eso significa que se han perdido un montón de momentos junto con ellas, o bien tramposamente mi memoria las sustituye por otras personas. Quizás la cuestión en cómo se pierden, por descuido, exceso de confianza, falta de voluntad, malas decisiones, Alzheimer o porque uno tiene un montón de otras cosas en la cabeza. Ni hablar del tamaño de la memoria ni de que también olvidamos por salud mental. Ahora que lo pienso podría hacerse un ensayo sobre el olvido y el arte de olvidar que no es sino una forma dramática de que ya no importen las cosas. Se olvidan los hechos, cambian los significados. O es lo que se me ocurre ahora. No soy una autoridad en olvido, si acaso, desmemoriado. 

    Creo que la definición de qué es un escritor es elástica. No concreta. Compuesta por varios aspectos. Para mi, un escritor es alguien que escribe constantemente. Yo no escribo tanto como quisiera. Tengo más historias en la cabeza que en papel. Alguien que ha ganado prestigio a partir de lo que escribe. Alguien que vive, o al menos gana dinero de escribir. No vivo de escribir. Tiene el reconocimiento de otros escritores. Produce con cierta periodicidad y con cierta frecuencia. Yo escribo cada que puedo. Está metido en el “ambiente” literario. En mi caso soy visitante ocasional, no vivo en el ambiente. Podría seguir mencionando algunos factores que suman puntos a alguien que escribe y entonces la dormiría o haría que se saltara párrafos. Así que no lo haré. Puede parecer que con esto descalifico a un montón de gente que escribe, pero no es así, en todo caso lo hago para desprenderme de la etiqueta. Por eso digo que es una definición elástica, piramidal si lo quiere ver con una figura más clásica en donde la punta la ocupan los que sin lugar a dudas son escritores. El Olimpo, los Murakamis, las Agathas Christie, las Ursulas K. Leguin y de ahí hacia abajo el resto de la pirámide, donde, en la base estamos quienes escribimos porque nos gusta. ¿Somos escritores? Si hubiera que elegir una respuesta de sí o no: sí. ¿Somos escritores en el sentido profesional/conceptual del término? Tristemente no. En mi caso, me asumo como alguien a quien le gusta escribir y vaya que lo disfruto cuando conecto con el teclado. Lo que sí creo, es que las personas se van transformando en mejores escritores. Aplaudo el trabajo escritoril de los compañeros que se mueven en lo independiente, en lo digital, en donde uno busca los foros para ser leído por otros escritores además de lectores, en donde lo que prima es expresar una historia, una idea, emocion. ¿No es eso maravilloso? Sí que lo es. En ocasiones es reconocible una idea brillante que se ha contado con poco recurso técnico. Por supuesto, esta es una apreciación completamente personal y soy el primero en pasar por el tamiz para decir que no soy escritor. Quién sabe, quizás con el tiempo eso cambie, porque si algo sabemos es que todo cambia. Tenerlo claro no me quita ánimo. 

    Se me figura que Hemingway escribía de pie más por una cuestión de salud y dinamismo propio de su personalidad. Hablamos de alguien que estuvo en la guerra y siempre fue un personaje muy físico. Una figura de acción. Me parece que él mismo se asumía así. Escribir requiere estar sentado mucho tiempo y eso indiscutiblemente pasa una cuota. Los camioneros, taxistas y gente que pasa mucho tiempo sentada lo sabe de sobra. Los diseñadores también. Quién sabe si aunado al espíritu combativo Hemingway sintiera el efecto de estar comprimiendo la circulación en sus piernas, o los riñones, o la fuerza, calambres. Aquí entre nos, he de decir que yo tengo un escritorio de pie. Es una mesa de cocina en realidad que tiene la altura ideal para trabajar de pie en ella. La uso alternadamente con el escritorio convencional justo porque sé que no es nada saludable estar tanto tiempo sentado. Imagine, sentado haciendo números todo el tiempo, y sentado horas esperando a que la musa baje, calambres seguros en las piernas. Creo que Murakami lo tiene muy claro y logró hacerse el hábito de correr como una forma de contrarrestar los efectos nocivos de ese aspecto del oficio. Claro, hay que considerar que Murakami vive de escribir, puede organizar su tiempo en torno al acto de escribir. El resto de los mortales tenemos que acomodar el tiempo de escritura alrededor de otra cosa, generalmente trabajo, familia, obligaciones no narrativas. Si pudiera escribiría en una caminadora. ¡Bien por Murakami!

    En cuanto a Stephen King… Creo que la grey literaria “docta” es muy dura con él. Vamos, todos sabemos que King no es literatura (él mismo lo dice, él escribe para entretener), que nunca será nominado al Nobel (Al menos ahí la lleva de gane Murakami, sale en las nominaciones), pero escribe montones. Tengo a medio terminar “Fairy Tale” un tabicote de no sé cuántas páginas que es muy entretenido. No es el hilo negro, de hecho, desde mi perspectiva, King usa todos los clichés que puede del género fantástico y lo muestra, no lo oculta, pero lo hace de una forma tal, que uno dice “pero qué cabrón, es King” cuando ve el nivel de dominio que tiene sobre sus habilidades narrativas. Qué bueno que lea a King. 

    Lo de la pandilla literaria es un decir. De pronto asisto a algunos talleres, a veces aunque no tenga nada que tallerear. Mal, lo sé, pero de eso a nada, prefiero eso. Ya quien quiera mi opinión sobre lo que escribió aunque yo no haya llevado texto, con gusto se la doy. Me gustaría ser parte de un grupo de escritores como los que escuchamos de cuando en cuando, por ejemplo, Alberto Chimal que perteneció al grupo de David Huerta y en el que se juntaban o hacían “retiros” de escritura y obviamente compartían cosas de escritores. Debe ser genial una cosa así. 

    La primera vez que dije que sería escritor fue a los 12 años. Lo tuve clarito, simplemente lo dije. No supe cómo y tomé otros caminos, los caminos de siempre, la avenida principal. Creo que ser escritor requiere salirse de ese cauce, internarse en veredas y hacer su propia brecha. La mayoría no lo sabemos y esperamos a que llegue por sí solo. Nada llega por sí solo. Hay otros, como Roberto Bolaño que lo supieron también jóvenes y tuvieron la lucidez y agallas para aferrarse a ello. El mismo King de alguna forma también lo hizo, con todo y sus adicciones y trabajos chupacerebros. Nunca pasó de ser un deseo hasta que encontré a alguien que me lo mostró, que, dicho de otra forma, me hizo dimensionar qué era la escritura en un sentido más amplio, en un sentido escritoril, no cómo un lector que desea simplemente escribir un día. Si algo he hecho, escrito y conecté más con escribir se lo debo a esa persona. Claro, con el tiempo recibí el apoyo de otras personas, el aliento para hacerlo al menos, pero fue ella quien lo puso sobre el mapa como algo tangible. 

    ¿Qué consejo le daría a un iniciante a escribidor? Sin ser escritor les diría: No dejes que tu escritura dependa de la apreciación de gente que no lee ni escribe. Termina tus textos. Haz caso a los grandes que dicen que tomes un trabajo que no secuestre tu cerebro. Algo que no consuma lo creativo, que te deje aire para la escritura. Toma decisiones para proteger tu tiempo de escritura. Conéctate con el gremio. Entiende qué pasa en el ambiente literario. Publica. Aprende las reglas del oficio antes de reinventarlas. Sé sensible. Escucha las críticas con ecuanimidad, cada error lanzado a la cara tiene algo que enseñar. Aprende a diferenciar la crítica de quien sabe de la crítica de quien no sabe. No guardes tu trabajo en un cajón o en el ordenador, colócalos donde se pueda. No tiene que ser perfecto. No esperes el momento adecuado, la vida se va rápido, empieza ya. 

    Hay tantas cosas. 

    No tengo nada escrito que pueda mostrar. Este año inicié enviando textos a convocatorias de distintos géneros. Si tuviera que encajonarme diría que tiendo a lo realista y he enviado hasta a convocatorias de fantasía. Son tiros difíciles porque no conozco las reglas del género más que en teoría. En teoría es fácil hornear un pastel, hacerlo de verdad es dificilísimo. 

    A mi me gustaría leer “Tiempo pájaro”. Ojalá se anime a subir algo de él.

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